Amor, odio, indiferencia en la escritura

¿Por qué hablar de amor, odio, indiferencia…?

¿Qué nos convoca a esta reflexión?

¿Tal vez la sensación de vivir en un mundo en el que la indiferencia empieza a asustar, en el que la anestesia o el embotamiento al que nos someten -¿o nos sometemos?- es equiparable a la caverna de Platón?

¿Tal vez el temor a que “el amor no sea más fuerte”, finalmente, o a que el consejo hippie de los Beatles caiga en el olvido? “All you need is love…”, que no casualmente comenzaba con los acordes de La Marsellesa y sus resonancias azules, blancas y rojas de “libertad, igualdad y fraternidad”.

¿Tal vez el temor a que la frase “el opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia”, en vez de incitarnos a la reflexión –y, claro, a la acción- nos adormezca en la duermevela de lo repetido, como un estribillo que no cesa?

¿O el temor a nuestra propia indiferencia?

 

“No quiero [la indiferencia]. Llaman indulgencia y sabiduría a esta inercia del corazón: es la muerte que se instala en nosotros. No todavía, no ahora.” (Simone de Beauvoir, La mujer rota)

 

¿Por qué la indiferencia?

Se me ocurre…

Indiferencia:

  • Por falta de carga pulsional, como una insensibilidad, tal vez ligada o expresada en la falta de empatía.
  • Por “estrategia”, consciente o inconsciente, al estilo de la histeria… Jugando al pescador o al cazador y su presa.
  • Porque la libido, y por lo tanto la atención, está puesta en otra parte.

 

Esta última me llevó –en realidad fue al revés, primero recordé el libro- a un librito de Marcel Proust que una vez llegó a mis manos –y a mis ojos-, El indiferente.

Toda la novela -o el cuento- trata de un hombre que se hace el indiferente o es indiferente ante una mujer que quiere atraer su atención y sus favores, pero no lo logra… Hasta que descubre que no es ella la única mujer ante la que él es “indiferente”. De hecho, descubre que su libido está puesta en los hombres y no en las mujeres.

 

¿Y en relación a la escritura?

  • El odio lleva al grito –o al susurro- que quieren ser escritos. Quieren manifestarse en palabras, aunque sólo fuera una onomatopeya o una interjección expresivas. Me dan miedo mis ganas de pelear, tener ansias de romperte la cara, de morir entre explosiones, quedar tendido entre el barro y la sangre. Y sin embargo quiero contarte que me cansé que explotó mi paciencia y que aunque mi conciencia llore: VOY A MATARTE
  • El amor lleva a las palabras, a la poesía, al vasto género de las cartas de amor, a las novelas, al drama, a la tragedia… Desde el breve y enamorado “¿Qué es poesía? / preguntas mientras clavas/ en mi pupila tu pupila azul. / ¿Poesía? / ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía… ¡Eres tú!” hasta Romeo y Julieta, Edipo Rey, Marilyn Monroe que estás en los cielos… y así al infinito del amor y todas sus formas, que Erich Fromm se ocupó de clasificar, describir aunque no necesariamente agotar.
  • ¿Y la indiferencia? La indiferencia es indiferencia. Por lo tanto, es la primera conclusión lógica que surge, no lleva a nada más que a un silencio inexpresivo en su falta de intención, en su desinterés, en su ausencia de ilusión y de idealización. Sin embargo… Sin embargo puede ser un motor al revés, si ahora hacemos el ejercicio de visualizarla afuera –yo me siento atraído, podemos decir enamorado, por esa indiferente-, ¿qué hago? Escribo una nota en esta servilleta, una poesía, una carta, un cuento, ¡una novela!… La palabra escrita, en particular creo, la poesía, pasa a ser como un aleteo, el canto de un pájaro, la danza que quiere llamar la atención de la indiferente. O al menos, sí, al menos: Nos mueve. De ahí la otra indiferencia, la “estratégica”, la que se actúa para que otro u otra se mueva. O sea que a veces la poesía nace de la indiferencia.

 

Cuando, tal vez accidentalmente, o haciendo un esfuerzo de voluntad particular, no concentramos en aquello indiferente.

Y cuando la indiferencia la sufrimos como receptores no indiferentes.

Indiferencia dirigida –que no es tal- o indiferencia que se sufre como si fuera dirigida, aunque no existe tal dirección si la indiferencia es ella misma.

 

Me pregunto si el haiku, como género o como forma lírica, no es la indiferencia misma transformada en asunto poético y hasta filosófico, existencial… a partir de un giro poético, existencial, ético y estético en la forma de percibir a nuestro alrededor.

¿Qué es un haiku?

En cuanto a la expresión, un haiku (o haikai) es un poema breve de aproximadamente 17 sílabas, que suelen estar organizadas en 3 versos (5-7-5 o 5-6-6). El haiku no tiene título ni rima en japonés, es tan simple que hasta se prescinde de signos de puntuación y mayúsculas; de alguna forma, se parece a lo que decimos hablando. Es una forma poética predominantemente nominal, en donde abundan los sustantivos. Sobre el contenido, «haikai es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento», nos dicen los poetas japoneses del siglo XVII. Suelen tratar de la naturaleza, de la realidad, de lo percibido por los sentidos. El haiku clásico es una apreciación directa de un acontecimiento, a menudo trivial, que llama la atención del poeta (haijin, o persona que escribe haiku), el cual lo espiritualiza y eleva por encima de su pequeña trascendencia. La fuente de inspiración para el poeta puede ser un monte, un arroyo, la vegetación o el clima. En todos los casos, el haiku está impregnado de un fuerte sentimiento de estación: primavera, verano, otoño, invierno y Año Nuevo, concepto este último muy tradicional y con connotaciones propias en la tradición nipona.

El haiku es, en parte, lo que me trajo aquí.

 

Cuando la indiferencia deviene interés…

Con un simple giro de la atención.

¿Es lícito llamarlo amor? Yo creo que, en cierto sentido –al menos en un sentido libidinal o pulsional-, sí.

 

Si escribimos –tal vez forzados- sobre lo que nos es indiferente, descubrimos que allí agazapado, esperando que le diéramos la oportunidad, estaba el sentimiento…

(Ejemplo del ejercicio literario de las fotos: el mingitorio y la chica sentada en su cuarto)

Guiños

Entro al baño.

Apurado pero con pasos lentos de tristeza.

Mientras me desabrocho la bragueta, el mingitorio me guiña un ojo.

No sonrío.

Le apunto al otro ojo.

Doy media vuelta.

Estoy yo en un espejo sucio.

Me guiño un ojo.

No sonrío.

“Estoy meado por los perros”, pienso.

Abro la puerta.

 

Tres metros cuadrados

“Pinta tu aldea y serás universal.”

(L. Tolstoi)

 

Su vida cabe en un instante

-cama, radiograbador estéreo, mirada franca-

El instante cabe en tres metros cuadrados

-dos por uno cincuenta-

Tres metros cuadrados caben en esta fotografía

-rectángulo breve en blanco y negro-.

 

Todo lo que se puede hacer en una cama

Dormir soñar amar comer leer mirar televisión conversar

Llorar reír despertar dibujar escribir divagar con el pensamiento

 

Escuchar música…

 

Y así la vida puede seguir su camino incierto.

 

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Ya llegando, hoy, caminando por la calle venía pensando, en relación a la forma de un ejercicio** que les voy a proponer para terminar y tal vez como síntesis de lo que estoy intentando decir…

El ser (amor, odio) o la nada (indiferencia).

Amor y odio nos llevan a “ponerle nombre” a las cosas…

Lo indiferente permanece sin nombre, “como si” no existiera… ¿Hasta ser nombrado?

 

Y finalmente, les quiero leer algunos de los haikus por los que alguien pensó en mí para invitarme hoy. *

 

 

 

* Haikus:

 

IX

Ya es muy tarde

estoy en el baile

y mis pies se mueven.

 

XVI

De sur a norte

tan lejos de casa

y el mar que insiste…

 

XVII

Ya me di cuenta

de noche, sin luna:

no hay amor sin riesgo.

 

XXV

Hay tanto encuentro

que la vida crece.

El amor es fértil.

 

XXVIII

Nada sigue igual

todo es distinto

y tiene sentido.

 

 

** Ejercicios:

 

– Vamos a hacer un ejercicio.

Vamos a elegir algún objeto que nos sea indiferente. En realidad, otro/a va a elegirlo por cada uno/a, para asegurarnos un poco más de que nos sea indiferente.

Entonces lo vamos a observar atenta y detalladamente…

Y vamos a escribir.

Puede ser una descripción, puede ser una poesía, puede ser un diálogo o un monólogo imaginario, o una simple narración como la historia de ese objeto.

 

– ¿Y vamos a hacer otro? (no, este quedó pendiente)

Vamos a recordar una persona de la que nos sentimos enamorados o atraídos de alguna forma y éramos indiferentes para ella (no nos veía, no nos conocía, no le despertábamos interés).

Puede que sea lo que se suele llamar un amor imposible. O quizás no llegue a ese rango.

Y de nuevo, vamos a escribir, pero en segunda persona: una poesía, una carta…

Ahora quisiera saber si hay alguien entre el público que se anime a leer lo que escribió…

También podríamos convocar al “Sr. Azar”, que me acompaña siempre en mis clases.