Amor, Odio, Indiferencia en la pareja

Buenos días a todos, muchas gracias por la invitación a la comisión organizadora y muy especialmente a Susana Matus.

 

He pensado largamente sobre el título de esta mesa Amor, Odio, Indiferencia en la pareja y en cómo utilizar este espacio para intercambiar entre todos de una manera fecunda. Y entre las diferentes opciones elegí transmitirles lo mejor que pueda mi experiencia y mis discusiones conmigo mismo respecto de estos conceptos desde mi experiencia clínica. Esta perspectiva me parece más que justificada, porque no son conceptos simples ni claros en nuestra práctica con pacientes individuales ni con parejas.

Sin embargo, también serían muy interesantes otros puntos de vista. En especial, me hubiera gustado discutir algunas perspectivas más teóricas: Freud se ocupa de estos problemas a lo largo de toda su obra y especialmente en su metapsicología, en Pulsiones y destinos de pulsión y también Lacan cuando habla de las tres pasiones del ser. Por otra parte, más recientemente Derrida y Deleuze han realizado aportes respecto del tema de la diferencia que pueden enriquecer nuestras teorizaciones.

 

Entonces, en mi perspectiva como clínico

1.- Lo primero que quisiera plantear es una diferencia con la manera en que Freud enfoca la elucidación de este fenómeno tan complejo que es el amor. Yo diría que en la clínica, el amor de pareja debe ser diferenciado de otras formas del amor. En el amor de pareja, valen cosas, como en la guerra, que no valen en otras formas del amor. Pero ¡atención! Freud se ubicó de otra manera en la teorización de este problema. Señaló con claridad que el término amor incluye en el lenguaje popular, no especializado, realidades muy disímiles: lo sagrado y lo profano, la ternura y lo sensual y tuvo una posición respecto a la polisemia del término: estableció una continuidad entre lo carnal y lo espiritual, lo sagrado y lo profano. Freud incluyó este amplio espectro de sucederes disímiles en una única categoría y dice en Psicología de las masas (pag.86 – 87) “… opinamos que en la palabra ‘amor’, con sus múltiples acepciones, el lenguaje ha creado una síntesis enteramente justificada, y no podemos hacer nada mejor que tomarla por base también de nuestras elucidaciones y exposiciones científicas”.

 

A mi juicio, no conviene tomar como base ni la continuidad que Freud propone, ni tampoco una única categoría. En mi clínica hay muy diferentes tipos de amor y el amor de pareja no se manifiesta como algo equivalente al amor de hijos a padres, o de padres a hijos o al amor a Dios o a la amistad.

Yendo al núcleo de mi reserva respecto de la teorización  freudiana, es una cuestión a discutir en qué sentido la relación de pareja humana es “amorosa”, ya  que la posesividad, los celos, el maltrato y el egoísmo son en ella un componente fundamental, rasgos todos opuestos a los que se suelen atribuir al amor. El amor de pareja funciona habitualmente con dosis de destructividad que serían inaceptables en lo que se llama amor a los hijos. Los hijos, para decirlo con Piera Aulagnier, son para la vida, pero los amantes son para nosotros. El amor a los hijos, si las cosas van bien, va más allá del narcisismo en algunos terrenos y reprime o sepulta la genitalidad, cosa que cuando ocurre en la pareja indica que las cosas van mal, si no pésimo.

 

Todo amor es narcisista en su origen, pero el amor de pareja es narcisista hasta el final, cosa que no ocurre en otras formas del amor.

 

En mi experiencia, el amor de pareja es esencialmente posesivo y egoísta, aunque no ignoro que periódicamente aparecen en la humanidad propuestas novedosas que aspiran a consolidar formatos de amor libre menos egoístas. En mi práctica, que es en una cultura y en cierto sector social, el amor de pareja mejor encaminado es el que logra una negociación placentera de los dos narcisismos pero no se concilia con algunos renunciamientos propios de otras formas del amor.

 

2.- Otra cuestión que el clínico debe respetar es que no existe un único amor de pareja, hay diferentes formas de esta experiencia y el amor de pareja es el reino de la diversidad. En cada cultura y/o subcultura las cosas son diferentes. … Mitterrand, bígamo, no hubiera podido llegar a la presidencia en Estados Unidos, donde un bígamo es simplemente un degenerado para un alto porcentaje de la población. Y la diversidad se agrava aún con el impacto de las nuevas técnicas reproductivas, de modo que a nosotros hoy, gente nacida en el siglo XX nos resulta difícil entender los códigos amorosos de la juventud en el mundo transformado por la tecnología.

Esto lleva que no nos sirvan las viejas definiciones de perversión y, de hecho, los psiquiatras del DSM directamente abandonaron el concepto. Ya no se sabe qué es malo y que es bueno, qué es la perversión. Muchísimas parejas están en una frontera ambigua para los cánones de hace 50 años.

Entonces, muy sintéticamente, el amor de pareja tiene muy diferentes presentaciones y cada pareja define el formato que le cierra, sin por eso olvidar que el amor excluye la destructividad perniciosa, pero no hay relación sexual, como decía Lacan, y que, como decía Stoller, en el amor somos todos anormales, o, si quieren volver a 1960, podemos con Whitaker decir que el matrimonio es un estado alterado de la conciencia.

 

Ahora bien, el amor de pareja es egoísta y muy poco amoroso, absolutamente diverso y enfermizo pero, como acabamos de decir, no podemos confundir la destructividad con el amor y, ahora agregamos, tampoco podemos confundir el amor con el deseo. Y menos en el mundo de hoy, agobiado por la violencia. Esta cuestión es absolutamente importante, tan importante como recordar que el amor no es una relación inconciente: es una relación de lo preconciente, del Yo. Si lo quieren decir en términos jurídicos, en el amor de pareja hay culpa y a veces dolo, pero, a mi criterio, a las relaciones en las que hay daño a otro severo y conciente no conviene llamarlas “relaciones “amorosas”.

 

3.- ¿Y qué decir del odio, ese personaje con tan mala prensa? Sin duda forma parte de la vida y es tan necesario como el amor: no es el malo de la película (poesía de Frost). Es una herramienta central en la existencia y gracias a Dios que hoy, después de muchos siglos de ser educadas en el sometimiento, las mujeres pueden darle su lugar al odio y rebelarse contra un lugar de sumisión.

Ahora bien, si definimos al odio como el deseo brutal o sofisticado de destruir a la entidad que fuere, yo diría que en la clínica con parejas predominan dos diferentes tipos de odios. Hay una forma del odio, que deriva de la injuria al narcisismo y que es el que aparece cuando nos sentimos lastimados. Es una forma de odio muy descripta por autores como Kohut y si ustedes quieren decirlo así es el odio que en la pareja hace vaivén con la reconciliación, es el odio de todas las peleas amorosas en el que te odio porque no fui para vos todo lo importante que me gustaría ser.

Esta forma del odio es muy diferente de otra forma en la que te odio y te maltrato perche mi piace, me gusta lastimar porque en eso encuentro placer, se trata de algo así como los pequeños orgasmos que jalonan mi día y este odio no hace vaivén con ninguna reconciliación. Es el odio de los funcionamientos perversos, muy habituales en las parejas que se pelean con dedicación y alevosía y que consultan para que nada cambie y todo siga igual. Necesitan de este tipo de pareja porque como diría Stoller, es el erotismo que practican. Es el odio de los funcionamientos perversos y debe ser en la clínica, distinguido del odio por injuria narcisista actual.

 

4.- Cada forma clínica del odio plantea diferentes problemas y yo no me referiré hoy a la destructividad de los funcionamientos perversos, podemos retomarlo si les interesa en la discusión. Respecto del odio que se origina en la injuria narcisista, los analistas debemos ser muy respetuosos, aparezca en la forma del enojo o en la forma del ímpetu rabioso porque es una búsqueda de la verdad, un intento de salir del seudoself o de la represión/desmentida, pero… el odio siempre conlleva una dosis de destructividad y un borramiento del otro/a que plantea una frontera poco nítida. En cada situación estas cuestiones aparecen de manera distinta pero en la clínica con parejas, yo diría que el gran desafío es configurar un odio constructivo, una forma de encarar el conflicto con el partenaire en la cual el odio no arrase con el vínculo y las investiduras recíprocas. Que el odio nuestro de cada día, potencialmente fecundo y simbolizante, no desgaste el enamoramiento fundante y sus idealizaciones. Este es el desafío de los vínculos amorosos de larga duración y creo yo, es a este problema al que se refiere Freud en La degradación de la vida amorosa.

 

5.- En este punto quisiera transmitirles algo que para mi gusto es fundamental en cualquier análisis del amor, del odio o de lo que fuera en una pareja. La perspectiva intrasubjetiva, sobre la que Freud tanto nos enseñó, debe ser complementada con un análisis desde la perspectiva intersubjetiva, muy ausente en la clínica freudiana. La ausencia de esta última lleva a verdaderos disparates.

La gente que ama apasionadamente, en el estilo descripto por Aulagnier, no entiende que su forma de amar es violenta, porque no se pone el lugar del otro, no sale de una perspectiva intrasubjetiva estrecha. Por otra parte, el odio de un sujeto desde una perspectiva intrasubjetiva es absolutamente diferente si se origina en un funcionamiento perverso o en una lesión narcisista pero… desde el punto de vista del que recibe el odio puede ser lo mismo ya que desde la perspectiva intersubjetiva la destructividad es máxima. Ni el amor ni el odio pueden analizarse sin considerar ambas perspectivas, ambos paradigmas, el intra y el  intersubjetivo.

 

6.- Ahora bien, ¿qué puedo decir de la indiferencia como terapeuta de parejas? En una primera aproximación, diría que hay muchos y muy diferentes tipos de indiferencia. Hay una indiferencia que es muda en los consultorios: a la gente no le despierta nada significativo un suceder, sea el dolor del prójimo o la cuadratura del círculo y esa ausencia de resonancia no lleva a la consulta de una pareja, aunque éticamente sean muy condenables ciertas indiferencias.

Hay otra forma de indiferencia, la elegida y activa que es lo que muchos llaman disociación operativa, y consiste en pasar a segundo plano realidades que no se pueden transformar, sean una enfermedad orgánica o sean ciertos rasgos del partenaire del cual el paciente no se quiere divorciar, pero lo hacen sufrir. En estos casos la indiferencia es elegida y activa, producida por el Yo conciente y se trata de una máscara, una indiferencia que no es tal.

 

Hay muchas formas de indiferencia. Las más comunes en nuestra práctica, muchas veces muy difíciles de trabajar son el resultado de odios acumulados. No derivan de una ausencia de investidura del otro sino del intento de desconocer cosas que causaron y causan dolor y constituyen algo así como ropajes engañosos de la represión, la desmentida o algún mecanismo de defensa. Esta problemática está a la orden del día en las parejas en las que uno se queja del otro: No te interesa mi vida, ni si yo disfruto o no en el sexo. Lo único que te interesa es tu ombligo. Te resultan indiferentes mis cosas. Constituye siempre una pregunta de difícil respuesta si prevalece una indiferencia genuina –una ausencia de investidura– o se trata de odios acumulados y desmentidos.

 

De todas estas formas engañosas, similares y distintas de la indiferencia hablaba Lacan cuando hablaba de la pasión por la ignorancia, esa vieja y profundísima pasión del ser humano que aspira a no ver lo que puede hacernos sufrir. Y en este sentido, si yo tuviera que transmitir en dos minutos una perlita respecto al tema de la indiferencia, recordaría una frase que le escuché a David Liberman en una conversación coloquial, sin formato académico. Liberman dijo: La pasividad es la madre de todas las perversiones y yo creo que en esta frase hay mucha sabiduría. ¿Qué tiene esto que ver con nuestro tema? La indiferencia, por un camino o por otro, se entremezcla con la pasividad y es esto lo que la torna peligrosa porque la pasividad, si es  tal, es una posición subjetiva de alto riesgo, por lo que entraña de desamor y descuido con uno mismo.

 

7.- Por último, quisiera referirme brevemente al amor por uno mismo, al odio con uno mismo y a la indiferencia con uno mismo. Cometeríamos un error si pensamos la temática de la mesa solo en relación al mundo exterior y los otros. En la pareja la relación con el partenaire es secundaria a la relación con uno mismo, y mi sugerencia es que no dejen nunca, nunca, de mirar la relación consigo mismo de un sujeto que refiere problemas con los otros. Entonces, unas palabras sobre el amor a uno mismo.

 

Mi impresión en estos terrenos de la clínica es que muchas veces nos extraviamos.

Yo diría que el amor por uno mismo debe ser siempre infinito, máximo y benevolente pero, si es consistente, debe ser realista. Muy a menudo, lamentablemente, la gente entiende que el amor fecundo con uno mismo culmina en el autoelogio y una autoestima edulcorada. Ayer, sin ir más lejos un paciente estaba furioso con un profesor que, según él decía, había boicoteado la autoestima de la hija al decirle que no razonaba bien ciertos problemas. Y la hija realmente razona de manera errónea y soberbia. En la cultura actual se promueve una autoestima inflada, no realista.

A mi juicio, se trata de entender que la comprensión y aceptación de nosotros mismos debe ser máxima y también que somos en mucho lo más importante para nosotros mismos, pero no somos los más lindos de la fiesta ni los más inteligentes ni los mejores en nada ni podemos salvarnos solos de los sufrimientos colectivos: hay una diferencia entre el narcisismo trófico y el narcisismo megalomaníaco que a mi juicio no es bientendido por muchos colegas. El amor por uno mismo implica cuidado por uno mismo y realismo, lo que es una conducta del Yo conciente y excluye la melaza auto celebratoria y el engorde del Yo.

Se trata de una clínica en la que es difícil encontrar el punto de equilibrio.  Pero en la que hay que tener claras las cosas con las parejas cuando se discuten ciertas cuestiones, por ejemplo las económicas –¿qué plata realmente tenemos?, ¿llegamos bien a fin de mes?- El mejor amor por uno mismo no es el que revienta tarjetas de crédito, no es un infantilismo hipomaníaco. Cómo educar a los hijos —¿qué tipo de seguridad narcisística les transmitimos?– El mejor amor por uno mismo requiere de poder evaluar nuestras debilidades y transmitirles a los hijos esta actitud. Pero hoy los padres se pelean con los maestros. ¿Cómo evaluamos realísticamente los hechos que suceden a nuestro alrededor sea la conducta de nuestros seres queridos, sean los peligros en nuestra sociedad? Por supuesto, la realidad es subjetiva y admite variadas interpretaciones, pero no admite cualquier lectura.

Son cosas muy complejas. El odio con uno mismo y la indiferencia con uno mismo son posiciones subjetivas no recomendables, pero el amor por uno mismo merecería algunas discusiones para esclarecer su funcionamiento. En la cultura actual, tanto con uno mismo como con los hijos se promueve una autoestima no realista, hay que creérsela, sentirse el mejor. En la pareja conviene sentirse y ser   el mejor para el otro y en ciertos terrenos, pero no perder una perspectiva que es la de considerar la negociación de dos narcisismos diferentes, autónomos y con frecuencia en conflicto.