El amor y el cuerpo vivo. Entornos de esta escritura.

Que este verano me encontrara con la lectura del libro del sudafricano J.M. Coetze   Desgracia.

Que Desgracia en inglés, desgrace, quisiera decir para algunos deshonra.

Que David, el protagonista fuera un profesor universitario degradado de su cargo en función de su aventura amorosa con una alumna quién al fin lo denuncia como violador

Que David, él, fuera un profesor de Comunicación que pensaba que el lenguaje tenía como fuente la canción.

Que sus preocupaciones versaran sobre la composición de una ópera romántica acerca de los amores de Lord Byron y la Contessa.

Que los judíos rememoraran la matanza de los polacos por el propio pueblo polaco, haciendo del odio y la indiferencia una perplejidad mayor. Una crueldad inmotivada.

Que la propuesta de trabajo del año coagulara en amor, odio e indiferencia y no en amor, odio e ignorancia.

Que tenga que escribir algo del trabajo de todos los días, ¿El psicoanálisis?

Que Freud diga de la pulsión que es una exigencia de trabajo para el alma, para el aparato psíquico, para, la vida.

Que aceptara escribir.

¿Será quizás esta la exigencia de trabajo para mi alma?

Que invitara a Gerardo (Maeso)

Que resonancia sea la manera en que Lacan convoca al cuerpo en psicoanálisis.

¿Qué es todo esto?

Me pregunto.: ¿Amor Odio e indiferencia?

Me pregunto: ¿Hay humanidad sin ecos del decir en el cuerpo?

De 1914

En 1914 la vida amorosa se polarizaba en pulsiones sexuales y de auto-conservación, el genio freudiano teorizó amor y pulsión en los asuntos del alma. Los nombra, los cruza, los cuestiona, los complica, nos complica. Un alma complejizada parece habitarnos tal como se nos presenta en el decir de Freud. Definía entonces a la pulsión como Concepto límite, ¿psique o soma?  Asoma nuestro límite. Un límite que no es el Otro. El desvalido ser humano, su vivir va mezclándose en posiciones que, imaginarias lo activan o pasivizan, lo obligan al reemplazo, al cambio de mano, a una orientación otra o bien choca con el escollo mismo de no poder arreglarse más que con el escollo. Con ese mismo marco Freud aborda el tema del amor aunque agrega una salvedad. No parece justo ubicarlo jugando del mismo modo en que lo hiciera con los destinos de pulsiones que afectaban al objeto y al contenido de la misma. El amor no sería un destino más de la pulsión. El amor tiende a una totalidad.  Amor es la expresión de la aspiración sexual como un todo, dice Freud.  Una aspiración. Se oye allí, en esa aspiración respirar a la vida.  Apertura de la vida en congruencia con lo que se mueve la energía del alma, la libido, la sustancia. El alma es movimiento, es cuerpo vivo. Es vida que quiere vivir a toda costa.
El juego cambia al abordar el amor. Para abordar el amor Freud recurre a un juego de oposiciones: Amar-odiar, Amar-ser amado y por último Amor-odio, en conjunto, opuesto al estado de Indiferencia. Amar-ser amado juega con la voz activa y pasiva. Amar-odiar se retuerce en vericuetos por los que extiende sus tentáculos hacia un objeto que, imaginario, hace de la voz activa del hombre una pasivización odiosa o amorosa. ¿Y la indiferencia como juega? Un poco más adelante Freud dirá indiferencia para la satisfacción. Justamente aquello con lo que trata el ser vivo. Dice Jinkins al respecto que lo que no tiene lazo con la satisfacción inexiste. La indiferencia es el tono emocional de lo que Freud llamó mundo exterior, energía cero, una crueldad original, una hostilidad inmotivada.

Desgracia

Si por un lado el libro Desgracia muestra lo socio-político de su África post apartheid, la obra parece señalar también un profundo sentir humano. Me refiero a la humanidad misma, y a sus soledades. Las líneas transpiran duros odios y fragilidad. Lo vivo en sus más extremas impresiones, impresionan y conmueven. Esto ofrece la oportunidad de pensar en los cuerpos vivos azotados por las pasiones. La obra, magnifica en lenguaje y silencios afecta al lector, a vibrar con lo que vibra. La miseria humana y neurótica no está ausente, vibra el psicoanálisis en los intersticios que van de la cultura al individuo. Reina la lectura, el Freud del malestar en la cultura, el Freud de la felicidad coartada por las renuncias pulsionales para complacencia del otro.

Observamos un padre y una hija que no se frecuentan. Sin embargo en las paredes de su granja en Cabo Verde se refugia David -el padre-, obligado por la situación de haber sido separado y despedido de su cargo universitario luego de un juicio donde se declarara culpable de una seducción, oscuramente consentida por una alumna.    No es lo socio-político indiscutible y cruel lo que convoca esta escritura, sí, en cambio, lo que parece nacer de una verdad contundente de una hija violada, durante su estadía en un episodio violento de clara raigambre racista. La ultrajada hija enuncia a su padre que no pretende mudar su solución de vida pues es su lugar en el mundo.  Se expresa entonces ante la indignación y azoro de David la contundente verdad de una mujer hija que no acentúa el hecho de la violación y sus consecuencias sino el encuentro con aquel que la posee con odio. No es Eros quien reina sino el odio. Una hija habla a su padre «no sabes lo que es sentirse odiada en ese acto». Acto en el cual surge el mayor dolor de su vida, la intolerancia del otro, la degradación actuada por un hombre que no quiere a la fémina en su dimensión de goce, de satisfacción, un hombre que por eso mismo, odia a la vida. Estamos hablando de esa clase de odio que se llama racismo que separa a los hombres haciendo de su vida algo indigno. Odio salvaje y cruel separado del amor y que por eso, no quiere el goce del Otro, que no resuena con su modo de goce.

Algunas consideraciones

David está inmerso en un proyecto musical, una ópera romántica de la que espera gran repercusión.  Tiene ensoñaciones casi místicas en la granja de su hija. Sus sueños, semi realidad lo arrastran en una quimera sonora y romántica. Cabe decir que, transita la vejez y la decadencia del sexo.
Esto sonoro, suena sin cobrar en mi impresión el eje central. Sin embargo es como una tela donde asoma el cuerpo sonoro en sus plegaduras.  El cuerpo vibrante comienza su trabajo con o por mediación de las palabras de su hija. Ella le propone que trabaje con Bev, un personaje femenino simple y silencioso, que está a cargo de una clínica de animales cuyos dueños no pueden cuidar más.  Desprovista de mascarada oficia en silencio haciendo con la vida en el límite de la muerte.  Bev, casi no habla, en cambio en silencio, acaricia al animal que sufre condenado a la muerte no por elección sino por limitación. Acompaña con amor y delicadeza a los perros que no tienen más lugar en la vida de sus amos a causa de la pobreza o por estar deshauciados. Susurra en su oído palabras, acaricia su cuerpo, despide su vida en el marco de la muerte. Es en este lugar en el que se jugará un juego nuevo. El animal despedido es casi un humano, casi un hermano, un ser amado ante el cual el doblega su cuerpo para la caricia, los ayuda a bien morir. A partir de esto y luego de avatares, que no consideraré, decide acompañar a lo ya no anónimo a los hornos de incineración. Lo despide, no como carroña, no le es indiferente.  ¿Diremos, humanización del perro o animalización del hombre?

Despedir la vida no es acogerse a la muerte es el camino de su dignidad.
Me surgió una pregunta. ¿Hasta cuándo se acompaña a la vida?

En el borde de las llamas, decir adiós, para volver al día siguiente u otro día a decir adiós, En este circuito recupera su dignidad. Ya no es esclavo de Eros, tal había sido su argumentación ante sus arrebatos amorosos.

De la resonancia

No hemos mencionado aún que también David recibió la violencia del odio y la indiferencia del segregante mundo. Las llamas por un instante cubrieron su cuerpo. No sólo se trata de un padre afectado, sino de su propio cuerpo. Su oreja quemada queda como marca de lo irreparable del odio. La oreja, no es cualquier parte del cuerpo. Sus bordes quemados son tratados con ternura por Bev, una mujer que hace vibrar tocando al cuerpo con los sonidos de su langue. En ese juego algo se alcanza, algo que nos demanda, nos toca y nos requieren tanto nos transforma hacia sí mismo en los bordes del cuerpo ardiente.

En los bordes de las llamas, llama una voz muda que acompaña la vida. ¿Padre, no ves que estoy ardiendo?  Lo Real como un chisporroteo, un susurro. El pequeño ruidito de la vela caída. Pero en este caso las intenciones son excesivamente oscuras. Las llamas farfullan amenazantes.

Si la vida es sensibilidad como condición y satisfacción como fin se presenta también en abrazo con la pulsión de muerte que espera tras las llamas. Mientras tanto la vida itera con sus goces.

El camino del habla es un texto de Heidegger en él que habla de la resonancia como el asimiento transversal del comienzo hasta el abierto de la historia de la humanidad. Se trata de la resonancia como resonancia del ser. Su voz silenciosa y su ensamble, sin imagen, devienen perceptibles en la primera experiencia de la ausencia de necesidad. Una voz silenciosa llega en un circuito todavía indeterminado de la confusa época. Es el ser en la primera resonancia, lo aparente y pasado por alto, allí el inadvertido resplandor del enigma, el ente. El misterio del cuerpo que habla. No es la cadena significante desde dónde se sitúa la resonancia, sino el espacio cerrado obtuso del goce que se muestra en equívocos de la lengua. Esos equívocos se transforman en el modo eficaz para que un decir resuene en los orificios del cuerpo sensible captando los cortes por donde lo real se muestra. Se muestra en lalangue de fondo, con la cual está hecha el goce, hecho canción, tarareo. Sonido solitario y singular del UNO, de la unidad del cuerpo vivo marcado por el goce.