La consulta psicoanalítica por un niño: Por qué y Cómo incluir a los padres

Desde hace tiempo, mi interés ha estado enfocado en tener una mirada crítica respecto a las prácticas clínicas con niños y adolescentes. Cabe preguntarse qué demanda esta época al psicoanálisis y, en particular, qué nos demanda a los psicoanalistas de niños y adolescentes. Pregunta que abre a algunas reflexiones.

En algún sentido, se trata de pensar acerca de las herramientas conceptuales y clínicas válidas con las cuales hoy aproximarnos a comprender y escuchar las necesidades y problemáticas de los niños, adolescentes y sus familias así como también los requerimientos de las escuelas. Quizás se trate de volver a pensar. Las teorías, las prácticas y sus discursos no son atemporales, tampoco lo son los sujetos, los modos de establecer vínculos y los espacios que ellos habitan.

Niños inquietos y desbordados, adolescentes en situaciones de riesgo, trastornos de la alimentación, apatía, desesperanza, ausencia de proyectos van delineando funcionamientos subjetivos y familiares en donde prevalece, entre otros, el desamparo, la vulnerabilidad, la violencia.

Transitamos una época en la que ya no hay una única perspectiva psicoanalítica con preceptos focalizados fundamentalmente en atender los límites de lo que era o no analizable, hoy la preocupación está más dirigida a cómo desafiar problemáticas complejas por las cuales las familias nos consultan necesitando, para ello, crear nuevas herramientas clínicas.

Atender la complejidad de lo humano es reconocer su condición paradojal, imposible de comprender desde significaciones universales y cerradas. La lógica paradojal propia del pensamiento de la complejidad posibilita entender la constitución subjetiva como un entramado, siempre en transformación y en movimiento, en el cual intervienen múltiples y diversas dimensiones en simultaneidad: las condiciones constitutivas y singulares de cada niño junto con las vinculares familiares y  las múltiples pertenencias en las que los niños, desde muy temprana edad, están incluidos, lo transgeneracional, lo actual e histórico de cada familia  indisociable de la dimensión cultural y de la época socio histórica, siempre en transformación.

Desde esta perspectiva me acerco a comprender y abordar las problemáticas clínicas, los síntomas o trastornos de niños y adolescentes. Como vengo planteando, estas ideas permiten alejarme de determinaciones causales y lineales que muy frecuentemente han buscado el origen de los padecimientos de niños y familias en fallas parentales, con la inevitable culpabilización que esa mirada conlleva o, por el contrario, sólo considerando la patología de la subjetividad infantil. Tanto una como otra responden a un binarismo que contribuye a diagnósticos cerrados y estigmatizantes y, como contrapartida, a la vez lleva el riesgo de banalizar toda responsabilidad y compromiso de los padres y la escuela en los problemas que presentan los niños.

Es decir, ha sido necesario poner en cuestión ciertas prescripciones dogmáticas de un accionar clínico a solas con el niño en la sesión individual como único modo de abordar sus padecimiento, ligado además a una creencia, desde algunas posturas teóricas del mismo psicoanálisis, que el contacto del analista con los padres y con la escuela contaminan el trabajo con lo que, desde este enfoque, se denomina interioridad.

Janine Puget propone pensar, para estos interrogantes, el concepto de fidelidad en dos sentidos. Uno “obstruye el camino a ciertos cuestionamientos e impone el respeto a un contrato establecido en un pasado y en una estructura sólida. Fidelidad a la historia lineal, a una continuidad ideológica con nuestros antepasados”. El otro concepto de Fidelidad abre a otras cuestiones que dependen de “la Fidelidad a la marca de un quiebre, de una ruptura, de un vacío que destituye la situación sólida acarreando la caducidad de los referentes seguros, de los lugares establecidos. Se trata de fidelidad a las nuevas prácticas discursivas que se fueron generando y suscitaron la puesta en actividad de nuevos dispositivos, tal como nos sugiere pensarlo Foucault”.

Apuesto entonces a una clínica fiel a prácticas que hagan, siguiendo también a Foucault, ver y hablar los diferentes modos en que se pone en juego los trastornos, los síntomas, el sufrimiento por el cual los padres nos consultan. Intento descentrar los mismos como pertenecientes sólo al niño y ver que significaciones se producen al entramarse con los vínculos familiares, de pares, la escuela u otros grupos de pertenencia. De modo que, desde el inicio de la consulta, dispongo de una diversidad de dispositivos, como herramientas clínicas, según la singularidad de cada situación clínica y el devenir de la misma. Es en ese devenir no anticipable ni lineal que voy decidiendo, a medida que la transferencia se va construyendo, el abordaje más adecuado para iniciar un proceso terapéutico.

En los llamados trastornos graves, en situaciones de violencia donde la construcción subjetiva no se ha constituido satisfactoriamente o se encuentra en riesgo, en familias disfuncionales o con alguna discapacidad de alguno de sus miembros entre tantas situaciones por las que los padres acuden a consultar, considero eficaz un abordaje en red. Es decir, la coexistencia de un dispositivo individual para el niño y, alternada o simultáneamente, un abordaje vincular con familias o con padres y con sus vínculos significativos, como la inclusión de los vínculos de pares y de la escuela cuando la situación así lo requiera.

Entre las diversas y múltiples herramientas clínicas que la perspectiva compleja sustenta, el trabajo psicoanalítico con la parentalidad configura un espacio terapéutico habilitado y habilitante al despliegue de sentimientos, fantasías, dudas, deseos y temores que, muchas veces, los padres escenifican en sus relatos y en sus intercambios. Lejos de focalizar la mirada en el déficit parental, el camino consiste en desarmar junto con ellos ciertas convicciones e ir construyendo nuevos y distintos modos de vincularse con su hijo/hija y entre ellos. Los padres necesitan prácticas clínicas en donde no sólo pensar acerca de las problemáticas de su hijo/hija sino también cómo constituirse como padres.

 Ahora bien, ¿qué es lo que constituye parentalidad? Pienso que es una construcción con sus propios avatares, siempre en movimiento y en transformación, como la subjetividad misma. Esto significa que no es un estado al cual se accede, sino que constantemente cambia, en parte porque van cambiando las condiciones que la producen. Es en el devenir de lo que va aconteciendo en cada subjetividad, la de los padres y la de los hijos en su singularidad, la cualidad de cada configuración vincular, las peculiaridades de las historias identificatorias, junto con las transformaciones epocales y las otras pertenencias en las que están incluidos, que se pone en juego diversos modos de la parentalidad.

El constituirse como padres es una exigencia de trabajo psíquico y vincular que excede, e incluye a la vez, la cualidad de los primeros encuentros con el hijo en consonancia con la metabolización que hace el niño de lo que recibe. Las vicisitudes de la crianza, la puesta en marcha de funciones que organizan y regulan, delinean modos singulares de ser madre y padre. Intervienen en ello legalidades múltiples que se entrecruzan. La legalidad vertical ligada a la filiación se entrama indisociablemente con otras, una de las cuales es la legalidad horizontal ligada a la dimensión autorganizativa de los vínculos. Los padres se constituyen como tal también en vínculos de paridad, apoyados en el reconocimiento del otro como otro, distinto y, a la vez, semejante.  Considerar que la dimensión de paridad constituye lazo parental complejiza no sólo el vínculo entre los padres sino que habilita a construir parentalidad junto con otros, los muchos otros de grupos de madres, de padres y los incluidos en distintas pertenencias sociales,

La perspectiva psicoanalítica que hasta aquí intenté delinear da cuenta de una práctica clínica con padres favorecedora no sólo de procesos de la filiación sino con efectos subjetivantes y transformadores para cada uno de ellos y para los vínculos a los cuales pertenecen. Para ello, se trata de analistas con disponibilidad empática que propicien la constitución subjetiva además de brindar soportes al narcisismo parental. Se trata de sostener y apuntalar para poder crear un espacio de ilusión, una creencia que las expectativas respecto a su hijo/hija son posibles y, al mismo tiempo, velar el desamparo y lo imposible.

 

BIBLIOGRAFIA

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Puget, J: “Linealidad y discontinuidades: el poder y relaciones de poder”, Revista de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares, XXXIII, Bs. As, 2010

Rojas, M.C: La práctica nos interpela, Congreso de la Federación Latinoamericana de Psicoterapia Analítica de Grupo, Montevideo, 2000