Los tiempos en la experiencia del análisis
No deja de sorprenderme e impactarme una y otra vez, cada vez que releo la primer entrevista de un analizante, luego de un tiempo de transcurrido su análisis. Esas notas escritas por mí en ese primer encuentro, adquieren una significación nueva, un sentido absolutamente diferente, a la luz del trabajo analítico transcurrido.
Un paciente se presentaba en la primer entrevista diciendo que estaba “deprimido, quebrado”. Las asociaciones, sueños y relatos fueron enlazando y poniendo de manifiesto los modos en los que una “quiebra” de su padre, ya fallecido, atravesaba su historia y su presente.
Podemos pensar en el trabajo de elaboración, trabajo de duelo, pero también en el trabajo sobre los tiempos que habitan al Sujeto.
¿Cuándo un analizante habla, de cuándo habla qué tiempo atraviesa su discurso?
Los significantes “quebrado”, “quiebra”, en ese análisis, se abrieron a múltiples sentidos y marcaron momentos de viraje que permitieron escribir una nueva historia.
No se trata sólo de la repetición del pasado en el presente, sino de la puesta en escena de una diversidad de tiempos. Son precisamente estos momentos del análisis, en los que nuevas asociaciones abren a un acontecimiento nuevo, que se recompone aquello que lo precedía.
Sylvie Le Poulichet designa estos movimientos como “tiempos identificantes” en el transcurso de la experiencia analítica. Tiempos, que en tanto abren a nuevas significaciones, podemos pensarlos como tiempos instauradores que inauguran dimensiones de deseo, despliegan una nueva trama, y ahí radica su eficacia.
Le Poulichet advierte de no considerar la reactualización del pasado en el presente como una referencia a un tiempo lineal; no se puede pensar sólo desde la perspectiva de una lectura lineal de presente/pasado/futuro. Propone en cambio que “esos tiempos identificantes” ponen en juego el entrecruzamiento de dos temporalidades profundamente heterogéneas. Se trata del encuentro entre un “tiempo que pasa”, según nuestra representación consciente del tiempo cronológico, y “un tiempo que no pasa”, según la lógica de los procesos inconscientes.
Freud, en su texto de “Lo inconsciente” de 1915 afirma que “Los procesos del sistema inconsciente son atemporales, es decir, no están ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de este, ni, en general, tienen ninguna relación con él”.
Los procesos inconscientes abren devenires anónimos desprovistos de síntesis que no pasan para nadie, no pueden definirse por lo tanto como pasado. Hay una división entre nuestra representación consciente del tiempo y los tiempos que constituyen los procesos inconscientes.
Los “tiempos” en plural, que constituyen los procesos inconscientes no presentan ninguna localización, ninguna sedimentación.
Ninguna cronología ordena o fija los movimientos y transformaciones implicados por desplazamientos, condensaciones, proyecciones, vueltas en lo contrario o sobre la persona propia, identificaciones, regresiones.
Me resultó interesante situar esta perspectiva, en línea con los desarrollos de Denise Najmanovich en un Seminario sobre “Diversidad y Diferencia” , que dictó en nuestra Institución. Proponía entonces, que al hablar de “Diferencia” se hace referencia a un modo o sistema considerado dominante. Al pensar en términos de “Diversidad”, queda destacado que hablamos de entidades regidas por lógicas profundamente heterogéneas.
La inclusión de lo Inconsciente desordena la recta del antes y el después, trata el tiempo con espesores y volúmenes que producen una resonancia pulsional.
Aunque cabe aclarar que la cronología no queda por fuera, ya que estamos atravesados por el paso del tiempo, el concepto freudiano nachträglichkeit, punto de avance central en la teoría introduce la especificidad del tiempo en la experiencia analítica que posibilita el entramado de distintos tiempos del sujeto instaurando una recomposición con lo precedente.
Siempre sugiero en mis espacios de enseñanza tomar nota “a la letra” del relato de una primera entrevista. Resulta impactante releerla al finalizar ese análisis o luego de un tiempo de transcurrido el mismo. Tal como lo adelantara Freud: “No se debe olvidar que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad [nachträglich] discernirá.”
Lacan redimensiona el concepto freudiano nachträglichkeit ; el apres-coup enfatiza el modo en que el trauma se implica en el síntoma constituyendo una estructura temporal, operando en una modalidad que va del efecto a la causa.
En el análisis un episodio aparentemente insignificante o inadvertido en el pasado, es resignificado como un hecho conmovedor que desgarra la trama del tiempo y mediante ese desgarramiento habilita un nuevo campo.
El tiempo del psicoanálisis es, entonces, el tiempo excluído de la linealidad cronológica; el tiempo libidinal queda fuera de la linealidad imaginaria y la expresión espacial del tiempo. Las zonas erógenas se delimitan por la pulsación temporal y esta no-linealidad del tiempo del sujeto, del goce o del deseo no puede expresarse por lo tanto en una perspectiva cronológica.
En esta misma dirección del trastocamiento de un ordenamiento pensado como pasado-presente-futuro, Winnicott en su texto “ El miedo al derrumbe”, plantea que “el miedo clínico al derrumbe es el miedo a un derrumbe ya experienciado”, agrega: “hay momentos en que el paciente necesita que se le diga que el derrumbe, el miedo, el cual está destruyendo su vida, ya tuvo lugar”. Propone que esos miedos que alguien puede sentir de que algo tremendo pueda sucederle en el futuro o que quede en un estado de absoluto desamparo, no es algo que vaya a sucederle en el futuro, sino es algo que ya le ha sucedido, en momentos primarios de su vida, vinculado a lo que Winnicott nombrará como fallas originales del ambiente facilitador; y que, debido a la imposibilidad de experienciar esos estados de derrumbe y desamparo, a causa de la prematuración del yo, estas vivencias no pueden convertirse en pasado y reaparecen compulsivamente como posibles derrumbes futuros.
La noción de tiempo comienza a inscribirse en la subjetividad muy tempranamente, a través de las alternativas de ausencia y presencia, de la aparición y desaparición del objeto primordial. En ese intervalo entre la satisfacción y la necesidad surge el deseo, y es precisamente ese intervalo que instaura también la noción de tiempo.
La ausencia funda el afuera y este afuera como tal hace surgir la perspectiva de un adentro. En la experiencia presencia-ausencia podemos situar el fundamento de la estructuración del espacio y de la temporalidad psíquica.
Los devenires inconscientes no pasan, no desaparecen, no cesan, son atemporales, se vuelven cognoscibles al surgir en la escena onírica, o anudados a síntomas.
Los duelos congelados y sin posibilidades de tramitación, conducen a síntomas, actings, somatizaciones, depresiones y conductas de riesgo. El problema puede recaer también, en la generación siguiente y también, sin duda, en las posteriores.
Se trata de la singular colisión entonces, de dos temporalidades heterogéneas, estructuralmente diferentes, que engendran las condiciones de la repetición.
Es en el seno de la transferencia que se posibilita la conjugación de esos tiempos.
Al decir de Le Poulichet son esos “tiempos identificantes”, en tanto momentos del análisis en los que un acontecimiento nuevo recompone aquello que lo precedía, tiempos que abren a nuevas significaciones; tiempos instauradores que abren dimensiones de deseo.
Es el trabajo en la experiencia analítica, en transferencia, lo que posibilita conmover identificaciones coaguladas, duelos detenidos, síntomas, lo que permite desplegar aquello que transcurre en esos tiempos desamarrados de los almanaques.
Bibliografía:
- Freud: “Lo inconsciente” (1915) OC. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1984.
- Le Poulichet Silvie: “La obra del tiempo en Psicoanálisis”. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1996.
- Denise Najmanovich: Seminario sobre “ Diversidad y Diferencia”. Actividad Científica. Centro Oro, 2017.