Amores a la carta: entre la intensidad y la indiferencia

El amor ha sido siempre un tema y también lo es hoy, una época sometida a la intensidad y vorágine de los cambios. ¿Es un sentimiento que cambia? ¿Estará el amor en crisis? Los pacientes acuden a nuestros consultorios y entre palabras y silencios, lágrimas y pañuelos, sonrisas y sueños, narran los modos en que el amor aparece dibujando sus figuras y marcando sus pasos.

Amor, siempre hubo amor y una de las cuestiones a pensar sería cuáles son las formas que adquiere en la actualidad. ¿Hay versiones actuales acerca de este sentimiento? ¿Es el amor una antigua problemática que debemos descubrir tras los ropajes de la actualidad? ¿Podemos con nuestras herramientas percibir el dolor y la angustia que este afecto provoca? El amor como fuerza, ¿resiste a la temporalidad y a las distintas configuraciones institucionales que cada época ha sostenido e impuesto?

Hoy los pacientes llegan a nuestros consultorios acompañados de sus pertenencias y entre ellas su celular. También nosotros acompañamos nuestra cotidianeidad con el mismo tipo de dispositivo, es un objeto que tempranamente y en toda ocasión acompaña nuestro modo de habitar el espacio existencial. El mundo digital nos atraviesa, constituye y construye, nos permite ser parte y también nos excluye, nos acerca y nos aleja, nos entretiene y nos aburre. Pero es, está aquí, y aprovechando esta perspectiva, quizás algunas líneas se puedan desplegar para pensar algo acerca de la subjetividad que denominamos contemporánea.

Una joven paciente relataba que ella quería casarse, tener un hogar e hijitos. Se describía a sí misma como Susanita. Buscaba activamente a su “amado” a través de una aplicación en las redes y también en el boliche al que suele ir con sus amigas a tomar unas birras (sus anteriores parejas fueron posibles a partir de la aplicación): “Si alguien me resulta interesante lo primero que hago es “investigarlo” (stalquearlo) en las redes.”

Otro paciente relataba las ventajas de buscar a un nuevo partenaire a través de la aplicación, describía las ventajas de esta modalidad: “te podés conectar con gente nueva, de otros círculos y también conversar con varias a la vez”, e incluso generar encuentros sin que tuviera que decidirse por uno u otro contacto. “Es mejor que ir a un bar y esperar que algo pase, te sentás frente a la pantalla, te entretenés un rato y generás nuevas posibilidades. Qué podés perder, como mucho es sólo un café.”

Los modos de encontrar al amor aparecen en estos jóvenes y en mucho de los que nos relatan en nuestros consultorios, facetados por las formas epocales y enredados en las redes sociales: Tinder, Badoo, Happn, Grindr, entre otros. Aplicaciones que al modo de celestinas digitales, facilitan los contactos y ponen a tan sólo un click la posibilidad de elegir a la carta un partenaire, evitando las complicaciones y/o facilitando encuentros sexuales sin esfuerzo, como así también la oportunidad de encontrar una relación duradera.

Quizás una primera cuestión es la referida al tiempo, ¿es el amor para siempre? Los cuentos nos decían: “y fueron felices y comieron perdices”. El amor para siempre, único, no es tan antiguo. Es el amor denominado romántico que comienza a expandirse por Europa a finales del siglo XVIII. Este es un amor que se caracteriza por amalgamar los ideales del amor con los valores morales del cristianismo. El lazo con el otro y los afectos predominan por sobre la sexualidad, es un amor para siempre porque es un “amor verdadero”. Su continuidad implica una historia compartida y un ideal que tiene una primacía especial. Este modelo, propio de la modernidad tiene su centro en el hogar, en donde la intimidad aparece como un espacio de encuentro, predomina la heteronorma y a cada uno de los sexos les corresponden sentimientos y actividades específicas: para la mujer  maternidad y  femineidad aparecen como las cualidades propias y deseables.

¿Es sólo la caída del formato romántico lo que puede explicar cuestiones acerca de la relación entre el tiempo y el amor? Claro que no, la continuidad de un vínculo es deseable, pero no es una cualidad imprescindible. De alguna manera comienza a circular otro modo de pensar, es frecuente escuchar el deseo de “compartir un tiempo y no “compartir una vida”. Desde este punto de vista podría pensarse que las relaciones se piensan incluyendo que éstas se puedan terminar (una especie de para siempre mientras dure) lo que habilita a otra línea de cuestiones vinculadas al tipo de compromiso en juego. ¿Serán vínculos más frágiles? En este sentido las estadísticas de la ciudad Buenos Aires (2017) nos dicen que, si bien la cantidad de personas que se casan ha disminuido entre 1991 y 2016 en un 47%, la cantidad de personas que certifican su unión (certificado de convivencia) han aumentado en la misma proporción. No sería lo amoroso en cuestión sino sus formas institucionalizadas las que se encuentran en crisis junto con la naturalización de un modelo normativo.

Hablar de amor es incluir la idea de que hay varios amores y que una misma palabra encierra sentidos y vínculos muy diferentes. Es tan nuevo como viejo, de hecho, los griegos usaban diferentes palabras para representar vínculos de distinto tipo, que nosotros sintetizamos en la palabra amor: eros (la pasión y el deseo sexual, intenso, carnal y efímero), philia (la amistad, la solidaridad), storge (un filia duradero y comprometido que crece con el tiempo), agape (es el amor desprendido e incondicional).

Pensar en las aplicaciones y las elecciones a la carta, abre a algunas cuestiones:

-Amor y sexo: pueden ir juntas, pero también pueden ir por separado. Género y sexualidad también. Los algoritmos promueven las coincidencias, y si bien es la imagen la que inicia la secuencia, es el chateo, la palabra, la que combina y ejecuta la posibilidad: ”si voy a un lugar donde no conozco a nadie, abro la aplicación y  fácilmente encuentro contactos”. Esta frase podría relacionarse con eros de los griegos, aunque para ellos era una forma peligrosa porque su intensidad e irracionalidad podía apoderarse del sujeto. En su expresión moderna la encontramos en los denominados encuentros furtivos, en la figura de los amantes y en el sexo casual. Las aplicaciones tienen sus condiciones y filtros que orientan las búsquedas, aceleran los tiempos y presentan sus resultados (“coincidencias”). “¿Qué se puede perder?”, un encuentro fallido puede ser rápidamente reemplazado por una nueva elección. En un mundo facetado por las formas del mercado siempre es posible una mejor opción. Lo desconocido pierde su distancia, posibilitando una rápida intimidad, aunque quizás sólo limitada a un encuentro entre cuerpos. Como critica el filósofo Han (2012) el riesgo de lo actual es un cuerpo mercantilizado, valorado a través de su rendimiento y cuya función está relacionada con el placer, dejando por fuera todo aquello que pueda herir, especialmente al amor que se encuentra amenazado por el narcisismo de la excesiva mismidad

Las aplicaciones, permiten seleccionar no sólo los gustos a la hora de elegirse sino también el tipo de encuentro buscado. Al decir de Badiou, el encuentro puede ser el inicio de algo más que una pasión sexual o fenecer como la llama de una vela. ¿Podrán estas aplicaciones abrir hacia la aventura de sumergirse en lo desconocido y experimentar la alteridad a pleno?

-Presencia y ausencia: la red muestra como la presencia y la ausencia se entretejen en el entramado vincular tomando tantas formas como las posibles al modo de un calidoscopio virtual. Nuevas palabras dan cuenta de modos de cómo se inician y/o cortan relaciones a través de las redes, iluminando de manera específica cuestiones que no son en sí novedosas pero que la red amplifica. Encontrarse en la red no significa conocerse, charlar alude a un intercambio (chatear), siendo estos movimientos preliminares para intercambiar vía WhatsApp (que implicaría un interés mayor) para luego concertar un posible encuentro cara a cara. El tiempo cronológico en los que estos pasos se juegan no tiene tanta importancia como sí su intensidad. Muchos de los jóvenes describen que suelen ver los contenidos de aquellos que les interesan: “Si alguien le resultaba interesante lo primero que hacía era “stalquearlo” (investigarlo en las redes)” señalaba la paciente que se nombraba a sí misma como Susanita. Stalkear convertido en verbo, refiere para los millenials, a la acción de vigilar, controlar vía redes sociales las publicaciones, perfil y fotos de alguien en particular. Si se les pregunta porqué realizan esta investigación rápidamente contestan: curiosidad, saber algo ya, conocer para continuar con el contacto o también para cortarlo y evitar posibles frustraciones. ¿Será un movimiento defensivo frente a lo desconocido, frente al esfuerzo de construir con el otro, frente al temor de ser herido y sentir dolor? Sólo la singularidad del cada cual, podrá dotar de sentido a estos interrogantes.

-ausencias, cortes y finales: tener contactos no es tener una relación, como bloquear a alguien en la red no es hacerlo desaparecer. Así aparecen expresiones como “ghosting” que es cuando se conocen, intercambian números, inician un contacto fluido y uno de los dos desaparece de manera drástica, bloquea el número, o sea, corta la relación sin dar la cara. Otro paciente comentaba que alguien que le interesaba mucho había desaparecido de sus pantallas, creyendo que la razón había sido una foto recientemente subida, algo que apenas había empezado ya había terminado. Otro paciente relataba la molestia que le generaba saber que su expareja seguía insistiendo en comunicarse con él (ya que el sistema le informaba que el número bloqueado intentaba comunicarse) a pesar de haber atravesado un largo proceso de separación. ¿Será posible en algún momento borrar los recuerdos de un amor finalizado y sus molestos restos con un solo clic?

-otros amores:  los griegos nos recordaban que hay amores vinculados a lo fraterno, a la camaradería y a la amistad (philia), estos amores no involucran ni pasión ni atracción sexual. Los vínculos tienen hoy una existencia tanto presencial como virtual. Las redes permiten múltiples intercambios caracterizados, entre otras aspectos, por la difusión de  lo íntimo y privado  como un gesto voluntario de exponer de manera pública aquello que antes era resguardado: Facebook, Instagram, por ejemplo, visibilizan el flujo que reúne el mostrar y a la vez curiosear. Una rápida observación en cualquier lugar público revela que la mayoría de las personas están concentradas en sus dispositivos móviles. Esta forma de estar de manera permanente atentos a lo que los otros hacen y dicen corresponde a un tipo de sociedad que Riesman (1986) denomina “dirigida por otros” donde predomina la comunicación a través de distintos medios masivos, y donde lo común es que las conductas se encuentran dirigidas por los pares (ya sean cercanos o no) generándose un proceso de tender hacia ellos y prestar profunda atención a sus señales. En estas sociedades la mirada ajena puede ocupar el lugar de definir quién es quien y cuánto vale cada uno. El trabajo de la alteridad se complejiza: infinidad de fotos y selfies, frases y comentarios, coleccionan multitud de “me gusta”, y contabiliza cuántos seguidores se tienen. Pero a la vez la multitud de seguidores también puede ser sólo eso, una masa sin ningún rasgo de singularidad. Tener amigos en las redes no es igual que estar acompañado, pero también son una vía que permiten a través de la virtualidad desplegar relaciones que a veces en presencia encontrarían más dificultad o nunca se hubieran iniciado.

Queda claro pues que las vicisitudes de la vida amorosa son de manera manifiesta o latente parte de la existencia humana y se despliegan con seguridad en el ámbito de la consulta. Formar parte de un vínculo, sostener un entramado vincular son tareas complejas pero inherentes a la existencia humana. Hasta ahora no hay aplicación ni sistema que exima del trabajo psíquico de formar parte de un entramado vincular ni fórmula química que disuelva el dolor de una ruptura amorosa. Pero a su vez, es lo amoroso, la posibilidad del encuentro con la experiencia de lo diferente, el juego y la potencia de la alteridad.

La pregunta sería: ¿Es posible pensar el amor más allá de las formas que hemos conocido?  Quizás el ejercicio de desligarlo de sus formas institucionalizadas nos permita extender sus sentidos y encontrarnos con las múltiples afectaciones que su experiencia nos pueda deparar.