Presentación del libro
“Suicidios Perspectivas teóricas y clínicas»
Compiladores: Néstor Stingo y Gabriel Espiño
Prólogo: Nelson Castro – Comentario: Santiago Kovadloff
Tuve el gusto de participar en la presentación del libro” Suicidios: Perspectivas teóricas y clínicas” en el Centro Oro, invitada por Susana Salce, junto con uno de los compiladores del texto, Gabriel Espiño.
Tanto Susana, como Gabriel y yo trabajamos la temática del texto desde una perspectiva psicoanalítica. Y en mi caso particular, se me ofreció abordar una temática específica dentro de las posibles manifestaciones del suicidio: los pactos suicidas.
En principio pensar en un pacto, en un acuerdo interpersonal para acabar con la vida, pareciera paradojal, dado que suicidarse sería una decisión estrictamente personal, un abierto desafío a la normativa que nos rige –al menos en nuestra cultura- que nos impone el No matarás. No matarse estaría incluido en este mandamiento, en la medida en que la vida nos ha sido donada por Dios, amo y señor de nuestra vida, y también de nuestra muerte .Por algo los suicidas son enterrados fuera del camposanto.
Sin embargo, hay otras culturas que no condenan el suicidio, sino que lo enmarcan como rito necesario como salvaguarda final de su simbolismo. Un caso típico, el Sappuku japonés, un acto privado que se hacía público, por la necesidad de transmitir la fidelidad a un orden de ideales. Podríamos leer allí un extraño parentesco con la solución de la Tragedia clásica, como en el caso de Antígona. El valor de los Ideales es superior al de la vida, o al de la existencia, si pensamos que más que seres vivos al estilo de la Biología, somos seres hablantes, por ende ex -sistentes, capturados por el sentido y el sinsentido de nuestro estar en el mundo, siempre ficcional.
En este sentido el ritual suicida da cuenta de esta condición exclusiva del hablante: la ex -sistencia pierde sentido sino se cumplen determinadas exigencias- en este caso la necesidad de sostener un ideal. Sin esto, la vida misma se vuelve imposible. Nada hay parecido fuera del territorio humano, del hablante ser. Los animales no se suicidan, mueren o matan en combate por la supervivencia.
El ritual suicida pareciera portar entonces la dignidad de lo trágico. Dese esto interpela a quienes deben soportar el encuentro con quien ha tomado esta decisión. Siempre el acto suicida genera una pregunta por el sentido del acto ¿Por qué habrá sido? ¿Qué ha llevado a alguien a esta decisión extrema? Pregunta por el sentido que siempre vela la dimensión del sinsentido, siempre presente, en la medida en que el sentido vela el empuje gozante que nos determina.
Entonces, me pregunté, ¿Cómo pensar en un pacto para matarse? ¿ qué lógica atribuirle a algo que se colectiviza, siendo de carácter personal?
En principio, los pactos que se generan dentro de la vida social garantizan la circulación de ganancias y pérdidas, siempre sostenidos en la lógica de la alienación: la bolsa o la vida, sostenida por la operación fundante para el sujeto y su relación al Otro en su condición de semejante o partenaire: la castración. Algo debe perderse bajo la promesa de obtener algo a cambio. En una secuencia de pérdida y recuperación.
En este aspecto, los pactos suicidas albergarían una extraña lógica, se pacta para ¿perderlo todo? La ganancia quedaría como promesa incomprobable para el sujeto, y queda sostenida por la creencia. Porque al colectivizarse el acto, pareciera quedar sujeto a la lógica de los procesos de masa ,de las identificaciones al líder , de la sumisión al líder , tal como Freud la describe en “Psicología de las masas y análisis del Yo ”.La fortaleza del fenómeno de masa hace que la voluntad individual no pueda ofrecer un freno inhibitorio ante la compulsión suicida “colectivizada”. No hay forma de desobedecer el pacto. El pacto, como mascarada de la socialización de la muerte, anestesia respecto del sentido trágico de la decisión, pese a que cierta dignidad trágica del acto pudiera quedar sostenida de la puesta en común de ideales o creencias que lo recubran de sentido.
Me pregunté entonces si los atentados terroristas urbanos organizados por ciertos fundamentalismos religiosos no serían formas actuales de pactos suicidas, que además conllevan el matarse para poder matar a otros, esos enemigos que no responden a los puros ideales que la religión necesita para sostener una vida vivible, soportable. Los psicoanalistas pensamos el acto suicida como la puesta en acto del asesinato de este otro que nos habita en nuestra esquicia, ese trozo de nosotros mismos que hemos expulsado para constituirnos y que moebianamente nos retorna, a veces como lo prójimo: eso nuestro expulsado que nos retorna amenazadoramente.
Estos pactos escenificarían la brutalidad del aniquilamiento de esto otro, que expulsamos como el enemigo. Matándonos, a la vez aniquilamos a estos otros amenazantes .Las guerras religiosas, el recrudecimiento de los racismos en la cultura occidental dan cuenta de estas cuestiones, que Lacan trabaja detenidamente en su seminario La Ética. La lectura de estas enseñanzas me ayudo bastante a poder pensar en estas cuestiones propias de los modos actuales de la presentación del malestar en la cultura.
La otra cuestión que me surgió fue pensar en los fenómenos suicidas actuales, tales como se nos presenta, por ejemplo, en los servicios hospitalarios, donde somos testigos de una epidemia: los intentos de suicidios en adolescentes. Allí se me presenta un significante, aportado por Anna Arhent, a propósito de su lectura del juicio de Eichman en Israel, la banalización del mal.
¿Y si pensáramos que en estos intentos, lo que hay es una banalización de la ex – sistencia? No hacernos cargo del valor de la ex – sistencia, como si los sentidos que nos permiten darle valor, querer estar vivos, gozar de ello, se hubieran licuado, por la predominancia de una civilización sostenida por el valor de la técnica?
En el juicio a Eichman, la argumentación del jerarca se sostenía de la defensa de la eficacia en el cumplimiento de su función. Sus actos se desentendían de lo bueno o malo que ellos encarnaban para sus víctimas, sólo eran regidos por el ideal de la eficacia. La degradación de los ejes morales se sostiene siempre de la des-humanización de las víctimas, siempre convertidas en números, objetos de manipulaciones técnicas o contabilizables. ¿Cómo se anudarían la banalización del mal con la banalización de la ex – sistencia? Si el mal se banaliza, si se caen los velos que la moral construye para recubrir lo real del goce, y hacer con esto posible el lazo social, los hombres se des-humanizan, se vuelven objetos manipulables , al servicio del nuevo Dios :la técnica. El ideal técnico que supone la eficacia del exterminio de una cifra millonaria de judíos, vela la atrocidad de lo trágico de cada muerte. Lo trágico se difumina detrás de una técnica capaz de exterminar masivamente.
Lo paradojal se encarna en las actuales formas de terrorismo fundamentalista, sea cual fuere su sesgo ideológico, tanto en Occidente como en Oriente, donde el Dios de la religión pareciera depender cada vez más del Dios de la técnica, en el diseño de sofisticadas armas de destrucción masiva.
Mi escrito concluye con determinar con claridad la diferenciación entre las formas colectivas de suicidio, y el acto del suicidio como decisión personal, donde se elige ausentarse de lo insoportable .
Seguramente es posible indagar en estos ejes y repensarlos cada vez que estamos convocados a sostener en nuestra clínica las formas actuales donde el malestar en la cultura se hace presente. La cuestión de los suicidios adolescentes con formatos de fenómeno de masa es un tema pendiente de lectura e investigación. Siempre con el formato del caso por caso, tal como entendemos la singularidad de nuestra práctica.
Fue muy agradable la interlocución con los colegas del Centro Oro y es un gusto presentar este breve reseña para la Revista Digital, como testimonio de una experiencia muy interesante de trabajo en la presentación del libro. Va mi agradecimiento a quienes me la solicitaron.