Climas de época. Sensibilidad y empatía

«Elena grita y grita como una loca y yo ya no lo soporto más. Se exaspera cuando algo no le gusta y grita delante de la nena, en la calle, cuando estamos con la familia de ella o mía, no la podés parar. Es verdad que yo me saco, dice Elena, pero él se pinta como si fuera la víctima de una loca que grita porque está descompensada y no por lo que él sigue haciendo a pesar de que hablamos miles de veces de que no se ocupa de nada. Pero cuando te digo nada… ¡es nada de nada! Así se presentan. Son una pareja treintañera y tienen una hija de dos años.”

Gastón trabaja todos los días de la semana. Los siete. Como no lo hace en relación de dependencia, siempre tiene algo para hacer que es urgente, para mañana o para dentro de un rato. No hay separación alguna entre el tiempo del trabajo y otros tiempos.  A Gastón no le renovaron el contrato que tenía en el Estado apenas comenzado el nuevo gobierno, a finales del año 2015.

Así fue que, en medio de la sorpresa desesperante, comenzó a agitar su red de contactos, red construida gracias a la tarea incesante que desempeñó durante esos años en la dependencia ministerial.  “Porque yo soy un tipo que no falté al laburo ni un solo día, ni un gramo de ñoqui tuve en estos seis años.” Así que a partir de ese momento, Gastón empezó su vida laboral independiente.

La particularidad de su trabajo actual es que se desarrolla cien por ciento por la vía digital. Trabaja en encuestas e informes estadísticos que se despliegan por la web. No conoce a la mayoría de quienes lo contratan en distintas partes del mundo, a quienes llega por los “contactos”. Es un sociólogo joven y el trabajo hay que tomarlo cuando viene porque después se acaba.

Elena, en cambio, sigue trabajando en una dependencia pública. Es empleada de la planta permanente, así que no está sujeta a que todos los años tengan que renovarle el contrato. Es contadora y lo que sí sucede en su lugar de trabajo es que están controlando mucho los horarios, lo que implica que tiene que salir de su casa a las 8.00 y no vuelve antes de las 18.00 o 18.30. Se queja del poco tiempo que le queda para ver a su hija. “Y Gastón nunca se ocupa de nada porque el señor está trabajando las veinticuatro horas del día. Yo no puedo más así, parece que para él la nena y la casa son solo mías. Y mis gritos… es la única forma de llegar a este tipo insensible que parece que no le importa nada.“¿Insensible?, pregunto. “Si, insensible. Antes no era así, desde que me embaracé que desapareció, es un cable del teclado.” Ambos ríen de la ocurrencia. “Lo que pasa es que el embarazo de Elena ocurre en el mismo momento que pasé a ser un desocupado.” “Bueno, aclara Elena, pero ya no lo sos.”Sin embargo –insiste Gastón- yo me siento así. Un cuentapropista. Hoy tenés, mañana no tenés.

Mientras él habla, Elena pone caras de fastidio. Se irrita y lagrimea al mismo tiempo. No se distingue el dolor del enojo. “Él me saca por su impavidez, por su apatía. Todo puede estar patas para arriba, la casa hecha un quilombo, la comida sin hacer, la nena cagada y llorando y él te dice “estoy trabajando”. Las peleas abundan entre un Gastón anclado en que “ella grita y ya no la soporto” y una Elena que se enfurece, llora y grita por la sobrecarga de tareas en la casa sobre todo desde que nació Luli, pero también por la imposibilidad de encontrarse con Gastón que trabaja todo el día todos los días. Las frases se estereotipan.” “Ella se enoja por cualquier cosa y grita como una loca.” Es un partido de ping-pong. ¿Qué hacemos con esto?

Conocemos las diversas figuras que han ido tomando en nuestro país la precarización de la vida, que sigue obligando a gran parte de la población, a poner el foco en lo puramente autoconservativo en detrimento de los proyectos identificatorios que los constituyen.  De todas maneras, entiendo que sigue siendo necesario pensar las siluetas que lo contornan cada vez.

Encontramos que hoy en día, hay una variable especial que atraviesa la ferocidad vincular. Se trata de los efectos del crecimiento vertiginoso de la tecnología que ha cambiado la noción del tiempo tal cual lo pensábamos hasta unas décadas atrás

El filósofo italiano Franco Berardi, se ha constituido en un referente a la hora de pensar en los efectos de los cambios tecnológicos en la humanidad. Describe lo que denomina “una mutación antropológica” que se estaría desarrollando a partir del impacto de la tecnología digital sobre nuestra sensibilidad.

La hipótesis es muy fuerte y polémica. Si la sensibilidad es la capacidad de interpretar señales que circulan por fuera de la palabra, esa capacidad está desapareciendo frente al avance de lo digital que funciona en base a codificaciones y algoritmos. Y lo más grave aún, es que ese efecto de atrofia sobre lo sensible, erosiona y pauperiza la capacidad empática de los sujetos.

La tésis de Berardi es que la aceleración infinita de lo que denomina “la infoesfera”, la masa abrumadora de estímulos, imposibles de elaborar en la velocidad de su diseminación, atentan contra la experiencia sensible que, por definición, requiere tiempos mucho más lentos para desplegarse. Y allí residiría la gran mutación de estos tiempos: “…la aceleración de la infoesfera está arrastrando (…) a una reconfiguración de la percepción del otro y de su cuerpo, afectando los gestos, las posturas y toda la proxémica social”.

Antes no eras así, decía Elena. Se te podía hablar…ahora hasta que no grito no respondes, estás en tu burbuja.” Elena y Gastón viven en este tiempo. Se conjugan elementos temidos, cuyo contenido singular y vincular habrá que esclarecer, con la nula conciencia del atrapamiento en la problemática social en la que viven e intentan tejer su relación de amor. Podríamos pensar que lo empático ha sido erosionado, que entre los gritos de ella y el hipertrabajo de él, no hay espacio alguno para el encuentro.  ¿Cómo podrían armar un modo más grato de estar juntos si no logran elaborar esta posición que tienen en la vida y en el vínculo?

Bifo Berardi habla de dos tipos de relaciones: conjuntivas y conectivas. Lo conjuntivo tiene que ver con aquello que es pasible de interpretación, ambiguo, no codificable. Alude, sobre todo, a la conjunción entre los cuerpos, a lo vibratorio, a aquello que, como en el cortejo amoroso, se presta al juego y a la interpretación. No hay exactitud posible. Es el terreno de la sensibilidad, de la empatía. En cambio, la lógica conectiva, digital, no requiere de ninguna interpretación sino que está formateada en ceros y unos. Es la relación entre una máquina y otra máquina donde la interpretación de los signos cae ante la lógica de la exactitud algorítmica.

Naturalmente, es un tipo de relación en la cual puede nacer la violencia si no hay una educación a la conjunción, lo que en la modernidad se llamó “cortesía”. La ambigüedad se ha vuelto peligrosa porque la cortesía ha desaparecido y entonces estamos obligados a decir “sí es sí, no es no”. A mí no me gusta esta binarización de la comunicación, pero al día de hoy me parece inevitable. Porque fuera de la reducción “sí-sí, no-no” se haya constantemente el peligro de la violencia.

La mutación de la sensibilidad construye un mundo sin matices, mucho más del lado de la búsqueda de patrones codificables que de la experiencia sensible. Tinder sería un buen ejemplo de cómo los encuentros se producen algorítmicamente en lugar de un cruce de miradas, del erotismo implícito, de lo ambiguo de un encuentro azaroso. El encuentro empático se ha ido erosionando en favor de las convenciones codificables.

¿Alcanzarán nuestras herramientas teóricas y nuestra sensibilidad para captar el impacto subjetivo de estos fenómenos, cuando la aceleración está empobreciendo la experiencia?

“¿Cuánto hace que no cogemos?” Dice Elena, entre el reproche y la reflexión. “No solo eso, ¿cuánto hace que no nos tocamos? Me acerco a vos y me sacas corriendo.” Gastón se ríe. “Dale, ¿cuánto hace que ya no haces eso?” “Es verdad, estamos medio locos, yo me quedé atrapado, tiemblo cada vez que se me termina un contrato de estos nuevos.” 

“Si, vos temblás pero siempre te salen trabajos nuevos y te gusta lo que haces. No dijiste hasta ahora es que estás dirigiendo tu vida no a lo académico, yo no puedo porque tengo todo el día ocupado con un trabajo horrible y no puedo dejarlo porque la Obra Social se paga desde mi trabajo en relación de dependencia.”

Así llegan. Con poca o nula empatía entre ellos, imposibilitados de ponerse en la piel del otro. Parecería haberse agotado la posibilidad de encontrarse. Pero vienen. Y cada tanto pueden reflexionar, hacer chistes, reírse. Gastón no es un insensible, pero la premura traumática del despido no ha entrado en cadena asociativa. Ya hace tres años que trabaja en forma independiente y sin embargo, siente que el desempleo está a la vuelta de la esquina. Un psicoanálisis de pareja, debería llevar a los sujetos del vínculo a revisar, poner en cuestión y transformar la posición con la que llegan. Ello sin duda implicará repensarse como sujetos, animarse a revisar algunos de sus fundamentos, en una travesía que no los va a dejar inalterados en su ser.

Un nuevo hecho ligado a la vida social dio la oportunidad para repensar el vínculo. Elena venía participando cada vez más de la revuelta feminista y el movimiento “Ni una menos”. El 8 de marzo del 2018, -conocido como “el 8M”- día del Paro Internacional de mujeres, Elena fue a la multitudinaria marcha que se realizó en Buenos Aires y Gastón se quedó con Luli. En el colegio de la niña las maestras pararon para ir a la movilización así que no había clases.  Para Gastón, ese encuentro con la hija y la decisión de Elena de ir a la marcha, operó como un acontecimiento.

– “Yo me doy cuenta  que en esta locura de trabajar sin parar, la dejo a ella en una posición jodida porque  es cierto que la comida y la nena queda como que son de ella y no mías. Y la verdad es que yo podría hacer otra cosa porque tengo libertad de horarios, lo que pasa es que me aterra quedarme otra vez sin trabajo. Allí interviene Elena: Y encima me obligas a mí a quedarme en ese trabajo de mierda por la obra social.”

-“Bueno, -agregó Gastón- yo no te obligo, hasta ahora no pudimos pensar en pagar una medicina prepaga, pero yo me presenté a un concurso de adjunto en la cátedra en la que doy clase y tengo muchas chances de ganarlo y entonces, si lo gano, la Obra Social puede venir de mi lado y eso ya no sería un impedimento para que vos busques otro trabajo. No depende solo de mí, hay que esperar los resultados del concurso.”

 “No depende solo de mí”. Gastón advierte que no alcanza solamente con su movimiento subjetivo, ni siquiera con la transformación que ello podría generar en el vínculo. La vida social debe permitir que esos posicionamientos giren. Pero también puede no permitirlo.

Agreguemos también, que Gastón y Elena son una pareja joven con una hija pequeña, sin padres ni familiares cerca. El caos que ocurría entre ellos a diario, tanto para ir a buscar a Luli al jardín como para hacer compras y cocinar, se repetía en el formato del tratamiento. Sostenerlo no fue fácil ni para ellos ni para mí. Algunas veces aparecían con la niña; otras pedían cambios muy cercanamente al horario de la sesión. Yo podría haberme contentado con interpretar las resistencias al análisis, lo cual era, sin dudas, parte del asunto. Sin embargo, una posición sensible y empática me llevó a darle lugar a esas torsiones del dispositivo la mayoría de las veces.  La presencia de Luli en algunas sesiones, me daba oportunidad de ver como se armaba el espacio familiar.

El analista puede aceptar ese tipo de escenarios o rechazarlo, de acuerdo a los propios límites y posibilidades. A eso lo llamamos “disponibilidad empática”. Entendemos la empatía como una posición necesaria aunque de ninguna manera suficiente para el despliegue transferencial.

Lejos ha quedado, para nosotros, la idea de un análisis del mundo interno que no contemple la condición social de la subjetivación humana. Cada vez más alejados de la pretensión de neutralidad que pretendió sumir al analista en una pura máquina interpretadora sin sensibilidad en el manejo de la experiencia.

En la Argentina, hemos tenido muchas oportunidades para asumir en nuestra práctica una concepción de la subjetividad que contemple el impacto de los hechos de la realidad, que comprenda qué es encontrarse con un sujeto o un vínculo desmantelado a partir de la caída de los apuntalamientos que hacen posible la vida. En esos momentos, no hay erótica que aguante.

El psicoanálisis no puede acompañar la reducción de la sensibilidad ni la erosión de la empatía que aparecen mudas en la naturalización cotidiana del sufrimiento del semejante.

Tenemos mucha tarea por delante. Y ya no solamente en el consultorio. Está inmersa en infinidad de prácticas, como psicoanalistas, o simplemente como ciudadanos. Esa tarea es resistir a la barbarización de los vínculos, abrir el campo de pensamiento en los análisis, instrumentar la sensibilidad empática como elemento indispensable en el campo transferencial y en eventos como este, apostar a la construcción del pensamiento colectivo, que batalle contra la fragmentación, que nos permita atesorar las vivencias de nuestras prácticas para convertirlas en experiencias y sostener a ultranza que no hay salud individual si no hay salud colectiva.