Exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene dentro, como si
la causa mecánica de mi deseo estuviese en el cuerpo adverso. Soy parecido a
esos chiquillos que desmontan un despertador para saber que es el tiempo.
R. Barthes
“Cuando estoy con mi amiga, él es más interesante. A solas con él, me aburro”.
Este mínimo ejemplo marca la necesidad del Otro para que se ponga en marcha el deseo. Es decir, que este objeto solo cobra valor porque esta (o no) indicado por el deseo del Otro.
El amor no es el único que tiene condiciones.
Se dice del amor que cuando se ama se lo hace sin condiciones.
Al introducirnos en la vida amorosa de los sujetos podríamos encontrarnos con que no es así, aquello de que el amor no tiene ninguna condición, ya que al menos una tiene, y es que el amante sea correspondido en su amor por el amado. “Lo único que te pido, solo eso, es que vos también me ames…solo eso”.
Solo eso pedimos cuando amamos, solo eso, que más.
Es decir, que debemos inferir que también el amor tiene una condición, única e inapelable. Cuando amamos lo hacemos pero también con condiciones, al menos demandamos una: que también nos amen. Y así si poder ser uno con el otro.
Si todo amor para que sea tiene sus condiciones, el deseo, que no queda a su saga, también él tiene las suyas.
Freud en su artículo: “Sobre un tipo especial de elección de objeto en el hombre” muestra como un sujeto enamorado siente deseo por una mujer solo si ésta mujer está en una relación con otro hombre.
El deseo de este hombre solo se pone en marcha, la podrá desear, si ella tiene algún interés sobre otro hombre. En ese mismo texto Freud afirma que si ese mismo hombre se encontrará solo en una isla desierta con esa misma mujer, tal vez no le despertaría el más mínimo deseo.
Este ejemplo lo que nos demuestra es que el deseo, como el amor, tiene sus condiciones para que se produzcan; para que hagan su aparición en la vida erótica de los sexos.
Freud señala que estos sujetos en estas situaciones tienen sus preferencias. Estas preferencias son inconscientes y esto queda demostrado en los análisis cuando se interroga a estos hombres sobre el motivo de estas y ellos responden que no saben porque lo hacen o porque les sucede pero, una cosa es segura, no pueden dejar de tener esa preferencia.
Son unas preferencias que tienen una cuota de exigencia. Como lo expresa Oscar Masotta: “… para que una mujer sea deseable tiene que tener (X) condición”.(1)
Lacan afirma que la condición del deseo, es ser el deseo del Otro, lo que permite desear a una mujer es que esa mujer sea deseada por Otro. “El otro como deseante es el que torna atractivo al objeto”.(2)
Esta manera de entender (interpretar) al deseo nos lleva a pensar que la vida erótica de los sujetos deseantes no es uno más uno es dos, sino un poco más compleja. Algo así como uno más uno es tres.
También Lacan elogia el hallazgo en su clínica, realizado por Freud, al poner en evidencia que la vida erótica de los seres parlantes es degradada, y que esta degradación proviene del complejo de Edipo.
Voy a trabajar sobre esta relación entre el deseo y el amor en la vida erótica a partir de un cuento de Silvina Ocampo que se titula “Amada en el amado”. (3)
Este cuento trata sobre la relación de dos enamorados, donde desde su inicio, nos dice el que narra, parecen que fueran uno solo. Este sería uno de los prodigios del amor.
“Se amaban con ternura, pasión, fidelidad”. Trataban de estar siempre juntos y cuando no lo estaban uno pensaba en el otro y esto se transformaba en “una una especie de convivencia”.
Estos amantes habían acordado tener sus relojes sincronizados para poder a la misma hora juntos, aunque separados, recitar los versos de San Juan de la Cruz, que dice así: “Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformaste”.
También aparecen otras frases muy hermosas, dedicadas a su amor en su ausencia, “mis ojos te miraran” o “En el lápiz de labio estaré cuando pintes, o en el vaso de agua cuando bebas agua”.
Las manifestaciones amorosas llegan a tal punto que uno de los amantes dice: “A las ocho te asomarás a la ventana para contemplar la luna. No miraras a nadie”.
Este enamoramiento que hace Uno alcanza su éxtasis cuando uno le pregunta al otro lo siguiente:
“¿pero acaso no llegaríamos a morir prolongando indefinidamente ese momento?”
El otro le responde: “No pediría otra cosa”.
Hasta aquí todo marchaba sobre ruedas, las ruedas que son movidas por las condiciones del amor, ya que el amor “es hecho de infinita y sabia locura, de adivinación y de obediencia”.
Pero algo va a romper con este rito y es simplemente que él soñaba y ella no.
A partir de este pequeño detalle comienza otra historia, ella le dice: “Quisiera ser vos” en referencia a que él si podía soñar, cuestión que a ella le falta y desea. Esperaba con ansia que él despierte para que le cuente que soñó.
Pero él le contesta: “Yo también (quisiera) ser vos, pero no que vos fueras yo”
“Es lo mismo”, dice ella.
“Es muy distinto”, le responde él.
Afirma Lacan que lo se ama en un ser esta más allá de lo que es “está a fin de cuentas en lo que le falta”.
Comencemos a analizar un poco estos fragmentos para poder dilucidar las relaciones entre el amor y el deseo.
Como dijimos todo marchaba sobre ruedas, eran el uno para el otro, no había ni un si ni un no hasta que mete la cola el hecho de que él pueda soñar y ella no.
El deseo salva del amor
En este amor sin fisuras él necesita de un deseo que este por fuera de ella. Él necesita tener algo que ella no, y ese algo son sus sueños.
Se podría conjeturar que sus sueños son los que colocan una hiancia a ese amor agobiante, donde no hay lugar a nada. Allí el sueño actúa como separación frente a este amor, hay algo que tiene por fuera de ella. Hay algo más que deseo, que espero cada noche, aunque ella este ahí, a mi lado. Los sueños de él garantizan un lugar Otro a sus deseos, como en la frase “Yo también quisiera ser vos, pero no que vos fueras yo”. Eso otro, que a ella le falta, a él le permitirá salvar su amor. Este amor ya no será Uno, tal vez sea un amor con fisuras.
El amor apunta al ser del Otro
Ella le reclama con desesperación el por qué no puede estar nunca en tus sueños. En realidad, ella en falta lo reclama sin cesar.
Ella le insiste, puesto que como puede estar en la vigilia pero no en sus sueños. Le dice, con un tono de súplica: “De todos modos quisiera entrar en tus sueños, quisiera entrar en tus experiencias. Si te enamoraras de una mujer, yo también me enamoraría de ella; me volvería lesbiana”.
Él le responde: “Espero que nunca suceda”.
Y ella le responde: “Yo también”.
La respuesta de ella sorprende porque podríamos aventurar que a ella no le queda más remedio, para salvar su amor, que quedar por fuera de los sueños de él.
Su respuesta, yo también, es lo que le permitirá, creo, una salida desde lo que le falta y propiciará su propio deseo. Tal vez se trate de una salida no buscada, un encuentro no esperado con la falta que ponga a resguardo (salve) su amor.
Lacan señala que el amor cuando demanda, o la demanda de amor apunta al ser del Otro. Y a eso apunta precisamente el amor.
El deseo sostiene al amor
En otro momento del relato ellos se despiertan juntos en la madrugada y ella inmediatamente le pregunta.
“¿Qué soñaste?
Él le responde: “Soñé que estábamos acostados en la arena… pero…vas a enojarte”
“Lo que sucede en el sueño no podría enojarme”, le dice ella
“A mi si”, dice él.
“A mí no –contesto ella-.Seguí contando”.
“Estábamos acostados, y vos no eras vos. Eras vos y no eras vos”.
Ella le pregunta en que lo advertía y él le responde: “En todo”.
Y ella arremete: “¿y qué te hizo pensar que esa mujer tan distinta de mi, era yo?”.
Él le responde: “El amor que yo sentía”.
En esta otra parte del cuento uno puede advertir que él ya está sobre la pista de que hay algo, sus sueños, a los que ella no puede entrar por más esfuerzo que ella haga.
Él duda de contarle su sueño, supone que ella se va a enojar, y supone bien porque podría ser o no ser ella. También se trata de algo más para la lógica del deseo de él, “eras vos y no eras vos”, coloca una diferencia allí donde no la había. Puesto que podría ser ella pero a su vez no serlo, dejando abierta la posibilidad de que en lo ama en ella haya algo más que no sea ella, para seguirla deseando.
Volviendo a la pregunta de ella sobre que le hizo pensar que esa mujer tan distinta fuese o no ella, la respuesta está en el deseo de él. La condición para que el deseo se mantenga es que lo haga como deseo del Otro, en este caso de lo Otro. Es necesario para que el amor de él no naufrague que ella, por momentos, sea Otra.
Él se lo responde muy acertadamente: El amor que yo sentía. No se refiere al amor hacia tal o cual, dice que lo que hace que ese amor perdure es gracias a la diferencia que establece el deseo, una diferencia que emerge por la vía regia del sueño.
Referencias bibliográficas
- Masotta, Oscar: “Lecciones introductorias el psicoanálisis”
- Lacan, Jacques: Seminario 4 “La relación de objeto”
- Ocampo, Silvina: “La continuación y otras páginas” el cuento “Amada en el amado” página 127