Obertura[1]
Me pregunto, en este primer momento, por qué esto (la erótica, hoy) se ha constituido en tema de debate. Sabemos que es la clínica la que suele adelantarse a la teoría, cuestionándola; y nunca deja de asombrar: algo se nos presenta en los consultorios y nuestros conceptos ya no alcanzan para pensarlo. Ya nos dijo Shakespeare en boca de Hamlet “hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que ha soñado tu filosofía…”
A partir de ahora ensayaré respuestas, las mías, en entrecruzamiento con mis interlocutoras e interlocutores de época.
Voy a contarles, en este apartado de comienzo cómo pensé antes, ayer, acerca de este tema y luego mis propias mutaciones. Comienzo con palabras prestadas:
“La pasión erótica es el único fin último al que nuestro cuerpo nos consagra. Las necesidades no son tan obsesionantes como los deseos. Y al contrario que los deseos, la saciedad las extingue. Nunca el alimento, la bebida, el calor nos ofrecen objetos tan fascinantes. Llamo “objetos fascinantes” a los objetos que perduran más allá de la satisfacción que proporcionan, e incluso en el interior de la dicha que procuran. Epicuro dice que el placer erótico sigue siendo como el patrón en nosotros de todas las felicidades. El acto sexual hace inminente el orden macrocósmico…..El momento erótico es aquél donde la vida se revela con la mayor fuerza (la fuerza exasperada y casi dolorosa) en la intensidad agradable. El placer es el presente saturado. En el placer es la vida misma la que se adhiere como el calor al fuego o la blancura en la nieve”. El sexo y el espanto- Pascal Quignard.
En la sexualidad, la formación intersubjetiva que en forma de fantasma se extiende en el espacio del entre-dos y los enlaza, no alcanza: se requiere una puesta en escena puesto que a la vida sexual no le alcanza el fantasma. El universo pulsional es un aguijón excitador que demanda respuesta. Esa excitación emerge por los orificios del cuerpo, ahí donde el mismo se estremece o se abre, palpita o muestra insuficiencias y bordes. “Hacer el amor” o “acto sexual” aluden a algo que es un hecho, se marca un pasaje que franquea el límite del propio cuerpo. Lo cual implica una presencia de los mismos. Acto en el que se aspira a un placer[2] posible; sólo posible. Por armoniosos que puedan ser los encuentros, las satisfacciones resultarán únicas, discordantes, parciales. Rítmicas y arrítmicas. Son estados buscados porque los acompaña el “súmmum de lo que el ser humano experimenta como agradable”[3] y que podrán servir de patrón para el conjunto de los otros estados experimentados como placenteros.
Es esta una puesta en escena en la que el encuentro-desencuentro se refiere a los cuerpos erógenos, a los cuerpos “ciertos”, según una expresión de los eruditos árabes con la que aludían al cuerpo hecho únicamente de relaciones eróticas. Sincronías asincrónicas y disonancias consonantes, labran una filigrana en la cual dos esclavos de sus marcas, bregan por placer. Van construyendo así una novela erótica al mismo tiempo que son construídos por ella. En ese intento de fundición en el que el partenaire sólo es abordado pedazo a pedazo por la primacía de la parcialidad de las pulsiones, juegan en un camino efímero[4]. La cualidad de este nuevo entramado, los enfrentará con un trabajo que podrá ser causa de una nueva y singular historia. Y es que se trata de trabajo. Si el encuentro es, como parece, introducción a algo que jamás pasará, llevará al anhelo de un nuevo encuentro; el trabajo devendrá en constante búsqueda de vías menos obturadas del deseo en un intento de hallar alguna nueva promesa; se van creando así nuevas marcas y rastros.
Sobre los cuerpos encadenados, se despliega la excitación que, insatisfecha, promueve nuevas “exigencias de trabajo”. Dicha exigencia, es un esfuerzo permanente de incorporación de lo pulsional, en un intento de anudamiento al deseo y al amor. Así, las pulsiones, esas ruinas rebeldes que sólo admiten parcialidades, quedan veladas. El erotismo es pulsión velada, es la poesía de la sexualidad. Juntos tejen una cadena erótica vincular. El placer experimentado en el encuentro de los cuerpos, apuntala, y produce un efecto de mutua coexcitación erótica.
Y aquello que por estructura no se alcanza, será la causa de un nuevo intento. Este anhelo de bienestar es lo que me permite pensar al erotismo como el “humor de la sexualidad” en tanto remiten al principio del placer.
Interludio[5]
Y, hoy? ¿hay alguna condición que defina la especificidad del erotismo en la actualidad? y ¿cuál sería esa especificidad?
-¿Esos rituales privados, la novela que cada pareja va armando en el acercamiento de los cuerpos erógenos…
-¿Esa permanente construcción y deconstrucción de la trama interfantasmática en la que los cuerpos se comprometen…
-¿Esa exigencia de trabajo necesaria para el anudamiento de la pulsión al amor y al deseo……siguen presentes en esta época dando lugar al erotismo como poesía o el humor de la sexualidad?
¿O acaso transitamos hacia una subjetividad despojada, biológica y tecnológica en la cual desaparece, por ejemplo, la invocación sonora?
Intentemos respuestas…provisorias.
Facebook, Twitter, Whatsapp, Telegram, Snapchat, Instagram, Stalkear, likear, (Stashing: no mostrar, benching: hacer banco, ghosting: dar por terminada una relación dejando de contestar los mensajes), emojis…
Interrumpo estas enumeraciones para pensar, con ustedes, en aquello que quedaría aquí obturado e in-audito, no escuchado.
- Wajcman, nos dice que en la época actual no hay ventanas ni marcos fantasmáticos que limiten; sólo hay pantallas que a diferencia de la ventana, no deja ver y a su vez, la pantalla nos mira inaugurando un nuevo mundo de voyeurs donde lo que no es visible no existe. La sociedad de control implica que somos vigilados y, en tanto tales, nuestros gestos son puestos en escena por la mirada, son controlados en su producción misma. El otro es sospechoso (era de la sospecha, la define G.W.) por definición. Entonces, ¿cómo acercarse si se sospecha y no hay confianza? Hay una sensibilidad retaceada, cuerpos ausentes. Y cuando aparece es a la manera de un consumo lo cual transforma a los partenaires en consumidos.
Estamos en una época de preponderancia del sujeto de visión, con pérdida del sujeto de la escucha. Y si de escucha se trata: ¿desde qué otros lugares podemos pensarla? No se trata de la escucha que es del orden del entendimiento en el sentido de lo inteligible. Lo inteligible o lógico y lo audible o sonoro pertenecen a dos órdenes diferentes: lo sonoro “ensancha” al mismo tiempo que aparece y desaparece.
Y… ¿Qué secreto se revela cuando escuchamos una voz? Cuando se escucha o capta la sonoridad y no sólo el mensaje ¿qué se juega o resuena? En todo decir hay un entender y una escucha. Un logos y una resonancia.
Y es esa resonancia la que propongo pensar: se trata de una escucha que tiende hacia un sonido presente más allá del sonido. Estar a la escucha implica estar al acecho de algún tipo de lazo-entre (reconocimiento). La singularidad de este acecho es venir, penetrar, dilatar, diferir, transferir. Y sin cara oculta; el sonido no lo tiene…
La voz es, en esta situación, un cuerpo en devenir; un devenir otro de sí mismo, una experiencia de composición inédita que se va anudando con las fuerzas del mundo y el otro en el afuera. La voz es un instrumento que no puede abordarse sólo desde la significación, desde lo que se dice. Eminentemente corporal, sale de un cuerpo para tocar otro cuerpo. Sin barreras. Aquello que Roland Barthes llamara “el grano de la voz” comporta una relación ¿erótica?, ¿violenta? entre la voz y el que la escucha. Texturas, rugosidades, asperezas, exuberancias, enmarcan una fascinación por la intimidad que se abre cuando se escucha ese “grano”… Intimidad que mostramos-oímos a nuestros interlocutores como una ventana abierta.
Podríamos definir a la voz como un cuerpo entero puesto en juego. Obaudire, escuchar para los latinos, es obedecer. La audientia, audición es una obaudientia, una obediencia. No podemos no obedecer a esa sonata materna de la misma manera que no podemos no oír. El sonido franquea barreras sin ningún límite, “las orejas no tienen párpados” dice Pascal Quignard, de manera que se torna imposible ser hermético ante lo sonoro.
Lo sonoro toca al otro y al tocar pone en juego todo el régimen de los sentidos. ¡Qué cerca del psicoanálisis!, o ¿acaso no estamos en el mundo de las pulsiones? Se trata aquí de acentos, tonos, timbres, resonancias…de la voz.
Coda[6]
Y para ir concluyendo sin cerrar…
Cómo analistas vinculares… ¿cuáles serán los recursos disponibles para sostener una suerte de cartografía deseante? El psicoanálisis sólo puede (y no es poco) poner un velo.
Si se logra incluir la falta habrá lugar para el invento y el deseo de compartir la novedad del encuentro según las modas de cada época. La clínica vincular nos plantea un desafío en cada encuentro en tanto nuestra práctica nos convoca permanentemente a decidir qué hacemos en una u otra circunstancia, a decidir acerca de las intervenciones que nos parecen más convenientes.
Se trata de trabajar hacia lazos que pongan en juego una invocación sonora, al sujeto de la escucha, sin caer en añoranzas anhelantes de “otras épocas”. Así, la escucha tal como fue definida representa un camino hacia vínculos enlazantes (un tipo de reconocimiento). Estar a la escucha es ingresar a una tensión y acecho de un vínculo. Es una escucha que se suscita ahí donde el sonido y el sentido se mezclan y resuenan, como si se tratara del encuentro de un ritmo. Y es que de ritmo se trata….Es un cuerpo sonoro, evitado en estos tiempos, que resuena según su timbre y que otro golpea, puntúa haciendo resonar a su ritmo, algo nuevo que se gesta.
Bibliografía
- BARTHES R., (1981).El Grano de la voz, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Argentina Editores, S.A.., 1983.
- DOLAR M. Una voz y nada más, Buenos Aires, Manantial, 2007.
- EKSZTAIN M., Del erotismo en la pareja, cap. en La pareja y sus anudamientos, Buenos Aires, Lugar Editorial, 2001.
- EKSZTAIN M. y MOSCONA S. L. Obscenidad, pornografía y erotismo en Lo obsceno en psicoanálisis de pareja, Buenos Aires, Psicolibro Ediciones, Paidós, 2012.
- GREEN A., Las cadenas de Eros, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1998.
- NANCY, J.L., A la escucha, Amorrortu Editores, Bs. As, 2007.
- QUIGNARD, P. El odio a la música, Barcelona, Editorial Andrés Bello, 1998.
- WAJCMAN G. El ojo absoluto, Ediciones Manantial, Bs. As, 2011.
[1] Apertura, pieza con que se comienza una composición musical.
[2] Placer, del latín placere, placare, aplacar la tensión sexual.
[3] Green, A.., Las cadenas de Eros, Bs. As. , Amorrortu Editores, 1998.
[4] Efímero, epi, en tiempo de y hémera, un día.
[5] Interludere, jugar a ratos, se ejecuta a modo de intermedio en la música instrumental.
[6] Del italiano, coda, cola: pequeña conclusión que se añade al período final de una pieza de música.