Psicoanálisis (y política) de los cuerpos en riesgo

Hay una política del psicoanálisis. El analista es, también, una figura política…lo quiera o no, lo sepa o no.

Toda pandemia es política, como todo cuerpo lo es.

Esta pandemia cambia muchas cosas, pero en verdad lo que hace es poner al desnudo lo que la rutina y el apuro de la vida cotidiana ocultan. Que esa vida, de vida a veces no tiene mucho. Que el sistema en el que vivimos es enfermante. Porque lo que enferma no es el encierro, es la sociedad injusta, es la violencia cotidiana, es la desigualdad brutal, es la pauperización sistemática, es la desproporción en los ingresos, es la marginación y la segregación cada vez más salvaje y pseudofundamentada. Es la política de control de los cuerpos y las mentes que va en contra de la capacidad de subjetividad. ¿Acaso se cree que porque se levante la cuarentena la vida va a ser mejor?

Hay una pandemia de salud mental que existe desde hace décadas. La depresión, la angustia, los efectos secundarios de la psiquiatrización y medicalización de la vida cotidiana, el capitalismo salvaje, la explotación a mansalva y cada vez más siniestra.

¿De qué libertad hablamos, si la que creemos que tenemos es tan pobre como precaria? ¿De qué derechos hablamos si los que hay son cuestionados y pisoteados cotidianamente?

Además: el psicoanálisis no es una disciplina preventiva ni predictiva. No se ocupa de lo que va a pasar, se ocupa de lo que pasa.

Lo que no impide que el aislamiento tenga sus efectos, por supuesto. Pero que no son tan nuevos, por más catastróficos que sean.

Porque lo que hace el ASPO es poner de manifiesto la precariedad de nuestras vidas y de nuestro sistema. La injusticia flagrante sobre la cual se apoya.

Todo eso se revela como cuando cesa el viento y se disipa el tierral.

Por supuesto que tienen efectos estas cosas: que de un día para el otro los chicos no vayan a la escuela ni los no tan chicos a colegios o facultades. Que los lugares de trabajo se cierran y hay que trabajar desde las casa o no hay más trabajo. Que las posibilidades de esparcimiento se bloquean. Que no se puede visitar a los amigos, que no nos podemos encontrar con los parientes, que las parejas tienen que mantenerse a distancia, que llegar a conocer a alguien nuevo/a es una utopía. Que no se puede planificar siquiera un viaje, aun a un lugar cercano. Que los proyectos en marcha se cancelen, con o sin fecha. Que el horizonte se oscurezca y parezca desaparecer para tantos, para ¿todos?

Pero no porque eso vuelva a existir la sociedad y el sistema político serán más saludables y libres. Se podrán hacer más cosas y esas cosas nos importan. Pero algo seguirá allí, tal vez disfrazado por todas esas cosas. Pero seguirá allí.

Porque la situación catastrófica que promueve el aislamiento y la paralización del mundo es que nos hace sentir lo vulnerables que somos, es que nos hace sabernos frágiles y a merced de todas esas cosas que parecen naturales. Es también la realización de los miedos y los fantasmas más oscuros y recónditos, esos que menos podemos confesarnos.

Se desnaturaliza el hecho de que estamos expuestos a tantas cosas todo el día todos los días desde que nacimos. De golpe nos damos cuenta de que hay tantas cosas que nos pueden dañar y destruir.

Es cierto, nos cambiaron el escenario y la película abruptamente. Pero en verdad lo que ocurrió es que tomamos la pastillita azul y empezamos a ver la Matrix.

La primera reacción es empezar a los manotazos para no ahogarnos, sobrevivir, seguir adelante.

No es para todos igual. Tal vez lo sufren mucho más la gente que no ha tenido muchas o ninguna ocasión de experimentar la soledad, el aislamiento. Gente que no haría un viaje sola ni viviría sola por mucho tiempo.

No es igual para todos porque cada cual tiene sus modos de hacerse los fantasmas, de llevarse con ellos, de atenderlos o no.

¿Qué puede decir o hacer (decir/hacer) un analista en estas circunstancias?

Lo único que sabe hacer. Sostener un espacio y un tiempo de escucha analítica. Por supuesto, eso incluye al cuerpo…siempre y cuando también le hagamos lugar.

Eso permite poder hablar de lo que pasa y luego conectarlo con otra cosa, que parece cualquier cosa pero no es cualquiera.

O poder hablar de las cosas que le pasan a cada cuál, de sus otras cosas.

Abrir espacios de escucha y hablar donde tenga un orden del decir que involucra al cuerpo. ¿Cómo? ¿A qué, cuál cuerpo? ¿Al cuerpo de quién?

Por ejemplo, a ese que viene hablando acerca de cómo está pudiendo tener casi todo bajo control y de las proezas cotidianas que realiza y…y de repente, ante la pregunta un poco intempestiva, cortante: “¿cómo anda esa tristeza? ¿Qué pasa con la nostalgia, esa que mencionaste al pasar para luego seguir con los temas importantes?” Ante esa pregunta-intervención se detiene, se queda mirando a la imagen o a la cámara o al vacío, y luego de un par de segundos exhala, espira, larga el aire en algo que es un gesto de desinfle, un suspiro y casi un lamento, todo junto.

Y entonces cambia el tono y habla de lo que lo ponía triste hace una semana pero que ahora (en intenta volver sobre su práctica del control)… pero la pregunta vuelve y de nuevo se detiene y suspira-exhala-mira y vuelve sobre sus pasos y se deja decir algunas cosas, ahora más sueltas y más dispersas, acerca de lo que le pasa, de sus ganas de volver… para terminar mencionando que tiene ganas de volver a tener una pareja, de que su perro -gran nueva adquisición- lo acompaña y que entonces ya no está solo, pero tampoco es lo mismo… que hasta ha pensado en probar nuevamente con aquel de quien se separó hace unos meses, al principio de la cuarentena. Y por primera vez cuenta algo de su historia con él, de por qué la separación, de lo que podría haber cambiado ahora, de cómo nadie le resulta atractivo, pero tal vez con él…concluye diciendo que va a empezar por invitarlo a tomar un café.

El cuerpo, el de los afectos, entra en la escena transferencial cuando la máquina de contar, o la máquina de quejarse se detiene bruscamente o tropieza o tose y tironea y entonces… ah… era de otra cosa de la que necesitaba hablar. Esa que me hace moverme en la silla o en el diván. Esa que me cambia el gesto. Esa que me hace brillar la mirada nuevamente. Esa que pone en marcha la respiración en otro compás. O varía la música de la entonación de la voz.

Esa escucha que hace emerger el lío, enjambre, enredo, barullo. Desorden que no necesariamente busca un orden sino una manera de poder existir.

Porque el cuerpo, sobre todo y ante todo, es un misterio. Un mhisterio. Por eso, incluir el cuerpo no va de suyo, no está dado en el dispositivo. Como tampoco va de suyo que la palabra se ponga a jugar o se ponga bajo sospecha. El cuerpo (y la palabra) se pone a jugar sospechosamente cuando aparece algún corte, cuando se deponen los brillos imaginarios del buen o mal funcionamiento, cuando se desconoce la anatomía.

Ahí, entonces, podemos preguntarnos: ¿cuál es el cuerpo que se pone en juego en el acto analítico? No basta con decir que no es el de la medicina, que no es el de la ciencia. Porque, entre otras cosas, también lo es, en ocasiones.

El cuerpo que se pone en juego es el que se arma y se desarma cada vez. Como en el erotismo, como en el juego de los chicos, como en la danza, como en la improvisación musical, como en el momento en que emerge un poema y se vuelve urgente. Como en el momento en que el fantasma cae derribado porque le cantan piedra libre en el juego de la escondida entre el sujeto, el superyó (supereyó) y aquel otro -que, a pesar de todo, sí existe porque sin él no hay ningún sujeto.

Tal vez sea por eso que el analista, el análisis, no es una cuestión de trabajar con la cabeza. Pero tampoco con el cuerpo. Es el lugar donde se deja trabajar al inconsciente, donde se lo ampara de la censura demasiado temprana y de la máquina de triturar deseos.

La transferencia es esa especie de paraguas, de antecámara del purgatorio, de cámara de resonancia, de lente que deforma, de circulación de la palabra que nos da cuerpo y del cuerpo que otorga algún sentido, insensato, vacío, pero no nulo, a las palabras que nos tejen.

Buenos Aires, octubre/2020