Una erótica en consumo

Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin alas.

José Lezama Lima

 

Articular una erótica con los problemas de consumo remite, sí, a la figura de Narciso. Las personas parecen consumir para mantener un equilibrio narcisístico que sienten amenazado o al borde del colapso.  Es el desequilibrio de esta estructuración lo que genera el dolor del cual el consumo es su fuga bajo la forma de investir al yo, idealizar al otro, sobreadaptarse o retirar la libido del mundo exterior.

Podemos debatir si nuestro tiempo es el de la modernidad, la posmodernidad, el mismo que en París o en Medellín. Lo común es que nuestro tiempo transcurre en una sociedad de consumo. Un mensaje constante de la publicidad que inunda a las personas pronto en su vida vincula el erotismo con el consumo, se difunde el mensaje que alguien va a ser más querido o más deseado si tiene o consume esto o lo otro.

Freud, en la Carta 79 a Fliess, señala el origen de la dependencia humana en los primeros estadios de la vida psíquica. El estado inicial de desamparo y angustia extrema del recién nacido, radicalmente dependiente, funda para él la condición humana.

Georges Bataille señala que el erotismo define justamente lo humano. En tanto lo distancia de la sexualidad de los animales, el erotismo pone en cuestión al ser. Hay una pregunta que inaugura lo humano y lo erótico, ausentes en el instinto.

Con la aparición del recurso de la masturbación, dice Freud en aquella carta, se instala en el psiquismo la primera adicción. La cita como el único gran hábito y a otros apetitos como la necesidad de alcohol, morfina, tabaco, como sustitutos, productos de reemplazo. Retoma esta visión de la adicción como sustituto erótico en “La etiología sexual de las neurosis” de 1898, en la que compele al terapeuta a ocuparse de “la fuente de la cual mana la necesidad imperativa de droga”. En el caso Dora, estima el modelo de las psiconeurosis comparable al de la toxicomanía. Ahí dice: “Son las intoxicaciones y los fenómenos de la abstinencia en los toxicómanos los que entre todos los cuadros clínicos más se acercan a las psiconeurosis verdaderas”.

Cuando Freud señala la masturbación como modelo de las toxicomanías ya las liga con el erotismo. ¿Qué erotismo?

Dícese de la erótica, por un lado, que se trata de aquellos objetos destinados a motivar o exacerbar la pasión sexual, pinturas, sátiras, poemas, coplas, fotos que nuestros abuelos guardaban celosamente, esfera de lo privado y de la trasgresión, las huellas que conducen al objeto de deseo. Pero lo erótico necesita de lo íntimo, es, finalmente, cuánto acuerda con mis ideales lo que de ella me va a atraer. El camino al objeto es particular, aunque el objeto erótico sea cultural, siempre relacionado con alguna desnudez, no toda, significada desde la cultura, desde el hoy cultural. Bataille lo dice: la acción decisiva es la de quitarse la ropa.

Este impulso erótico busca en el otro un objeto otro. En el caso particular del consumo, ese objeto otro es un objeto inerme, muerto. No hay un otro, vivo: en el medio como obturación del deseo y como único objeto interrumpe la sustancia, no hay otro vivo: la persona está sola y la sustancia resulta como el espejo roto del que habla Phillipe Jeammet, que devuelve una imagen fragmentada y una incompletitud. El narcisismo opera aquí desmintiendo esta vivencia de desamparo y su derivada angustia de castración.

Si como decíamos la erótica ancla en las imágenes, los poemas, la niebla en el bosque en el que la muchacha corre perseguida por el sátiro y cada tanto gira su cabeza para asegurar la persecución —escena que por cierto hoy sucede bajo la forma de esos chateos interminables llenos de bloqueos, fugas y retornos— en una erótica en consumo la niebla está en la secuencia del llamado al dealer, de la espera, la ida al bar, al baño del bar, el roce que asegura con la mano en el bolsillo que ella está ahí, inerte, sí, la petaca, la bolsita, ahí. Las instancias psíquicas ausentes, dice Freud, son aquellas que le permitirían al sujeto relacionarse con el otro, sin estas, queda replegado en una posición autoerótica. La droga, dice Derrida cuando habla de pharmakon, hace las veces de suplente físico de lo psíquico ausente. Rafael Marucco señala que el tóxico es un objeto idealizado y por lo tanto objeto narcisístico, que cumple con un retraimiento libidinal a un narcisismo primario “Yo soy el placer” independiente del objeto, con representar un corte con la madre omnipotente y por lo tanto un llamado al falo del padre que al ser fallido lejos de fortalecer al sujeto lo condena a quedar como falo de la madre, lugar tan mortífero como ideal. Sylvie Le Poulichet agrega que el tóxico se interpone en la relación con el otro en una doble misión de preservarlo del avance del goce del otro y de salvaguardarlo de comprometer su deseo —y sobre todo su eventual desfallecimiento—, ya que en todos los casos este deseo señala la falta. Deseamos lo que no hay, que no haya aparece como insoportable. Hemos escuchado a pacientes señalar que no han podido “encararse a una mina” si no es intoxicados, aunque después este mismo estado les impida continuar la relación. Es que la operación del pharmakon opera como cancelación tóxica del dolor, genera un goce circunscripto que limita otro goce más radical, pero también mantiene la situación sin resolverla.

Como la madre que viene a faltar en el objeto freudiano del Fort da, el objeto debe poder circular para dejar el campo libre al deseo. En la perspectiva del adicto, la falta no puede ser imaginada y cuando algo aparece en su lugar, falta la falta y surge el dolor. .En la medida en que el recurso al tóxico obtura la posibilidad de nombrar, lo simbólico se pierde, el dolor psíquico se confunde con el físico.

El punto de quiebre de una erótica viene a ser entonces el compás entre el objeto vivo y el inerte, entre un erotismo dirigido al otro o un autoerotismo. ¿Entre la vida y la muerte? No tan lejos. Bataille define al erotismo como la aprobación de la vida hasta en la muerte, como alcanzar al ser en lo más íntimo, hasta el desfallecimiento. El impulso de amor, llevado al extremo, es un impulso de muerte, dice. Pero se trata, usualmente, de una petit mort, una muerte menor.

Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado
son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordisqueados.

Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.[1]

La raíz de Narciso es la palabra griega Narke, que significa estupefacción y de la que también viene narcótico. Le Poulichet habla justamente de narcosis del deseo. Narciso queda estupefacto ante su imagen, el cuerpo, sus necesidades y sus deseos son adormecidos analgésicamente. En una comunidad terapéutica es frecuente encontrar, cuando promedia el trabajo terapéutico, un decir de los pacientes en los cuales es común que el recurso al tóxico haya surgido en la adolescencia, como una forma de recuperar una imagen narcisística en jaque frente al dolor que genera el deseo del otro y la diferenciación sexual, es decir la pulsión. La adicción reduce el campo erótico al objeto droga que garantiza la distancia con el otro o, como decíamos antes, con el deseo y su desfallecimiento, que aparecen bajo el reparo de “la tengo chica”, “no se me para”, “acabo rápido”. El trabajo de excluir el objeto droga, que se obtiene con la internación y durante la cual suele intercambiarse con la figura del analista o la institución misma, es permitir un nuevo despliegue libidinal hacia otros objetos, intereses, trabajos, parejas. Una nueva erótica en este tiempo, en la que Narciso pueda ser Edipo.

 

Bibliografía:

  • GeorgesBataille: El erotismo. Tusquets, Barcelona (1979).
  • Jean Baudrillard: De la seducción. Cátedra, Madrid (1981).
  • Sylvie Le Poulichet: Toxicomanías y psicoanálisis. La narcosis del deseo. Amorrortu ediciones, Buenos aires (2005).
  • Rafael Marucco: “Aporte a la metapsicología de la adicción” en Sig, Revista de Psicanálise. Sigmund Freud AssociaçãoPsicanalítica. Porto Alegre, Brasil (2013).
  • Janine Pages-Berthier: “Psychanalyse et toxicomanie”  in Revue documentaire Toxi Base Nro 2. Lyon, France (1993).
  • Andrés Vergara y Adrián Grande Taylor : “El rol profesional: Una pregunta sobre el hacer”, inédito, presentado en las IV Jornadas de actualización en adicciones de Gens (2018).
  • [1] Lezama Lima, José: Muerte de Narciso. Ediciones Era, México (1988).