La invención, el tiempo y el por-venir

La adopción de una madre

Por Lic. Tamara Dolgiej
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Siempre me pareció interesante la metáfora que Freud introduce como punto de partida en su texto “Sobre la iniciación del tratamiento”. El juego de ajedrez se asemeja al juego del análisis en tanto “sólo las aperturas y los finales consienten una exposición sistemática y exhaustiva” (1). Freud dará en este artículo, a modo de consejos sobre la técnica analítica, “unas reglas de juego que cobrarán significado desde la trama del plan de juego”(2). Hay un            plan de juego que implica una meta, un punto de mira a donde debemos arribar. Y dichos “consejos”, lejos de pretender como obligatorias unas reglas, e imposibilitados por las condiciones internas del objeto que se trata (su estofa) de llegar a una mecanización de la técnica, intentan propiciar para el analista “una conducta en promedio acorde al fin”, dice Freud (3).

Pero ¿Cuál es el fin de un análisis? ¿Cuál es la meta? ¿Es lo que encontramos al final?

El momento final y la finalidad de un psicoanálisis ¿son sincrónicos?

Respecto del fin del análisis distintos analistas propusieron según las coordenadas trazadas por su praxis diferentes metas, me interesa comenzar por los que fueron quienes se ocuparon del análisis de niños. Mientras para Anna Freud se trataba de fortalecer el yo en beneficio de su madurez y dominio, para Melanie Klein se trataba de lograr una unidad total respecto del clivaje. Winnicott propone la autenticidad de ser uno mismo. Para Freud “en el psicoanálisis uno ha hecho todo lo que tenía que hacer si ha reconducido la miseria neurótica a la miseria banal” (4). De lo que se trata es de soportar la vida. Para Lacan remarcaré sólo dos puntos respecto del fin del análisis: por un lado se produce una ganancia a nivel del saber particular correlativo a, por otro lado, el límite estructural con el que se concluye sobre la escisión subjetiva. Se gana un saber sobre el borde del abismo que implica la falta. En la superficie del territorio subjetivo hay una falla geográfica que el análisis permite delinear al modo de una cartografía. Se trata de la escritura del mapa que permita trazar los límites. Al final del trabajo no nos encontramos con una superficie continua sino con el delineado de sus bordes.

Dice Lacan: “En esta hiancia sucede algo. Una vez tapado el hueco ¿queda curada la neurosis? Después de todo la pregunta sigue en pie. Simplemente, la neurosis se hace distinta, se vuelve a veces simple achaque, cicatriz, como dice Freud, no cicatriz de la neurosis sino del inconsciente” (5)

Ahora bien, la entrada de un niño en el análisis difiere de la de un adulto, su final

¿también? ¿Cuál es el fin de un análisis con un niño?

De aperturas y finales de este juego del análisis con niños Michel Silvestre dijo: “…Si el niño neurótico pudiera demandar algo demandaría que le dejen hacer su neurosis tranquilamente…se trata de dirigir un proceso, más que de intentar ponerle obstáculos”, “cuál sería la finalidad, si no el fin, de un psicoanálisis de niños. La pregunta que el niño se formula es ¿qué desea mi madre? Para esta pregunta hay una respuesta, aún si el niño la encuentra al precio de una neurosis” (6).

Quiero compartir el relato del tiempo de tratamiento de Gabriel, un niño que llega a la consulta al Centro Oro por indicación del juzgado a cargo del proceso de adopción. El tratamiento duró casi tres años, comenzó cuando estaba en el “período de guarda”.

Cursaba segundo grado, aunque en el juzgado no sabían exactamente cuántos años tenía ya que sus documentos no se encontraron. Luego de casi un año confirmarán que Gabriel es más grande y que debido al desorden de papeles en el Hogar donde estaba (Arenaza) se retrasaron en que comience su escolaridad.

Gabriel fue adoptado junto a un hermano mayor. Tenía otra hermana mayor que ellos que no quiso ser adoptada (optando por esperar hasta los 18 años para irse) y cuatro hermanos menores que él, que luego de un año fueron adoptados por una pareja y luego de otro año adoptaron también a la hermana mayor. La madre adoptiva, A., ya jubilada en la docencia, vive de manera intermitente con una pareja. Había tenido en una oportunidad anterior la posibilidad de adoptar, pero como no era un bebé no aceptó. Ella quería educarlo  desde el día uno. Luego transcurrieron ocho años hasta la nueva posibilidad. Esta vez aceptó, por suponer que era su última oportunidad. La madre biológica los abandonó en la habitación de la pensión donde vivían, encerrados. Ante el llamado de los vecinos por el llanto de varios días que escuchaban, fueron rescatados por la policía. Vivieron en el hogar cuatro años donde hubo un intento anterior, fallido, de adopción.

De la vida en el Hogar Gabriel no recuerda mucho salvo que lo obligaban a comer remolacha. Es su hermano, con quien pelean hasta el cansancio, quien le recuerda sus dos marcas terribles diciéndole: “sos un negro” en honor al padre de Gabriel que era de tez negra y estaba preso, y “sos un chupa pija” en alusión directa a los abusos que Gabriel había sufrido en el Hogar. Vale aclarar que los siete hermanos eran hijos de tres padres diferentes.

Gabriel se mostró siempre bastante tímido y reservado. La madre siempre se entrometía con comentarios al principio y al final de la sesión. Gabriel inmutable escuchaba y a veces se hacía el dormido. La madre pretendía un niño aplicado, respetuoso, estudioso, ordenado. Más de una vez A le dijo a Gabriel: “si seguís así te devuelvo”. Entre el desamparo estructural y los repetidos desalojos Gabriel se sostenía en la escena del análisis haciéndose escuchar y pudiendo contar: él contaba para mí.

A tardó un tiempo en aceptar que ni ella iba a ser la madre ideal ni él el hijo pulcro y estudioso.

Gabriel trabajó en el primer tiempo su gran dependencia del hermano; no sólo estaba pegado y dependiente, también se notaba una cuota de sometimiento. Las resistencias de la madre se entrometían constantemente: costó que ella entendiera que lo serio del tratamiento no se contrapone a que se desarrolle a través del juego. El juego es cosa seria. Jugamos muchas sesiones a la Generala. Gabriel insistía con su gusto por este juego. Yo me preguntaba ¿qué estaremos jugando? Un día golpean la puerta del consultorio de un modo enérgico y atemorizante. Abro sorprendida pensando en algún tipo de urgencia institucional y me encuentro con ella, la madre, que vocifera: “Claro, mientras hay un montón de cosas importante que arreglar ¡ustedes jugando a los dados!” Sí mi Generala, pensé.

Se producía un contrapunto tal que mientras A esperaba que Gabriel elabore su historia de vida y se muestre contento y agradecido por haber salido de ese infierno rescatado por ella, él estaba preocupado por tener amigos, jugar al futbol, tener las cartas de moda, comprarse botines, e hincharla tanto hasta lograr que se desprenda de alguna moneda para  ir al ciber. Bien podríamos decir ¡Al fin podía preocuparse de lo que correspondía! Sólo cosas de chicos.

El destiempo continuó y cuando Gabriel ya se mostraba más independiente y confiado, ella lo regresaba a la posición anterior sometiéndolo al hermano.

Les relataré lo que fue mi último encuentro con Gabriel. No sabía que lo sería, pero así fue. Llega a su sesión, lo trae la madre, y luego de relatar con entusiasmo que los padres adoptivos de sus hermanos los invitaron para pasar Semana Santa en su casa del campo cuenta que tiene la fantasía de “¿qué hubiese pasado si hacía como mi hermana mayor y esperaba en el hogar? Seguramente hubiese sido adoptado por esta pareja, se responde”.

Le parece que prefiere esta pareja que su madre, son más divertidos. Su fantasía queda expresada y se despliega. Es la primera vez que se involucra tanto en lo que dice: “Yo ahora         pienso que no la adoptaría a A como mamá”.

En la misma sesión me cuenta que ese mismo día mientras él se vestía después de ducharse en el baño, su mamá entró con la excusa de buscar algo y cuando lo vió parado sobre una toalla que había puesto en el piso para no estar directo sobre el cerámico, se enojó, le gritó y lo obligó a desvestirse, meterse en la ducha y lavar la toalla. Luego de un diálogo intenso le dije: “Nadie elige la madre que tiene, a todos nos toca una”. Hicimos pasar a la madre para hablar de lo ocurrido ya que ella notó que algo Gabriel había contado  de la escena del baño. No se trataba desde mis intervenciones educar a A en el maternaje sino acotar algunos goces. Introducirnos en la pregunta necesaria de si querer ser madre es lo mismo que querer tener un hijo. A veces se conjugan ambos deseos, otras se muestran disyuntos.

SI Freud propuso la analogía entre el juego de ajedrez y el psicoanálisis para mostrar la particularidad de los tres tiempos que lo constituyen (apertura, movidas que siguen a la apertura y final), sería lícito subrayar que en cualquiera de esos tiempos una movida en falso puede precipitar el final, y que se pierda así la posibilidad de seguir jugando. Me parece que en psicoanálisis no hay modo de calcular por anticipado las jugadas, ni las propias ni las del otro. No queda otra que jugarse sabiendo que los efectos de la intervención analítica sólo los sabremos con posterioridad, y como cada sesión puede ser la    última, debe ser escuchada como si fuera la primera.

Desde Freud sabemos que el niño ocupa distintos lugares: en su majestad el bebé, en las equivalencias simbólicas, en “Pegan a un niño”. Lugares que articulan el amor, el deseo, el goce. Dimensiones siempre presentes e ineludibles que no dejan de ser parte de la trama          que se teje alrededor de una historia de adopción.

 

 

Referencias Bibliográficas:

  • Freud, Sigmund “Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis I)” 1913 AE T XII pág. 125
  • Op cit, pág. 125
  • Op , pág.
  • Soler, Colette “Finales de análisis” pág. 25
  • Lacan, Jacques Seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” 1964 pág. 30
  • Silvestre, Michel “Mañana el psicoanálisis” Capítulo “La neurosis infantil según Freud” Pág. 156
La adopción de una madre