¿Por qué la pérdida es la medida del amor?
Jeanette Winterson
“Estoy bien, pasé bien el finde sin hacer cualquiera, me quedé en mi casa nomás. Lo único, extrañando a la Mica, pienso en ella bocha, pero bien, si ella está bien…”
Luciano tiene 36 años pero parece un adolescente con las huellas usuales de quien ha vivido años en la calle, consumiendo paco desde que tiene memoria. Vive en una pieza de un edificio tomado en la villa 31 con su padre alcohólico. Es asistido por tuberculosis por una ONG que tramita su internación en un hospital y cuando sale le da un empleo de tiempo parcial primero en la cocina de la institución, luego en un emprendimiento de elaboración de velas y una propuesta de acompañamiento al estilo de un hospital de día que incluye la asistencia psicológica. Empieza a charlar conmigo en septiembre del año pasado, al principio un ratito en un patio cuando sale de la cocina, después va al consultorio. No suele sostener la conversación más que unos pocos minutos que se van extendiendo de a poco con el paso de los meses. Luciano no falta a las sesiones, aunque —cada vez menos— haya consumido el fin de semana y las huellas se noten en su cuerpo o en su cara. Todas las sesiones empiezan igual: “Estoy bien, pasé bien el finde sin hacer cualquiera, me quedé en mi casa, nomás. Lo único extrañando a la Mica, pienso en ella bocha, pero bien, si ella está bien…” Mientras tanto y a lo largo de los meses va corriendo a los amigos que ranchaban en su casa, limpia la habitación, construye un baño, saca su documento, va al médico, compra algo de ropa, se corta el pelo, cumple con su trabajo, logra que los amigos que lo invitan a ir a consumir entiendan que no quiere y no se enojen con él, va al dentista —antes soportaba los dolores de la boca podrida drogándose— tiene que sacarse la mayoría de los dientes que le quedan. Aún esos días de operaciones dentales viene y habla, como siempre unos quince, veinte minutos. Habla. Soporta poco el hablar, soporta poco mis intervenciones, que cada vez son más escuetas y primero orientadas a propiciar su discurso y a valorar sus logros, en estas semanas ya buscando quebrar sus afirmaciones repetidas.
Luciano cuenta sus primeros años con el cuidado de quien anda sobre vidrios rotos, cualquier palabra de más, lastima. La madre, adicta, prostituta, él dice que le pegaba mucho, que por las marcas, en la escuela llaman al padre quien se lo lleva y pasa unos años detrás de él, cartoneando, hurtando, pidiendo. Hasta que al padre lo prende la policía y queda preso, Luciano tiene ocho, nueve años. Vuelve con su madre que para entonces se ha puesto en pareja con una mujer pero la situación es la misma, los golpes los mismos. Unos años después alguien le dice que su padre saldrá de la cárcel. Él se va a esperarlo y no vuelve más con la madre ni la ve más. Vienen veinte años de consumo, de internaciones compulsivas, más consumo, siempre detrás del padre, ambos en una borrachera perpetua.
Pero de lo que él habla con insistencia es de la Mica, a quien considera su pareja en los últimos ocho, nueve años. Juntos tuvieron un hijo del que el Estado se hizo cargo de inmediato ante la imposibilidad de ambos en ese momento de cuidarlo. “Yo sé que ella quiere dejar la droga para recuperar a nuestro hijo, así que si para eso ella no quiere verme está bien, yo estoy bien.” “Yo al último no salía con ella, la dejaba que se vaya sola a drogarse pero yo no salía ni iba a buscarla total ella volvía sola, a los días siempre volvía.” “El sábado le dije a los pibes que no se queden en mi casa, que basta, que ya no pueden estar ahí todo el tiempo. Porque en casa hacen ranchada los pibes. Se quedan ahí consumiendo hasta tarde todos los días. A la Mica eso le molestaba, siempre había gente y consumo. Ese es un motivo por el que ella no quiere volver, yo ya sé que igual no va a volver pero les pedí que se vayan, es mejor así, la casa más ordenada».
Porque la Mica también desapareció, en los meses más estrictos de la cuarentena por el covid se internó en una Comunidad y nadie le dice nada. Él quiere que la Mica le diga en la cara que ya no quiere estar con él. El hilo de las sesiones es este discurso sobre la Mica y su ausencia. Su imprevista ausencia. Tardó en descubrir esto y cuando quiso hablar con ella le dijeron que ella no pedía hablar con él. Pasaron semanas desde la incredulidad inicial al relato conspiratorio, que la madre de ella, que la asistente social, todos se la negaban, hasta que de ese hilo cada vez más angosto quedó “que me lo diga en la cara” y fue dando crédito a la mera pérdida.
En una sesión Luciano dice que no tiene documentos, nunca tuvo. Está hablando de su fantasía de ir a la Comunidad donde está internada la Mica y pedir verla, pero no tiene documentos. Le pregunto qué necesita para sacarlos, me dice que ya va a ir, que “valor” es lo que necesita. En las próximas sesiones vuelve sobre que tiene que ir y se le pasan los días. Con documentos él podría ver a la Mica, pedir un Plan habitacional, buscar un trabajo como repositor en un supermercado, dice. Tener su plata legal. Pasan unos meses hasta que empieza a hacer los trámites, siempre habla de que lo va a acompañar su amigo el Cheto. Un día cuenta que ya hizo los trámites y que los tiene que ir a buscar en dos semanas. Va y todavía no están. Mucha frustración. “Tenés que esperar una semana más y volver”, doy una indicación directa. Va de vuelta y están. Le digo que ahora puede ir a sacar el habitacional y ahí cuenta que le da miedo “salir” a hacer trámites, que las primeras veces que fue a sacar el documento un policía le dijo que se siente y espere y él esperó mucho, veía que otros pasaban hasta que se fue enojado. “Es que yo solamente ando en la villa y siempre anduve en la droga y choriando, toda mi vida fue eso y no se hacer nada más, me da miedo hacer trámites, me da miedo hablarle a la gente, preguntarle cómo se hacen las cosas”. Hablamos del miedo del otro, de la necesidad, para qué habla uno. Es una de las pocas sesiones en la que yo hablo in extenso, buscando que algo de una posible existencia de Luciano pueda advenir. “Como un conjuro a veces hablo”, me dice. Va a ir, con su miedo en la mochila encerrado, pero va a ir, concluye.
Un día viene y luego de su habitual “extraño a la Mica” me cuenta que se enojó con el padre, habían recibido a una amiga en la casa y eso hizo que Luciano tratara que la habitación estuviera más limpia y ordenada. Casi dos meses se queda la amiga. Cuando se va el padre le dice “dejala que se vaya, así nos metemos en la pieza y nos drogamos y no tenemos que limpiar más” y él se enoja, porque a él le gusta que la casa esté más limpia y estar sobrio, es por él, y se lo grita al padre. Es por él, es porque la Mica lo dejó por eso, es porque quiere tener para ofrecer que él es mejor que antes, es porque él se siente mejor así, porque ahora, dice, se va dando cuenta de las cosas que quiere, las dice y las va haciendo. “Ahora te angustiás”, le digo en un momento. Me mira con los ojos llorosos y sonríe. “sí”, dice, llora y sonríe. “Pero no está tan mal porque yo me calenté y le dije todo eso, el viejo no me dijo nada y se metió pa´ adentro de un portazo pero de a poco también él va cuidando su aspecto y el de la casa, no tira la comida para los perros adentro en el suelo, se baña”. No en cualquier momento esta angustia, nótese, sino en directa relación con esta mujer que se va. Esa puerta, ese portazo ¿de qué goce a qué deseo?
En la sesión de la semana pasada me cuenta que sabe que la Mica va a pasar a una granja y piensa ir a verla, quiere que ella le diga en la cara que no quiere estar con él, quiere decirle que él la ama y que ella haga lo que quiera “si ella está bien, yo voy a estar bien”. Él no pensó que ella se iba a ir cuando se fue. “Fue algo imprevisto”, digo. “Lo imprevisto es curarse”, me dice, se ríe y sale del consultorio.
Algunas consideraciones teóricas
La primera es soportar que no sabemos, que no tengo una explicación. Que si hay un saber es del sujeto que habla, del paciente que se va construyendo ante nosotros. Después, el encuadre. Tenemos el contexto institucional, que primero asiste a esta persona en consumo, procura la asistencia médica y luego lo aloja con una ocupación, y un tiempo y un espacio para las sesiones. Jean Louis Beratto[i] teoriza sobre el cuidado institucional como función alfa materna (concepto que saca de Bion[ii] que dice que la madre digiere los elementos beta vinculares inasimilables por la psique del niño y los restituye bajo la forma de elementos primarios) que proporciona un soporte terapéutico pilar del desarrollo relacional. Dice que en tanto la distribución de las investiduras opera sobre el conjunto de los miembros del equipo, se sostienen la permanencia del marco de referencia y apoyo para el toxicómano.
Sobre el tipo de intervención del analista: Sentado en el patio, cuando Luciano quiere, el tiempo que soporte su hablar, el tiempo que soporte ser escuchado, ser preguntado. Esta fragilidad del paciente direcciona el tipo de escucha y de intervención. Winnicot aboga por un psicoanálisis comprometido que será operativo por el carácter permanente del inconsciente. Francisco Hugo Freda[iii] insiste en no identificar al sujeto con su comportamiento, no pedirle sino que hable. Pero importa modificar algunas cosas, por ejemplo el silencio, que puede generar una angustia mortífera, cuando, al mismo tiempo, la intrusión también resulta insoportable. Pommier[iv] dice “Las palabras del analista serán más una reformulación que una interpretación, apuntando más a preservar al sujeto de la ansiedad” En este «enfrentamiento con un tercero hablante» el espacio terapéutico se asemejará entonces a «un lugar donde se subtitula, donde los actos se comentan en diferido, en busca de su otra escena. A través de este trabajo progresivo, se puede establecer una relación de apoyo, pero no satisfactoria. O sea, proporcionar al paciente el apoyo que le resulta imprescindible pero sin la satisfacción inmediata de la sustancia que consume.
Aimé Charles-Nicholas propone, en esta línea, propiciar que el sujeto construya su historia, potenciar las emociones, los sentimientos, los afectos. Buscar un restablecimiento de la autoestima, dice él. Un primer paso que tendrá como objetivo fortalecer las defensas de la personalidad y reducir la ansiedad, con el terapeuta representando primero el fármaco y luego el yo auxiliar del paciente, a la manera de las terapias transicionales imaginadas por Claude Olievenstein. En esta etapa, no hay exploración del inconsciente, ni análisis de la transferencia que solo tomarán su lugar con la comprensión del paciente de sus mecanismos de defensa, teniendo en cuenta que solo una minoría de extoxicómanos va a poder beneficiarse de esta instancia.
Propuesta: Hay una relación entre la repetición y lo imprevisto. Lo imprevisto puede ser tanto que algo que se dio una sola vez se repita, como que algo que suele repetirse no se repita más. En este caso, lo imprevisto se acerca más a lo segundo: el paciente repite, repite, repite el consumo, «extraño a la Mica», «que me lo diga en la cara», «que me diga que no me quiere» y lo imprevisto aparece en relación con el cambio, que un día se cure. Este cambio imprevisto es todo aquello de lo que él mismo da cuenta: Puedo decir cosas que antes no, puedo sensibilizarme, puedo encontrarme mejor, tengo un documento. ¿Qué significa entonces que lo imprevisto sea curarse? No significa que lo más probable es que no me cure, significa “un cambio es curarme”. Curarse, que algo de la repetición caiga. Lacan traduce la compulsión a la repetición de Freud como automatismo de repetición, trayendo los términos tyche y automaton de Aristóteles. Encuentro fallido con lo real que una y otra vez escapa. Algo del orden de la causa se vuelve indeterminable. El paciente repite significados congelados, no en cualquier momento, sino en circunstancias que necesariamente van a depender de un margen mínimo de azar. Automaton del campo significante que se relanza continuamente, generando efectos determinados por este campo simbólico mismo. En la repetición hay un punto en el que algo no puede no retornar. Este es el punto a conmover por la vía de la interpretación, buscando generar un deslizamiento de sentido en esa frase que se repite.
¿Por qué retorna, o mejor dicho, qué retorna en este «extraño a la Mica», «quiero que me lo diga en la cara», «que me diga que no me quiere»? ¿Hay algo en ese «en la cara» que retorna desde los golpes en la cara que recibió de su mamá, y en ese «que me diga que no me quiere» un «no me quiere» que se interpreta detrás de los golpes de la madre? Hay golpes que se escuchan como un «no me quiere» y otros que no. En la movilidad de las frases repetidas de Luciano, ¿habrá posibilidad de un movimiento a la elaboración de un duelo?
[i] J.L. BERATTO: «De l’espace de soins à la psychothérapie dans le cadre de la clinique des toxicomanes» in: Interventions, Septembre 1988, N°15 et 16. 94cf.
[ii] W.R. BION: «Reflexion faite», Paris, PUF, 1967, et «Recherche sur les petits groupes et autres articles», Paris, PUF, 1965, où la mère digère les «éléments bêta», inassimilables par la psyché de l’enfant, et les lui restitue sous la forme «d’éléments alpha».
[iii] F.H. FREDA: «IRS» in: «Actes des VIIIèmes Journées de Reims: Pour une clinique du toxicomane», Printemps 1990.
[iv] François POMMIER et Marie-José TABOADA : préliminaires à une prise en charge psychanalytique du toxicomane» in : Esquisses psychanalytiques, 1988, 9, Printemps, 79-72.