¿Por qué escribí este libro?
Con la escritura de este libro intenté dar cuenta de una práctica clínica hospitalaria que estuvo destinada a escuchar y hacer escuchar las voces de los niños internados en la sala de Pediatría del Hospital de Quemados de la ciudad de Buenos Aires. Fue una práctica que abarcó un período de dieciséis años, desde 1989 hasta el 2005. Si como dice Piglia el objetivo del viaje es la experiencia misma, sin la escucha de lo que estos niños dijeron no habría habido viaje ni libro.
Para Giorgio Agamben, la experiencia es el “mysteriom” que cada quien instaura por el hecho de tener una infancia. Encuentro un parentesco entre el “mysteriom” y el asombro de una práctica que comparte con la infancia el carácter inaugural de un desconcierto: el desembarco en un país extranjero. Una escucha psicoanalítica en un territorio médico-quirúrgico
Hubo un tiempo en el que mientras aprendía un lenguaje nuevo –escaras, injertos y colgajos– mi trabajo consistía en ser una especie de intérprete apaciguador de las angustiantes resonancias que estas palabras despertaban en los niños y sus familiares.
Pero también estuvo el tiempo de interrogación de la teoría psicoanalítica desde una clínica centrada en la escucha del caso por caso y los modos diversos de padecimiento del cuerpo. “Ángeles, entre la anestesia y el dolor”, es la historia de un llamado que nunca fue escuchado en una niña, que no registraba el dolor durante las curaciones. En “La locura de un dolor sin sujeto”, un chico de 6 años -Juan- como derivación de un duelo imposible se negaba a comer y sufría de un dolor “loco”, y en “Un fantasma de devoración que deviene letra”, se cuenta el caso del pequeño César, otro niño de seis años que sólo hacia broncoespasmos en la puerta del quirófano.
Escuchando a los chicos aprendí que mientras jugaban y dibujaban tramitaban sus heridas y que sus más íntimos sufrimientos personales estaban enlazados de un modo u otro a los graves conflictos sociales que afectaban al país y sus familias.
Quizá por eso el Hospital de Quemados parecía a veces un hospital de campaña y sus pacientes, heridos de guerra. Sólo que era como si se tratara de una guerra de la que nadie tenía noticias.
Niños que dormían en la calle y se agredían con fuego, niños que se quemaban en basurales o robando cables al ¿“amparo”? de padres desempleados, niñas madres, peleas entre adultos que encontraban un límite en el fuego o en el agua hirviendo.
¿Cómo decir lo indecible? ¿Cómo se articula lo indecible en cada uno con lo innombrable o lo traumático de la historia?
Nacemos traumatizados por el sonido y la furia de una lengua que no comprendemos, que nos parasita y que tenemos que comenzar a habitar. Con la resonancia de esa lengua que dibuja en nuestro cuerpo sus mapas de goce, cada uno funda en sus primeros balbuceos la prehistoria de su decir. “La herida inicial de la palabra” implica el comienzo de una historia que no es sin trauma.
La escritura de este libro y la experiencia vivida, me permitieron conjeturar que los recursos, los modos que cada ser humano encuentra en la construcción de su subjetividad, constituye un arte en sí mismo. Un arte que nace al borde de la cuna. El juego y la ficción son “creaciones” del sujeto que velan un trauma que es al mismo tiempo la causa de su creación. Me interesó reflexionar acerca de este tema en el apartado “El arte y la producción de subjetividad”.
Espero con este libro hacer un pequeño aporte respecto de los alcances del psicoanálisis aun, en ámbitos no convencionales y compartir además con los lectores, una parte de la historia dolorosa de un querido país que no termina de encontrar su rumbo