“Somos el tiempo que nos queda”
J.M. Caballero Bonald
Mi presentación de hoy va a estar atravesada por la literatura bajo la forma de las “aguafuertes”, como aquellas de Roberto Arlt, sus aguafuertes porteñas, estas podrías ser las “aguafuertes de lo real”.
Las aguafuertes es un género literario que se caracteriza por ser breve pero potente. Además, se las define como más densas que la viñeta y más ligera que la nota opinión.
Espero que esta presentación no sea, por un lado, muy densa, y que tampoco no sea tan ligera que de la opinión de ustedes saque una mala nota. Eso espero, porque siempre, de diversas formas, se espera algo.
Estas aguafuertes de lo real son mi manera de transmitirles un poco lo que he pensado, leído, meditado sobre el titulo y los ejes convocantes para esta jornada anual 2021.
“La transitoriedad. Incertidumbre en la clínica contemporánea”
Lo imprevisto: vicisitudes en la subjetividad
Un titulo con numerosos significantes y variadas significaciones. El primero, la transitoriedad, alude a un ensayo de S. Freud del año 1914 que integra un volumen conmemorativo del escritor alemán, Goethe. El volumen se titulo “El país de Goethe”.
Este ensayo es una joya literaria como tantas otras que abundan en las obras completas de Freud.
La fragilidad, un nombre de la condición humana
Una carta de Freud para Lou Andreas- Salome, en noviembre de 1914. Contemporánea a la escritura de su ensayo sobre la transitoriedad, le escribe:
La humanidad, estoy seguro, se repondrá de esta guerra (esta pandemia) pero estoy seguro de que mis contemporáneos y yo ya no veremos el mundo bajo una luz dichosa. Todo es demasiado horrible. Lo más triste es que, conforme a las experiencias suscitadas por el psicoanálisis, es exactamente así como deberíamos habernos representado a los hombres y su comportamiento. A causa de esta postura frente a los hombres, jamás pude compartir su bienaventurado optimismo.
Estas palabras escritas en 1914 preanuncian lo que Freud escribirá en 1930 en su trabajo “El malestar en la cultura”. Su desilusión, y su confirmación, sobre la condición humana queda claramente expresado en que ya no se podrá ver, analizar e interpretar al mundo, bajo esa luz dichosa sino más bien se encargara de investigar sobre sus oscuridades. Confirmando algo que cree, por intermedio del psicoanálisis, ya haberse encontrado mucho antes. No es más que lo reprimido que retorna nuevamente. Lo que muy bien definió como “lo umheimliche”, sería todo lo que debía permanecer en secreto, en lo oculto y salió a la luz.
Parafraseándolo podríamos decir: “Me es familiar, una vez ya estuve ahí” y “bienaventurados con los frágiles de condición, solo si lo advierten”
Marcas del tiempo: la castración
La transitoriedad, la incertidumbre, lo imprevisto se me ocurre que pueden ser marcas del tiempo. El tiempo nos marca que, nuestra finitud, nuestra indubitable caducidad. Las marcas del tiempo muestran su función de corte, muy cercano a la castración. Muestras la escasez del tiempo.
Luchamos contra a tiempo, vivimos muchas veces a contratiempo. Suponemos que tenemos toda la vida por delante. ¿Sera cierto?¿será así?. Vivimos como si no fuésemos a perecer. Se consume como si las cosas no se fueran a acabar y, siniestramente, el mundo se va consumiendo de a poco.
Nos repiten todo el tiempo que podemos acceder a todo, si a todo, lo que se nos ocurra. Y nos mantienen entretenidos con esa zanahoria delante de nuestras narices, y paradojicamente por delante de nuestras narices va pasando nuestra vida.
Parecen palabras apocalípticas pero se me ocurren tan ciertas que duele repasarlas.
Estos ejes lo que ponen al descubierto es nuevamente, la inconsistencia del sujeto, o más bien podemos decir que son las huellas, las marcas, de la desgarradura en el yo.
Seguimos una vez más, no será la última vez, creyendo por un lado en nuestra inmortalidad y por otro en nuestra omnipotencia.
Seguimos creyendo, con demasiada firmeza, en que el hombre todo lo puede o lo puede todo. Nada es imposible. A tal punto ha llegado la cosa, que “Se ha vuelto ciego (afirma Agamben) respecto no de sus capacidades sino de sus incapacidades, no de lo que puede hacer sino de los que no puede o puede no hacer”.
Y así chocamos una y otra vez con la misma pared. Puede que el hablante ser sea aquel que tropiece con la misma piedra en más de una oportunidad a raíz de su creencia, muy firme, en la consistencia.
Esta visto nuevamente, que el hombre resiste la condición de ser-para-la-muerte, de falta de ser o un ser en falta, sino que se trata de “ese ser” que reafirma su completud, cada vez que puede.
Estas marcas del tiempo, la transitoriedad, la incertidumbre, el duelo, remiten al sujeto a ese malestar con el cual no quiere saber nada. Como señala Freud “nos mostro la caducidad de muchas cosas que habíamos considerado permanentes”.
“Se funciona en base a ideales comandados por el mercado, y sostenidos en el consumo de objetos” (Eduardo Duer) Se trata de una globalización del consumo como una respuesta al malestar en la cultura.
Si como dicen algunas propagandas “Nada es imposible” pero ¡Nada! Lo es, siendo esto un claro rechazo a las implicancias de la castración sobre el sujeto.
Ese malestar también muestra al sujeto dividido, o en su división que queda rechazado convirtiéndose el mismo en objeto de consumo. En este derrotero, lo que se observa es la lucha denegatoria contra la transitoriedad subjetiva, colocando al sujeto en una situación de fragilidad.
Hay una preciosa canción de Sting, músico inglés e integrante de la banda de rock de los años 80 llamada “The Police”, que se titula “Fragilidad” y dice unos de sus párrafos:
“Aquellos que han nacido en un mundo así, no olviden su fragilidad”
Esta frase alude tanto a la fragilidad del mundo como de los sujetos que lo integran, y sobretodo alude al olvido del sujeto en su actuar.
La poesía, la música, expresan mejor que ninguna la fragilidad en la que se mueve el sujeto, a diferencia de cómo ese mismo sujeto se piensa. Puesto que se piensa, como una unidad inalterable, tal vez sea necesario que lo crea, pero al mismo tiempo lleva consigo invariablemente aquellas marcas (entre otras) que le muestran que no es el que cree cuando se piensa.
Lo contemporáneo
De alguna manera uno de los títulos propuestos para trabajar este año pone en juego dos cuestiones.
Por un lado, la transitoriedad, una forma específica de mencionar el paso del tiempo. Que el tiempo fluye, deja marcas.
Para Freud la representación de que algo es transitorio, coloca a quien lo experimenta en una situación de duelo. Y como un sujeto se aparta de aquello que le es doloroso, desprecian aquello que pudieron gozar por su transitoriedad.
Al interrogarnos sobre nuestras creencias sobre lo absoluto, inalterable, inextingible del manejo del tiempo, como por ejemplo: “Tenemos todo el tiempo del mundo” o “siempre va a estar ahí”, lo que estamos interrogando es la figura de un tiempo como inagotable.
Y en cambio, solo es transitorio. Nuestras vidas en definitiva son transitorias, aparecen, viven como pueden, se reproducen (no siempre) y luego mueren. Lo transitorio conlleva la marca de lo perecedero.
“El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo. La restricción en la posibilidad de goce lo torna más apreciable”
Volviendo al título de la jornada, en este inter juego con la transitoriedad, aparece por otro lado la clínica contemporánea.
Lo cual me lleva a pensar si efectivamente podemos hablar de una clínica contemporánea o, para articularlo de otra forma, cómo pensar la incidencia de la época en la clínica. ¿Existen marcas de la época que inciden en la subjetividad, y que a su vez afectan a la clínica psicoanalítica?
El psicoanalista Mario Pujo señala la que clínica nos enseña “sobre ese descentramiento por el que el hombre va tomando medida de su propia pequeñez, deja ver el filigrana otras tres grandes figuras de la ilusión: la tierra centro del sistema solar, el hombre hecho a semejanza de dios y el yo, ombligo del universo”.
Acuerdo con Pujo que estas figuras o formas de la ilusión que predominan en un contexto histórico constituyen un modo de renegar sobre la perdida de goce, que llamamos castración. Pero paradójicamente cada época encuentra la manera de resolverse en su límite para renovarse bajo la forma de una nueva ilusión.
Giorgio Agamben tiene una artículo cuyo título precisamente trata de responder a la pregunta: ¿Qué es lo contemporáneo?. El articulo pertenece al libro titulado “Desnudez”, que me pareció que viene a cuento de cómo el sujeto se encuentra frente a lo real. En muchas ocasiones, cuando el fantasma vacila, un sujeto se encuentra en estado de desnudez. Me pregunto si esta época nos está confrontando de manera más cruda a momentos de desnudez, de vacilación, frente a algunos acontecimientos que provienen del mundo.
Agamben afirma que contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, no para percibir sus luces, sino su oscuridad. Agrega que, contemporáneo es aquel que “está en condiciones de escribir humedeciendo la pluma en la tiniebla del presente”. Y para ejemplificar esto menciona una situación cotidiana, cuando ingresamos a un lugar sin luz, nos encontramos de golpe con la oscuridad. Tan solo unos segundos pasan, para que nuestros ojos se acomoden a la oscuridad.
No obstante, la simple ausencia de luz no define a la oscuridad. La oscuridad es producto de nuestra retina. Si, como lo escuchan, somos nosotros como sujetos que ingresamos en la oscuridad. ¿Cómo nos afecta la oscuridad en tanto sujeto?¿qué consecuencias se puede extraer de este fenómeno?.
Agamben señala que esto mismo es lo que sucede con la contemporaneidad, bajo la figura de la oscuridad de lo contemporáneo. “Percibir la oscuridad no es una forma de inercia o de pasividad sino que implica una actividad y una habilidad particulares, que, en nuestro caso, equivalen a neutralizar las luces provenientes de la época para descubrir su tiniebla, su especial oscuridad, que no es sin embargo, separable de las luces”.
Luces y sombras de la mano de lo contemporáneo, lo que me lleva a pensar como ha influido, por ejemplo este momento pandémico, pandemoníaco, en nuestra praxis como analistas. ¿lo disruptivo de la aparición de la pandemia ha traído cambios significativos en nuestro proceder y dispositivos clínicos?¿si los hubo, estos cambios serán definitivos o transitorios? ¿En qué consisten estos cambios?
Si el inconsciente son los efectos de la palabra sobre el sujeto y lo pulsional son los efectos o las resonancias de esas mismas palabras sobre el cuerpo, me pregunto: ¿se abre un nuevo surco en la clínica a partir de la pandemia?¿esta traerá, ya trae, variadas modificaciones al dispositivo?
Por ejemplo, ¿Qué sucede con el cuerpo, que lugar tiene, con sus resonancias, en el marco de las sesiones virtuales, telefónicas o sesiones online?¿qué consecuencias acarrea a la subjetividad el que el paciente se presente a través de una pantalla, que no espere en la sala de espera sino que espere a que el anfitrión permita su presencia?¿cómo se puede pensar una praxis donde queda excluida de por sí, la presencia del cuerpo?.
Lo imprevisto fue la pandemia trayendo numerosos cambios, entre tantas cosas, tambien a la experiencia clínica. Si esta conforma algún real, que está por fuera de lo imaginario y lo simbólico, que tiene intima relación con el trauma y el goce, un real que muestra un saber sin sujeto, que aparece por fuera de la cadena significante. Se trata de un saber que toca al cuerpo, que afecta al hablante. Como lo sitúa Colette Soler, se trata de “un saber que determina no el sujeto mismo, sino su goce corporal”.
En algunas sesiones, entrevistas, virtuales ocurre cosas de este tipo: en un momento se produce un silencio, el analista pregunta: ¿se corto? No, responde el paciente…estaba pensado. Otros ejemplos, en medio de una sesión: ¡que me dijo! No escuche, me escuchas. Me parece que se corto.
Me pregunto si podríamos incluir estos, si me permiten llamarlos, traspié tecnológico, como elementos mismos de la sesión: ¿podríamos pensarlos como otros avatares que aparecen en la escucha de ese hablante en ser?.
Otro ejemplo, más fresco, ya que está relacionado con la salida del aislamiento y la vuelta a la presencialidad. Algunos pacientes, que han retomado las sesiones presenciales, plantean al analista: ¿hoy podemos hacer virtual?. El analista, ante estos pedidos, que debería responder.
Los ejemplos recién comentados: ¿forman parte de los tropiezos, como un olvido, un lapsus, que ocurren en la experiencia analítica?. En estas variantes obligadas para una cura, las interrupciones tecnológicas, los cortes en la línea, los cambios de videollamada a llamada por línea, del skipe al zoom: ¿Cómo entenderlos, como interpretarlos dentro de la trama de un análisis?
Si, como dije, nos obligo a cambiar, nos obligo a realizar modificaciones de todo tipo. Pero también nos introdujo en numerosas oscuridades, son las oscuridades en las luces de esta supuesta continuidad hibrida. Digo supuesta, porque nos pasa que una vez que algo asesta su golpe a un presente, acusamos ese golpe, y en muchas ocasiones, nos volvemos a acomodar (muchas también como si nada hubiese pasado). Tal vez, sea la ocasión de revisar que nos paso, que hicimos y que haremos con los que paso. Este me parece que es el sentido de indagar en las tinieblas de la oscuridad de lo contemporáneo.
Se trata de un trabajo de duelo, un trabajo de elaboración sobre lo que nos paso y que nos paso con lo que nos paso. Hay en esta actualidad discursos contrapuestos, algunos dicen que lo que paso nos va a permitir mejorar, tratar mejor el mundo. ¿Realmente será así? Otros opinan, que lo que nos está pasando lo viven de forma denegatoria, es decir viven como si nada hubiera pasado. Tal vez esta sea la posición de los que afirman “que hay que volver a la normalidad”. ¿Cuál normalidad?¿realmente hubo una?
Este real que ha significado la pandemia, por un lado nos ha sorprendido y por otro no. Más bien, diría que este real vuelve a colocar las cosas en su orden, un orden de tipo transitorio, un orden que tiene su caducidad como causa. Como dice aquella estrofa de una canción: Nada es para siempre, puesto que nunca lo fue.
Si contemporáneo es “percibir en la oscuridad del presente esa luz que trata de alcanzarnos y no puede”. Afirma Agamben que el contemporáneo precisa coraje para “ser capaz de mantener la mirada fija en la oscuridad de la época, sino también poder percibir la luz que, dirigida hacia nosotros, se nos aleja indefinidamente”. “Ser puntuales a una cita a la que solo es posible faltar”.
Esto último, me recuerda a la función del malogro que Lacan menciona en su seminario sobre los cuatro conceptos, en su intento de trata de demostrar cuál es la causa del inconsciente, definiendo a este ultimo como lo no realizado y que a su vez funciona como causa. Una causa que afirma que únicamente se la puede ganar si se la ubica como una causa perdida.
Lo imprevisto: un encuentro con lo real
“Hace instantes hable de lo real, por poco que la ciencia ponga de su parte, lo real se extenderá, y la religión tendrá motivos aun para apaciguar los corazones”.
El psicoanálisis ha descubierto, o ha puesto al descubierto, que lo real es aquella cita siempre reiterada con un real que se escabulle.
Como si lo transitorio, lo imprevisto, el duelo, la fragilidad fueran algunos de los nombres de eso real que escapa. O, mejor dicho, las formas de nombrar aquello que atañe a lo real.
Lacan en una clase cuyo título es “Tyshe y automaton” nos muestra como lo real es aquello que falta la representación pero que, de todas formas, tiene sus lugartenientes. Por otro lado ese real, además, gobierna nuestras actividades.
¿Que nos despierta a lo real?¿que despierta lo real? En principio aquello que nos “golpea”, nos sorprende de improviso, sin preaviso, allí donde no lo esperamos.
La pandemia ocasionada a raíz del covid-19, casi con un nombre o denominación que me hace pensar en una de esas naves que viajan al espacio exterior, se trata de un virus que todavía no se sabe cuál es su origen por lo cual podemos decir que proviene de aquello que no conocemos, que no sabemos. La pandemia, en sus comienzos fue un real. Tan real que no había explicaciones suficientes para decirnos sobre lo que nos estaba sucediendo. Eso sucedía, nos atravesaba y no podíamos encontrar explicaciones, razones, significantes para poder soportar la angustia que “eso Otro” sin nombre “venía a nuestro encuentro”.
Nos decían, no salgan, quédense en sus casas, porque si salen van al encuentro con eso que no sabíamos que consecuencias iba a traer sobre nuestras “pobres” ex –sistencias.
Lacan afirma que lo real puede representarse por el accidente, ese poco de realidad que da fe de que no estamos soñando. Y fue asi con la aparición de la pandemia, llego un día y se quedo. Cambio nuestras existencias, ¿para siempre?. E inclusive nos preguntábamos: este virus, que se expande con muchísima rapidez, es un sueño. Muchas han negado su existencia. ¿Estamos soñando? No, de ninguna manera era un sueño, era el despertar a otra realidad de la mano de este real.
Como todo real no afectó de la misma forma a cada sujeto por igual. A cada uno lo afectó de diversa forma más allá de que ese real posea un estatuto “pandemial”.
Decimos que ese real despierta. Lacan señala que lo real nos despierta esa otra realidad, escondida, tras la falta de lo que hace las veces de representación.
Es interesante esta ultima parte de esta cita: de lo que hace las veces de representación, porque nos muestra que lo real hace vacilar, trastabillar sobre aquello que nos sostiene como representación: lo que hace vacilar lo real es lo fantasmático. Hace vacilar el fantasma con que cada sujeto enfrenta el mundo (la escena del mundo)
Si un encuentro es siempre un encuentro fallido, el despertar conlleva una ambigüedad, puesto que ese despertar lo que trae aparejado es la función de lo real.
Este real, rompiendo de alguna forma con la pantalla que conforma el fantasma, despierta, por un lado, “ese poco de realidad que da fe que no soñamos” y por el otro, despierta esa otra realidad escondida tras la falta de lo que hace las veces de representación.
Dice Borges sobre el despertar. Cuando despierto, me siento restituido a mi vida cotidiana, siento el horror de ser Borges…siento el hecho de que uno no está libre, de que uno no es nadie cuando duerme, luego uno despierta y uno es alguien, muy limitadamente es alguien.
Borges cree que el sentimiento que uno tiene al despertarse es el siguiente: estoy limitado a ser fulano de tal, estoy atado a un pasado que me honra pero a su vez tengo que emprender un dia cotidiano
Retomando la idea de la transitoriedad Borges dice que vivir es relativamente efímero, no puede castigarse de un modo infinito con el infierno.
Entra la luz y asciendo torpemente
de los sueños al sueño compartido
y las cosas recobran su debido
y esperado lugar y en el presente
converge abrumador y vasto el vago
ayer: las seculares migraciones
del pájaro y del hombre, las legiones
que el hierro destruyó: Roma y Cartago.
Vuelve también mi cotidiana historia:
mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte.
¡Ah, si aquel otro despertar la muerte
me deparara un tiempo sin memoria
de mi nombre y de todo lo que he sido!
¡Ah, si en esa mañana hubiera olvido!
La in-certidumbre: su furia sobre las certidumbres
Hablemos de la incertidumbre. Su prefijo in es rotundamente negado por el sujeto, prefiere, en cambio la unidad del yo, del ser. Nos movemos todo el tiempo con ciertas certidumbres. Nos movemos, vivimos con certidumbres.
Lo “in” de la certidumbre es lo que rompe el molde, lo “in” es aquello con lo que no nos queremos encontrar.
Freud decía que el sufrimiento provenía de distintos ángulos, puede provenir de la relación con el otro, y con el gran Otro, también proviene de la relación con eso Otro que Freud señala como el mundo exterior “que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras”.
Durante el desarrollo de la pandemia, qué papel desempeño la ciencia frente a este desconocido Covid-19. Una ciencia que siempre se ha mostrado como certera, repleta de certidumbres y que ha recibido un golpe en su plétora narcisista, como tambien lo fue cuando en los años 80 cuando apareció el SIDA.
Eduardo Duer, en su trabajo sobre la “Actualidad de la clínica psicoanalítica” señala que la ciencia y la tecnología se constituyen en nuevos amos. Pero todos sabemos que sucede con los amos, y los discursos que estos constituyen, tarde o temprano, terminan desmoronándose.
Señala Mario Pujo: “Y así como un sueño que toca su real tropieza con la angustia del despertar, cuando un relato se confronta con su propia imposibilidad interna emerge un vacio que nos interroga por el deseo que, en el Otro, parecería concernirnos”
El discurso de la ciencia numerosas veces ha chocado con su propia imposibilidad interna pero a su vez, siempre, insiste en desconocer.
Nuevamente deberíamos interrogarnos sobre la posición de una ciencia “innegativisable” que corre el riesgo de caer en el vacío. Propongo, como sugiere Lacan, que debemos interrogar sobre cuál es el deseo que habita a la ciencia.
Retomando nuestro planteo sobre la praxis como analistas, Freud afirmó que analizar es una tarea imposible (junto con otras como educar y gobernar): ¿Qué podrá hacer un analista si su tarea, su ocupación especialmente es “de lo que no anda bien”?¿cómo podrá ser esa ocupación, que Lacan denomino, de lo real?¿que deseo lo habita para desempeñar su función?
Cuando hablamos de lo transitorio, de la incertidumbre, del duelo, algo no anda bien. Y no anda bien no porque no funcione, y se necesite alguien que lo arregle. Es algo que no anda bien, para el sujeto, o en el sujeto, como condición de estructura.
Hay algo en la constitución del sujeto “que no anda bien”, que se constituyo de esta forma. Pero esto mismo es lo que se intenta, en muchísimas ocasiones, desde el propio discurso científico, desmentir.
El hiperdesarrollo tecnológico, la mecanización de lo humano, la ciencia como explicación del todo se han visto, nuevamente, en una nueva repetición de lo igual pero sin novedad, barrados en su propia imposibilidad.
“Hay cosas del mundo que hacen del mundo algo inmundo”, de esto intentamos ocuparnos los analistas, de manera que, contrariamente a lo que se cree, se confronta mucho más con lo real que algunos científicos.
Para terminar me gustaría señalar que el psicoanálisis no triunfará sobre la religión, justamente, porque la religión es inagotable.
Como dice Freud en palabras de Goethe:
Quien posee ciencia y arte, tiene también religión; y quien no posee aquellos dos, ¡pues que tenga religión!”
Para que el psicoanálisis no se transforme en otra religión inagotable podemos tomar la sugerencia de Pujo que sería legítimo preguntarnos por el deseo que habita el logos de nuestro tiempo, si hay algo que puede llamarse de ese modo sin darle necesariamente una encarnadura o un soporte religioso.
Sería deseable que el psicoanálisis conserve esta interrogación para que así no cometa el error que, cíclicamente, comete la ciencia.
Bibliografía
- Agamben, Giorgio: «Desnudez», Adriana Hidalgo editora, abril 2011.
- Borges, Jorge Luis: «El despertar» Poemas reunidos, Biblioteca Personal Jorge Luis Borges, Hispanoamérica ediciones argentinas (1985).
- Duer, Eduardo: «Epílogo. Actualidad en la clínica psicoanalítica» en «El sujeto en la estructura» Letra Viva (2015).
- Freud, Sigmund: «Carta a Lou Andreas Salome» 25 de noviembre 1914 en Lou Andreas Salomé en «Correspondance avec Sigmund Freud» 1912-1936, Gallimard 1970.
- Freud, Sigmund: «El malestar en el cultura», Amorrortu editores, tomo XX (1930).
- Freud, Sigmund: «La transitoriedad», Amorrortu editores, tomo XIV (1916.)
- Lacan, Jacques: «Seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis», Paidos editorial (1973).
- Pujo, Mario: «Para una clínica de la cultura» Grama editorial (2011).