Transitoriedad/Incertidumbre en la Clínica Contemporánea

Dislocaciones del Género. Pensar con las desobediencias

Por Dr. Pablo Farneda
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En esta escritura me propongo reflexionar sobre una expresión que hace muchos años vengo utilizando: dislocaciones del género. Originalmente comenzó como el título de un taller, un seminario o taller de pensamiento que fui y sigo dictando en distintas instituciones, y por mi propia cuenta y riesgo. Con el correr del tiempo la expresión fue tomando cuerpo, fue tejiéndose en un corpus de lecturas, de prácticas artísticas y políticas.

 

Habitar el hueco en lo que se disloca

Dislocación: un hueso se sale de su articulación. O algo se sale de su lugar, o un sentido se tuerce. La dislocación tiene un primer sentido común, concreto, es un acontecimiento en el cuerpo. Cuando algo se sale de su lugar (habitual) se produce un dolor. El pensamiento también se disloca, y también duele. Pensar es una práctica corporal, una práctica que acontece en los cuerpos dado que no hay otro territorio posible para el pensamiento. Los cuerpos: territorios de un pensamiento. La dislocación es la experiencia de un tiempo y un mundo en crisis.

Jacques Derrida acompaña estas reflexiones en la introducción a su libro Espectros de Marx. Allí hará partir sus reflexiones desde una expresión shakesperiana en boca de Hamlet: “Time is out of joint…” (Hamlet, Acto 1, Escena 5). “El tiempo está fuera de quicio ¡Oh suerte maldita, que ha querido que yo nazca para recomponerlo!”. Casi como un juego poético, podemos ensayar distintas traducciones:

El tiempo está fuera de sí

El tiempo está fuera de quicio

El tiempo está fuera de juntura

El tiempo se ha salido de sus goznes

El tiempo ha perdido el sentido

El tiempo se ha descoyuntado

 

Derrida observa aquí que el tiempo se disloca y, por esa entre abertura, se cuelan fantasmas. En este caso el fantasma será el padre de Hamlet, el espectro que viene a reclamar venganza, o deberé decir mejor, justicia.

Sabemos que Hamlet es un ex – céntrico. Un desquiciado, es percibido como aquel que no encaja… Hamlet nace ya del renacimiento de la cultura greco-latina y pagana, es el signo de un sujeto proto-moderno: un excepcional, un individuo. Pero Hamlet tiene una posición excepcional, también, porque es aquel que escucha al espectro, y que puede verlo. Es aquel que puede dialogar con los fantasmas.

El tiempo-espacio del espectro es un no tiempo y un no lugar. Es el hiato, la suspensión, el hueco por donde se cuela, el portal inter-mundos. El espectro aparece en la dislocación, en “un instante que no es dócil al tiempo” (Derrida, 1995: 14).

Derrida nos afirma que una ética exige hablar, no solo sobre o con el espectro, sino al espectro y ante el espectro, ante todos los que ya no están, y ante todos los que no han de llegar. Dialogar, escuchar a los espectros es hacer lugar a lo sin lugar, es alojar una extrañeza que no tiene “entidad”, que no tiene existencia: un fantasma no existe propiamente dicho, sólo insiste. Molesta, hace ruido, asusta, espanta, extraña.

Un espectro no es ni deja de ser… “Ser o no ser”, dice Hamlet, pero esa no es la cuestión. El espectro no puede entrar en las dicotomías infernales: no es un ser ni es nada, no existe, pero insiste y subsiste.

La dislocación entonces es un hueco, deja un espacio que se abre, es un vacío que no debe ser llenado, tiene su propia consistencia espectral, nos abre a otras dimensiones temporales y espaciales. A través de ese espacio es que emerge una intranquilidad, los espectros y los monstruos molestan. Daniel Link (2009) define al fantasma como una potencia de desclasificación:

“Los fantasmas, monstruos y sirenas como potencias de desclasificación que operan en la relación entre imaginación y sociedad: “Llamo fantasma a una “figura difícil de asir” (…). Los fantasmas tienen su potencia y esa potencia es una fuerza de desintegración (…) nunca un límite, siempre un umbral” (Link 2009: 11-13).

Los espectros y monstruos arrastran una potencia de perturbación, y por eso mismo rompen las clasificaciones. Son aquellos modos de ser menores que desbaratan la inteligibilidad, que nos hacen una pregunta o nos piden justicia.

Nuestra cultura moderna eurocéntrica no ha aprendido a llevarse bien con lxs muertxs, monstruxs y fantasmas, carecemos de relatos y rituales con los cuales hacerles lugar, hablarles y escucharles. Pero como afirma Derrida, aprender a vivir es algo que sólo puede hacerse, no en la vida, sino entre la vida y la muerte:

“El aprender a vivir, si es que queda por hacer, es algo que no puede suceder sino entre vida y muerte. Ni en la vida ni en la muerte solas. Lo que sucede entre dos, entre todos los “dos” que se quiera, como entre vida y muerte, siempre precisa, para mantenerse, de la intervención de algún fantasma. Entonces, habría que saber de espíritus. Incluso y sobre todo si eso, lo espectral, no es. Incluso y sobre todo si eso, que no es ni sustancia ni esencia ni existencia, no está nunca presente como tal. El tiempo del “aprender a vivir”, un tiempo sin presente rector, vendría a ser esto, y el exordio nos arrastra a ello: aprender a vivir con los fantasmas, en la entrevista, la compañía o el aprendizaje, en el comercio sin comercio con y de los fantasmas. A vivir de otra manera. Y mejor. No mejor: más justamente. Pero con ellos. No hay ser-con el otro, no hay socius sin ese con-ahí que hace al ser-con en general más enigmático que nunca. Y ese ser-con los espectros sería también, no solamente pero sí también, una política de la memoria, de la herencia y de las generaciones”.

Aprender a vivir es vivir también con lxs que no están “presentes” en un sentido inmediato, con lxs que ya no están y con lxs que aún no han llegado. Justicia y política implican hacer lugar a estos anacronismos: un presente más amplio, expandido, que pueda alojar pasados múltiples y porvenires diversos.

La dislocación es entonces una oportunidad. Es tal vez LA oportunidad para repensar nuestro tiempo-espacio, nuestros modos de ser tan profundamente injustos que reducen y coartan sentidos y sentires cuando no se atienen a la normalidad.

Para nuestros sistemas taxonómicos y clasificatorios (científicos y estéticos) lo monstruoso es aquello que no puede ser encausado en la grilla. O es forzado a adaptarse o es arrojado afuera del campo social, del campo de sentidos, a una zona de lo abyecto.

 

De las dislocaciones a las composiciones

La dislocación es el acontecimiento de un sismo. No es sólo el producto de la acción humana, y por lo tanto no puede ser pensado con los parámetros del humanismo: no es el efecto de la acción de un sujeto, un pueblo o una cultura. O no solamente. Es el desajuste profundo del tiempo-espacio cósmico, y por ende, micro y macro cósmico. Es una revuelta y un desajuste de todos los sentidos del mundo. Por eso me gusta pensar la dislocación con un término que el pensamiento descolonial de Silvia Rivera Cusicanqui nos acerca: la noción quechua de Pacha-Cuti. El Pacha-Cuti para las lenguas andinas es la revuelta del tiempo-espacio, en donde lo humano juega un papel. En este caso un papel importante porque lo humano-moderno-colonial ha perdido su horizonte de acompasamiento de los ritmos cósmicos, y por ende entonces colabora más en la destrucción que en la composición de-con la Naturaleza o Pacha. Podríamos decir: el cosmos se disloca y los humanos-modernos-colonizados no sabemos cómo acompañar y acompasar los ritmos de la tierra, la naturaleza, el cuerpo y el cosmos. Hemos perdido los saberes ancestrales, los saberes del cuerpo, los saberes del vivir. Tenemos conocimientos y sobre todo información, pero no sabemos qué hacer con eso.

Y por eso es urgente y necesario, inventar, reinventar y redescubrir los saberes sobre las fuerzas del cosmos, la Pacha, que no son otros que los saberes del cuerpo, lo que Suely Rolnik llama los saberes del cuerpo, y también Foucault ha llamado los saberes menores.

Pacha-Cuti: la revuelta del tiempo-espacio. ¿Cómo escuchar los acontecimientos sísmicos del cosmos? ¿Cómo dar sentido y hacer sentido en las dislocaciones?

Podríamos decir que ciertas disciplinas, como la investigación en ciencias sociales, y el campo de los diferentes psicoanálisis, han hecho hincapié en la escucha como técnica metodológica y clínica. La escucha es la gran vía de acceso a un saber, saber de sí, saber de lo social, saber de la cultura. Así se investiga en las ciencias sociales, así se construye una clínica en las prácticas de salud. Sin embargo, es urgente ahondar en la pregunta: ¿qué aprendimos a escuchar, y qué ha quedado por fuera de los regímenes de escucha habilitados? Michel Foucault formula esto en términos de enunciados y visibilidades. ¿Qué es lo que una época permite ver y decir? ¿Qué queda por fuera de esos regímenes? Eso que queda por fuera sólo emerge y se configura en el resquebrajamiento, en la dislocación de una época. Allí en donde se fractura la episteme de una época, allí se atisba y se intuye otros modos de ser, estar, otros modos de ver y decir, y otras cosas posibles de ser escuchadas. Otros cantos y las voces de otros fantasmas.

¿Qué fuerzas pulsan hoy y son intuidas sin ser aún escuchadas? ¿Qué fuerzas del mundo piden pasaje en nuestros cuerpos? ¿Cómo se expresan y cómo también hacen síntoma? No sólo, como Foucault nos invita, a pensar todo absolutamente distinto o de nuevo, sino también se tratará de escuchar todo de nuevo.

En principio, no parece que en esta escritura yo me encuentre hablando del género, o en torno a sus problemáticas actuales. Y sin embargo… Para pensar los géneros y las sexualidades en el mundo contemporáneo necesitamos una tarea urgente, una tarea previa a avocarnos específicamente a estos temas: necesitamos observar nuestras propias dislocaciones, para hacerle lugar a lo sin lugar, a la diferencia radical que pulsa e incomoda. Esa heterogeneidad que tendemos a ver “en el otro”, o “en la diversidad”, y nos cuesta tanto ver y alojar en nosotrxs mismxs. Las dislocaciones de los géneros y las sexualidades son, tal vez, la oportunidad para reencontrar en cada uno de nuestros cuerpos, esa potencia de desclasificación, esa singularidad que nos constituye y que nos permitirá hacerle lugar, como dice Susy Shock, a nuestra alegre monstruosidad.

 

Bibliografía

  • Derrida, Jacques (1995). Espectros de Marx. Madrid, Trotta.
  • Farneda, Pablo (2021). Cómo hacerse un cuerpo en el Arte. Prácticas artísticas y desobediencias al Género. Paraná, La Hendija.
  • Link, Daniel (2009). Fantasmas. Imaginación y sociedad. Buenos Aires, Eterna Cadencia.
  • Rivera Cusicanqui, Silvia (2018). Un mundo chi’xi es posible. Ensayos para un presente en crisis. Buenos Aires, Tinta limón.
  • Rolnik, Suely (2019). Esferas de insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente. Buenos Aires, Tinta Limón.

 

Dislocaciones del Género. Pensar con las desobediencias