Quiero en esta oportunidad compartir el festejo de los 50 años del Centro Oro, que el marco de esta Jornada nos habilita.
Hace 20 años, en la apertura de nuestra Jornada Aniversario por los 30 años, siendo en ese momento presidente de nuestra institución decía: “Hoy casualmente me ha tocado ser historiadora de esta celebración, pero la paradoja de la historia es que el historiador es él mismo un ser histórico, no tiene el privilegio de una mirada fuera del tiempo”.
La paradoja del historiar nos ubica entre la imposibilidad de escapar del presente y al mismo tiempo, la necesidad de hacerlo. Historiar es una función activa de una subjetividad encarnada en un espacio tiempo.
Intentaré transmitirles mi propia experiencia como miembro del Centro Oro a lo largo de más de 40 años, para darle forma a este lugar de historiadora.
Recurro entonces a la propuesta de Najmanovich sobre lo que denomina una función historizante, esto es, “la capacidad humana de dar sentido al pasado sumergiéndose en los meandros de la memoria, dialogando con restos arqueológicos que nos llegaron de un tiempo anterior, que no puede ser revisado más que por inferencias, hilando indicios y tejiendo historias, desde un hoy ineludible para el historiador”.
Función historizante que no registra hechos puros, sino que son los relatos los que constituyen la trama de nuestra historia. Razón por la cual, las historias no son iguales, dependen del material que fue seleccionado, de los indicios que se siguen, de los estilos que adoptemos. Siguiendo a Agamben, podríamos decir que se trata de una función testimonial, de una narración por delegación a partir de lagunas, que permiten producir significaciones inéditas para el conjunto.
¿Cómo entramamos Historia, Transmisión y Práctica del Psicoanálisis a la luz de estos 50 años del Centro Oro?
Comenzaré por recuperar algunos relatos de la historia institucional que aparecen en la Revista Entrelíneas, publicada en nuestro 25 aniversario, en el año 1997, a partir de cinco capítulos titulados: “Apuntes para una historia del Centro Oro”. Relatos que para algunos de nosotros son conocidos, pero que para las nuevas generaciones seguramente son inéditos. En este sentido este relato trata de transmitir una historia colectiva y a la vez singular, para que cada uno de los y las colegas amigos aquí presentes, puedan entramarlos con sus propios recuerdos y experiencias de su paso por el Centro Oro.
En el primero de los capítulos, Octavio Fernández Moujan relata: “Creo que va a ser importante ante todo ubicarnos en 1971, Bs. As., Argentina; fundamentalmente en lo que era en ese momento el ambiente psicológico psicoanalítico y psiquiátrico…Veníamos del grupo Lanús, proveniente del Servicio de Psicopatología del Policlínico Araoz Alfaro, cuyo maestro durante mucho tiempo fue el Dr. Mauricio Goldemberg…Hasta 1970 funcionó con un nivel científico y de interacción realmente meritorio. Pero paulatinamente el desgaste en las luchas ideológicas …nos llevó a la necesidad de fundar el Centro Médico Psicológico Buenos Aires –hoy Centro Oro- necesidad de reagruparse…queríamos compartir con otros profesionales la actividad, discutir, formar grupos terapéuticos; en otras palabras, abordar temas de salud mental en la tarea preventiva, no sólo curativa”.
Hoy después de muchos años de pertenencia institucional, pienso que fue posible sostener la transmisión de la promoción y la prevención de la salud mental en el conjunto social, a pesar de las dificultades y problemáticas sociales que nos fueron atravesando. Vienen a mi memoria hitos de la historia del Centro, como la tarea de “Libertad Asistida” que muchos realizaron en conjunto con la Secretaría del Menor y la Familia, o los encuentros con la comunidad en el taller en el año 2002 que denominamos “Saliendo del corralito del miedo”. Taller en el que tomó cuerpo la prevención en salud mental, dejando una marca en el barrio y en la comunidad. También la fundación del CEA (Centro Educativo Asistencial) que coordinaron durante muchos años Paula Schuster y Marina Guingold.
Volvamos a los “Apuntes”, en el capítulo dos, Octavio cuenta que los miembros fundadores –Gisela Rubarth, Juan Pruden, Jaime Yospe, Ana María Daskal, Beatriz Camus, y Octavio Fernandez Moujan-, comenzaron en agosto de 1972 con cinco consultorios, secretaria, un ateneo semanal, gastos comunes y reuniones administrativas…”.al principio éramos un grupo de gente que ponía sus consultorios privados en un edificio común y que discutía su tarea en pequeños ateneos y supervisiones, lo que nos permitió ir moldeando nuestra actitud frente a la tarea clínica. Esta sería la era asistencial de la institución…Poco a poco se van produciendo nuevas incorporaciones al grupo fundador”…”Otro hito importante fue la llegada de Sofía: fue la primera vez que el Centro se sintió en manos de una secretaria seria, confiable y muy respetuosa en el trato con los pacientes…Al cabo de los primeros cuatro años, estaríamos llegando a los albores del que podríamos llamar la era institucional”.
Vuelvo a mis recuerdos: con Juan Pruden aprendí a trabajar con grupos terapéuticos, y aunque hoy no podamos contar con él, sigue vigente su pasión por el semejante y su dedicación a armar trama con el conjunto social. Con Gisella Rubarth y Ana María Daskal, compartí sus debates sobre la cuestión del género en el Departamento de la Mujer. Todavía recuerdo las peleas teóricas que seguramente tenían que ver con la dificultad para soltar ciertos dogmas y para pensar que las teorías dan cuenta del imaginario social de su época. Imaginario que estaba cambiando pero que recién en estos momentos podemos dar cuenta.
Fue nuestra querida Ana Goldberg -a la que queremos hoy también homenajear- quien relata en el capítulo tercero de “Apuntes”: “El grupo inicial se fue agrandando y complejizando, el espacio físico también…Dos temas fueron pensados y discutidos intensamente: la Prevención y la Docencia…El Centro se departamentalizó, amplió sus horizontes de investigación y asistencia: Comunidad Terapéutica… Pacientes Graves…Psicopedagogía…En 1979 se planteó transmitir la experiencia acumulada en esos primeros siete años y se abrieron dos Seminarios: “Psicopatología de la Adolescencia” y “Abordajes y Estrategias Terapéuticas”. Recién dos años después (1981) se crearía la Escuela de Posgrado y con ella la condición para el ingreso de nuevos miembros titulares: ser graduados de la Escuela”.
No es casual que este capítulo esté armado por Ana Goldberg, su nombre está indisolublemente ligado en mi recuerdo no sólo a la inauguración de la Escuela sino también a mis inicios en la docencia. Llevo en mi memoria las horas que compartí con Ana para la preparación de las clases sobre histeria para Psicoanálisis I, así como la afonía de la noche anterior a dar esa primera clase.
En el capítulo cuatro de “Apuntes”, Cristina Ravazzola y nuestra siempre recordada Marta Galperín, nos cuentan: “Recortamos un retazo de historia, marcando especialmente el año de nuestro ingreso a la Institución, 1977…Se cumplían cinco años de su fundación, la Institución contaba con trece integrantes, incluidas nosotras. Además de los miembros fundadores estaban: Hugo Hirsh, Enrique Alba, Abrao Slavutsky, Beatriz Ramos, Ana Goldberg y Rubén Gro…Fueron momentos de gran dificultad y riesgo en relación al trabajo grupal. Nuestros pacientes adolescentes y adultos jóvenes fueron la franja más amenazada por la Dictadura. El Centro nos posibilitaba sin embargo el trabajo en terapia grupal implementando… a modo de reaseguro consignas frente al peligro…En ese momento coexistían corrientes diversas en relación al trabajo, aun cuando el psicoanálisis era central. El Centro se convirtió en un refugio privilegiado donde podíamos pensar, pensar en las “cuestiones posibles” en contraste con las tantas no posibles del afuera…era el tiempo en el que solíamos llamar a este espacio: el espacio de las catacumbas”.
“Espacio de catacumbas” que también nos albergó al año siguiente, en 1978, a Alicia Beramendi, Luis Mamone, Marta Martinez, Claudio Glassman, Rosa Kononovich, Fany Kohen y a esta historiadora –Susana Matus-. Recuerdo todavía la alegría compartida que todos nosotros sentíamos por el ingreso al Centro. Éramos muy jóvenes, con ilusiones pero con muchos miedos. Nuestros hijos pequeños nos daban fuerza para soportar la angustia por los amigos desaparecidos y el Centro fue nuestra posibilidad de seguir construyendo relatos, la posibilidad de seguir con nuestra función historizante, la posibilidad de sobrevivir para dar testimonio.
Quiero en este momento tener un recuerdo para Rosa Kononovich, con la que compartí muchos espacios y reflexiones y con quien cada vez que nos veíamos, me decía “vos sos mi referente para saber cuándo entramos al Centro”…y nos reíamos mucho y yo le recordaba que era cuando Guido, mi segundo hijo tenía un año. Muchos años después Guido fue quien filmara las sesiones de Cámara Gessel que realizaba Octavio Fernández Moujan.
Llegamos al capítulo cinco de “Apuntes” que lo escriben Rosa Kononovich y Liliana Mato, ex directoras de la Escuela de Posgrado. Allí cuentan: “La dirección de la Escuela desde su fundación hasta la actualidad (era el año 1997) fue desempeñada sucesivamente por: la Dra. Ana Goldberg, la Lic. Herminia Ferrata, la Lic. Rosa Kononovich, la Dra. Liliana Mato y la Lic. Norma Mondolfo. A partir de su fundación, la Escuela propone uno de los proyectos institucionales más importantes: la creación del PEA, programa de asistencia a la comunidad con honorarios reducidos…La Escuela trae el bullicio, las inquietudes y los interrogantes de los más jóvenes a la Institución y de hecho, se convierte en el semillero de futuros integrantes de la misma. A partir de este año los egresados pueden acceder a la categoría institucional de egresados adherentes para poder seguir produciendo en el marco del Centro”. En realidad primero fueron adherentes, pero enseguida –entre 1987 y 1990- muchos pasaron a la categoría de titulares, muchos de los cuales están hoy en la institución formando parte de los distintos departamentos y equipos de trabajo y las direcciones de la institución.
Pasaron los años, fuimos creciendo, y nuestro lema: “Centro Oro, asistencia, docencia, prevención e investigación en salud mental”, siempre estuvo presente. Hoy contamos con muchos departamentos –no quiero dejar de nombrar a ninguno-: Adicciones; Adolescencia; Comunidad, Dolencias Orgánicas; Psicoanálisis Vincular; Fertilidad Adopción y Filiación; Niños: Pacientes Graves y Urgencias; Psicoanálisis; Familias Judicializadas; Trastornos de la conducta alimentaria y Psiquiatría. Todos espacios clínicos y de investigación que son el fruto de años de experiencias compartidas y de la transmisión de una práctica psicoanalítica, que desde una diversidad de conceptualizaciones y dispositivos, fueron dando lugar a la complejidad que nuestro Centro representa.
Asimismo, los espacios de Docencia, como el Seminario de Actualización “Nuevos tiempos en la clínica” que coordina Octavio Fernández Moujan, la Escuela de Clínica Psicoanalítica, los Seminarios presenciales y virtuales, las Supervisiones institucionales y las Pasantías de alumnos de diferentes universidades, constituyen otro de los logros que se han sostenido a lo largo de los años, promoviendo un modo de pensar el Psicoanálisis, donde la trama entre lo subjetivo y lo social constituye nuestra marca de origen.
El Centro que, si bien comenzó con una perspectiva asistencial, luego con la fundación de la Escuela, fue apareciendo como un referente en nuestro medio, para la transmisión de la teoría y la práctica del psicoanálisis. Asimismo, con el tiempo se fue desarrollando un espacio de transmisión científica a través de las Mesas y Conversaciones, los Encuentros de filosofía, El Foro de Psicoanálisis, las Jornadas Anuales y la publicación de nuestra Revista Entrelíneas, que da cuenta de la diversidad de conceptualizaciones y experiencias que titulares e invitados van desarrollando.
Quiero hacer una pausa en el relato para recordar que fue la fundación y pertenencia al Departamento de Familia – hoy Psicoanálisis Vincular- la que me abrió las puertas para aprender -como sostiene Octavio- a “construir desde la paridad y hacia la comunidad”, a trabajar en una clínica complejizada por lo social y lo vincular.
Cada uno de los departamentos han sido lugares de investigación y producción teórica muy importante para los que transitamos este espacio institucional, y por sobre todas las cosas, un lugar de encuentro afectivo y solidario que nos acompañó y acompaña en nuestra vida cotidiana: con nuestros pacientes y con nuestras familias.
Ahora bien, ¿Cómo se entrama nuestra historia, con la transmisión y la práctica del psicoanálisis en esta celebración?
Celebrar supone memoria, acontecimiento y también testimoniar. Pensamos que la práctica del psicoanálisis implica poner en juego una función testimonial. Función que siguiendo el relato de Primo Levi, citado por Agamben (2000), sobre los sobrevivientes de Auschwitz, remite a quienes viven para dar testimonio, transmitiendo al conjunto social un relato acerca de algo que no debió haber ocurrido y ha de ser recordado. Relato que ayuda a los sobrevivientes, y a todos nosotros, a bordear lo insemantizable del trauma social, aquello que insiste buscando encontrar un sentido, para reconstruir el tejido social destruido. Un analista, desde esta perspectiva es testigo de una escena, pero no como espectador, sino como testigo en función testimonial, un analista implicado que puede construir marcas nuevas allí donde no las hay.
¿Y cuando el testimonio se transforma en celebración? Tal vez cuando lo imposible ya no solo bordea lo siniestro, sino que da cuenta del “no todo”, de la diversidad infinita, y cuando lo humano puede encontrarse en la trama con la naturaleza, en el conjunto, en el nosotros.
En este momento histórico es necesario producir nuevos relatos donde la experiencia de la paridad permita el encuentro con el semejante y la construcción del sentimiento de solidaridad.
Creo que esta celebración de los 50 años del Centro Oro, nos llega en un momento en que tanto en lo social como en lo institucional, son las redes entre pares las que nos han permitido avanzar, más allá de la violencia cotidiana, hacia el encuentro de un nosotros que nos albergue y permita subjetivarnos.
Un nosotros que está formado por muchos miembros: titulares, adherentes, invitados, alumnos, de hoy y de todos estos años, a quienes sería imposible nombrarlos a todos, pero que creo podemos representarnos a través de los titulares que hoy se han hecho cargo de la conducción de nuestra institución: María del Carmen Rodriguez Parodi, Cristina Agustini, Sandra Saphir, Débora Belmes, Agustina Anaya, Daniela Goldman, Ana María Santesteban, Susana Paredes, Mariana Pautasso.
Un “nosotros” que pensado desde la historia del Centro, tiene el sello de su fundador: nos decía Octavio cuando cumplimos 25 años, “Asumir la historia, la vida de una Institución, supone además de recordarla, reconciliarse con ella. Entonces el pasado no es una carga ni un refugio, sino una experiencia vivida con dignidad. Pero además supone asumirla solidariamente con el presente que nos toca vivir…los invito a todos a festejar “ligeros de equipaje” y con orgullo este nuestro cumpleaños”.
Parafrasenado las palabras de Octavio y las de Eladia Blazquez, los invito a celebrar nuestros 50 años, “ligeros de equipaje” y con el deseo de producir encuentros y experiencias que nos acerquen a la posibilidad de “honrar la vida”.