Transitoriedad/Incertidumbre en la Clínica Contemporánea

Entre Pan Demos y El Pandemonio

Por Rafael Paz
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Nacemos en un mundo que nos recibe con las más variadas formas de trato y cuidados, según los tiempos y el lugar familiar y social que nos haya tocado en suerte.

Después, a veces mucho después, trazamos como sea un camino relativamente propio, porque la densidad de las circunstancias nos acompañará siempre, definiendo grados de libertad y horizontes posibles.

De ahí que haya cierta razón en cualquiera que protesta por el mundo que le ha tocado vivir, como intuición oscura de cuán determinados estamos por fuerzas que nos trascienden, pero siendo también la inexorable plataforma para construir alternativas.

Recordemos que Freud coqueteó con la idea de destinos, pero –osadía a lo Prometeo- para transformarlos.

Y siempre con los otros y en el mundo, pues…: “Es verdad que la psicología individual se ciñe al ser humano singular y estudia los caminos por los cuales busca alcanzar la satisfacción de sus mociones pulsionales. Pero sólo rara vez, bajo determinadas condiciones de excepción, puede prescindir de los vínculos de este individuo con otros. En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar o como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo”.[1]

Cita de fortuna contradictoria, pues se la ha invocado  innumerables veces, pero muy pocas, en proporción, ha servido de fundamento concreto a los desarrollos que desde allí pueden desprenderse.

Ocurre que para las capas medias, que son principales generadoras y realimentadoras de consenso y transitan una razonable existencia de cuidados y confort, lo social y común tiene mucho de abstracción.

Y aparece en el horizonte real de vida con intermitencias, en contingencias pasajeras y elegidas o, por el contrario, impensadas y traumáticas: crisis sociales y políticas, catástrofes, epidemias…

Cosa muy distinta a lo que ocurre en niveles populares, en los cuales la interpenetración de fronteras de vida, por razones materiales y de costumbres arraigadas son otras.

AQUÍ Y AHORA

El miedo cundió y, como es bien sabido, no es un buen consejero.

Por lo que es necesario recuperar ciertas coordenadas basales, para aplacar con pensamiento el torrente de comentarios e “información” que han nutrido espasmos discursivos o invectivas desaforadas, realimentando circuitos paranoides y certezas efímeras.

La peste que padecemos produjo una suerte de  insight traumático generalizado, al forzarnos a percibir cuán estrechamente relacionados estamos todos con todos, en un inmenso y frágil rebaño: “pan demos”, lo que afecta y concierne al pueblo entero. 

De ahí que la remanida mención “al otro”, en muchos planteos edificantes, esconda entre sus pliegues una suerte de exorcismo, surgido de la visión persecutoria de las posibilidades múltiples de contagio proveniente de cualquiera ante contactos mínimos y aleatorios.

Reforzada por la potencia viral, su invisibilidad y cualidades mutativas, que lo tornan representación ideal de lo persecutorio.

La precariedad esencial que nos constituye, razón última de muchas creencias y prejuicios y habitualmente negada, tiende a tomar el comando vivencial, azuzada por discursos malthusianos que de modo descarnado predican de hecho la selección de los más aptos.

Haciendo que el reaccionarismo puro y duro se muestre sin ambages, no sólo en políticos y mandatarios ostentosos sino en la conciencia espontánea media.

Y en lugares que se consideran a sí mismos, y también desde los vasallajes periféricos, como faros de la civilización.

 

Los rasgos de una globalización regida por las reglas del capital financiero se manifiestan en la superficie de la vida, trasuntando la crisis profunda de la eticidad colectiva, como lo mostró el acopio de vacunas más allá de necesidades razonables hasta el momento de caducidad de su vida útil, en que fueron subastadas o donadas demagógicamente a lugares menos favorecidos.

El contrabalanceo con esfuerzos y sacrificios notables por parte de muchos no basta para rehacer lazos dañados, y el vivir, sin retórica alguna, se torna una aventura impredecible atravesada por el desamparo, y que por lo tanto agota.

 

Freud, en textos clave como “Inhibición, síntoma y angustia” o “El malestar en la cultura”, otorgó un lugar fundamental en la condición humana a lo que denominó Hilflosigkeit; literalmente: estado de carencia de ayuda.

Remitiéndolo a los momentos iniciales de la vida, marcados por una dependencia absoluta del amor y los cuidados primarios, en tanto mamífero de madurez precaria y necesitado de un nicho ecológico de acogimiento sensible y presencias prolongadas.

Condición que perdura como capa basal del propio ser, en el trasfondo de las seguridades y los narcisismos que la compensan en el curso de una vida.

Y de donde brota además un imaginario radical (Castoriadis) en búsqueda y hallazgo aleatorio de fonemas, tonalidades y cadencias en el lecho lingüístico que lo espera para unirlo al discurso del conjunto (Piera Aulagnier).

Soldando así aquél desamparo con un magma simbólico que lo sitúa en la plenitud de su condición humana y relacional.

De modo tal que la sexta tesis de Marx sobre Feuerbach: “La esencia humana no es algo inherente al individuo aislado, es, en su realidad, el conjunto de relaciones sociales”, se torna evidente en diferentes planos constitutivos y por ende en la convivencia.

Pero también, por eso mismo, es allí donde nos encontramos con interpelaciones que rompen los juegos especulares y la tendencial clausura narcisista, descolocándonos.

Y obligándonos a preguntarnos por las verdades –grandes o pequeñas- que circulan en la convivencia, sacudiendo el universo de certezas y abriendo el propio ser a las expansiones que sean posibles, al quebrar aquella compacidad imaginada.

Es decir, llevándonos a asumirnos como alter-ados.

Por el amor o el desamor, la rabia, la indiferencia, las multitudes en movimiento o la interrogación interpelante procedente de cualquiera en los cruces de la vida.

Es a partir de la experiencia del miedo transformado en terror que las bases mismas del soporte de la existencia flaquean.

El miedo es advertencia de riesgo, y juega en él un eros de preservación; en el terror se ha perdido la cobertura por los otros y también la esperanza, pues estamos absolutamente solos.

Ocurre que nuestra piel no es el límite vivencial de nuestro cuerpo, sino el entorno consistente de los otros que nos acompaña en el mundo, formando capas y capas protectoras y emolientes.

Si estas caducan sobreviene el terror: la inermidad en soledad absoluta.[2]

 

Una experiencia de tal calibre, vivida en plenitud o bordeada exige una respuesta radical.

Pues si esta complejidad inscribe los interrogantes que se suscitan en los odres envejecidos de clases en decadencia y a la defensiva, se consuma en clausura y empobrecimiento subjetivos.

Y la interpelación potencial del otro resulta anulada por un talante persecutorio que recoge respuestas urdidas en usinas oscuras, dándole forma proyectiva al arsenal de ideas preconcebidas.

Siendo así como desde la incertidumbre y su trasfondo persecutorio se pasa a suscribir las formas más banales de los prejuicios.

Mutilándose la dialogal vacilación humanizante, la razonable confianza media y obstruyéndose la aventura de interrogarse por el ser de las cosas y, de nuevo, del propio ser.

 

LUGAR DEL PSICOANÁLISIS

Es en los intersticios de la vida cotidiana donde se sitúa el psicoanálisis, poniendo en valor fragmentos de los más diversos merced a la regresión productiva, y desprendiendo puntas inesperadas que amplían el territorio de lo posible de ser indagado.

A la inversa, las inercias repetitivas determinadas por anudamientos neuróticos se potencian en procesos opacos de socialización, restringidos a la lucha por la sobrevivencia, el miedo a quedar sin trabajo y el aplanamiento simbólico de un régimen mediático banalizante.

Cuando en rigor las preguntas por cómo somos, y con quién y quiénes y para qué, son claves para todos y parte esencial de una demanda implícita profundamente democrática.

 

CON VIVENCIAS

Del examen de la socialidad y dependencia radicales se desprenden líneas para entender la conmoción del conjunto de creencias cuando el mundo de vida muestra, no sólo sus puntos débiles, sino la ominosa anticipación de que todo puede desmoronarse.

Frente a lo cual, aunque sea de manera vacilante, surge la necesidad de refrendar pactos convivenciales elementales.

Que son precisamente los que las pautas rentísticas y el sálvese quién pueda deniegan, cancelando el pensar abierto y restringiéndose a la eficacia de moverse en circuitos simbólicamente empobrecidos, con una suerte de modelización bancarizada de la existencia que muestra su inutilidad absoluta para neutralizar los miedos.

Como veíamos, el terror nace de la soledad radical, que nos deja librados a los límites de nuestra piel, y no se acopla a la piel segunda y esencial materna, paterna y fraterna.

Facilitando una concordancia tácita con el darwinismo social: núcleo ideológico duro subyacente a la dominancia ideológica y las formas de la subjetividad que cincela, que expulsan la complejidad y lo problemático del orden de lo pensable.

Con lo cual se opta de hecho por matrices de pensamiento crudamente operatorias, que dejan sin marco posible de representación a fenómenos de complejidad sobredeterminada.

Lo que puede llevar a enunciados increíbles, como por ejemplo el de “no mezclar lo que ocurre con la política”, primer momento retórico para introducir la idea de una experticia abstracta modelizada desde marcos empresariales de performances y rendimientos para diseñar formas de vida.

Cuando es obvio que es en el seno de relaciones de poder a escala universal, sus contradicciones y las opciones valorativas que de allí brotan, junto, claro está, a los saberes específicos, que se juegan los destinos de las gentes.

 

La materialización, en el horizonte concreto de la vida, de tal cascada de disvalores, paraliza y determina opciones polares: o nos sumamos, en la proporción que sea, a la búsqueda de un mundo más justo para todos –pan demos– en pos de una acogida distinta para nuestras fragilidades y las de los nuestros  o aceptamos la ley de la selva.

Rompiendo entonces pactos humanos fundantes: hacer el bien a quién lo ha hecho (y más allá también, en las riberas del altruismo),  y no hacer el mal a quién ha hecho el bien.

Frontera que si se traspasa hace caer consigo a todo el edificio de la cultura.

Pues algo total se halla en juego, y le da un especial carácter ominoso al mundo que transitamos: subyaciendo al plano de la pandemia y su reciclaje de inermidades ante sucesivas oleadas de variantes virales, todo el edificio cultural muestra la debilidad de sus costuras.

Dependiendo de cada uno, y de los colectivos que sepamos conseguir, optar por Eros o Tánatos en la búsqueda de soluciones.

La mención a las tales fuerzas no es un juego retórico, pues se trata de ideas a las cuales el psicoanálisis les dio carnadura operacional al ponerlas en uso para dar cuenta, a modo de metáfora transcultural, de la madeja mítica en que todos estamos envueltos en tanto seres de sociedad.

Y que se activan en conmociones como las actuales, donde la pequeñez humana se hace patente y la indefensión tiende a tomar el comando vivencial.

EL PRÓJIMO COMO ABSTRACCIÓN

En épocas lejanas, de joven creyente con altas metas de perfección, me topé con un texto escrito por un teólogo húngaro en el cual se refería “al prójimo de la plataforma del tranvía”, es decir, aquél que me incomoda quitándome lugar, ocupando espacio, incluso molestándome por su olor vagamente desagradable.

Me impactó muchísimo, y derrumbó de un golpe al prójimo incluido de manera idealizada en los cánticos piadosos y las oraciones a distancia.

Siendo éstas abstracciones que caen cuando el miedo al contagio toma el comando y organiza el lecho espontáneo de las vivencias y cuando un creyente de buena fé vive en una coartada “sobrenaturalista”.

Es decir, donde “el más allá” permite eludir la interrogación radical ante el impacto del mundo tal como es.

Y justificado, por añadidura, por el peligro de la cercanía con los otros y la hipocondría absorbente que la pandemia propicia.

ANGUSTIA SEÑAL.

Planteado así el contexto que se nos presenta, podemos señalar como un objetivo estratégico de la tarea psicoanalítica el de trocar el miedo en angustia señal, que al modular las actitudes defensivas permite asumir la incertidumbre como constitutiva de la existencia.

Saliendo de la desconfianza como horizonte organizativo y volcándose al azar de los intercambios buenos, para salir “hacia arriba” del círculo estrecho de la prevención paranoide transformándola en un alerta útil.

De donde se desprende el valor multiplicador simbólico de la solidaridad implícita en los cuidados recíprocos, que cambian el eje de respuesta.

Pues el miedo es una reacción primaria que desencadena en cascada una serie de reflejos de especie que culminan en el enfrentamiento desesperado o la huida.

Las alternativas y medias tintas quedan abatidas por el absoluto de la disyunción extrema: salvarse o perecer.

Generar y sostener consensos adecuados se trueca entonces en un ejercicio ciudadano formidable, que atraviesa los tapabocas y máscaras necesarias, y nos agrupa en un común totalmente novedoso para el individualismo exacerbado que muchos pregonan.

Lo que es posible, con una espera / esperanza como guarda razonable de una media social de solidaridad, restituida la exploración de la angustia señal ligada a una ética práctica de la racionalidad colectiva.

Si no se profundiza en esa línea –y por parte de los más posibles- la aceptación de la cosa tal como es cae vertiginosamente ante mensajes disruptivos, certezas ominosas y la ecuación simbólica latente entre virus y humanos malos.

Es así que un paciente puede adjudicar a su analista extrema irracionalidad en tanto supone en él adhesión fanática a las pautas de cuidado que se recomiendan, pues los que mandan como instancia visible nos estarían conduciendo al abismo mientras nos mantiene “a todos encerrados”.

Las medidas de prevención –más o menos adecuadas en términos objetivos, práctico sanitarios, que es otro plano de discusión- se truecan así, fantasmáticamente, en dispositivos símil concentracionarios de opresión colectiva.

Y llegan de hecho, por ejemplo, a remover las profundidades transgeneracionales de la sensibilidad al horror de los campos.

Con lo cual la solución es obvia: huir del país mientras se pueda.

En tal circunstancia, la ubicación ante el peligro efectivamente existente se pierde por entero, subsumido por una succión del terror proveniente de otra escena indiscutible, que vuelve a quienes no se suman cómplices de una negación suicida.

Es en este punto, más frecuente como latencia implícita de lo que se piensa, que la función de señal de la angustia queda subsumida en el “terror sin nombre”(Bion),pero al que se le buscan desesperadamente localizaciones.

De ahí la saturación de tal vacío con ideologemas, es decir, precipitados elementales de respuestas prefabricadas que saturan con un seudo pensar y calman la orfandad de la angustia.

Estas son las magnitudes concretas con las cuales nos hemos topado al lidiar con el estado actual de cosas cuando se le da cauce a la libre manifestación,

El punto es, en primer lugar, no confrontar con razones, por más tentador que resulte, pero inútil para alcanzar niveles modulables del miedo.

Pues el objetivo estratégico es llegar a una angustia señal que proteja también del polo maníaco de las ultra compensaciones, en cuyo extremo se situaron las danzas frenéticas y salivares de los sin barbijos, que predicaban la libertad de elegir su muerte y evocaban crueles y dolorosos raids de contaminantes en épocas del HIV sin salida.

El camino en perspectiva psicoanalítica es, como siempre, reforzar el dispositivo de catarsis, libre manifestación y sostén de procesos de verdad, no para refugiarse en la cripta de una ortodoxia, sino para –sosteniendo las operaciones de contención y paciencia- abrir el camino a las realizaciones que cada uno pueda.

Perseverar en el lugar de analista supone un plus de ejemplaridad -nada espectacular pero sí crucial-, pues la contención y el cuidado que brindemos siempre han de sostener la sospecha instrumental respecto de las resistencias.

Que es el núcleo de nuestra tarea en pos de una simbólica personal recuperada, saliendo de los atrapamientos míticos y “familiares”, dicho en sentido extenso.

Asumiendo las dificultades en el trabajo de la verdad, por las magnitudes del dolor psíquico.

Para lo cual, en aparente paradoja, al estar acuciados por una realidad avasallante, el trabajo con sueños adquiere importancia estratégica, similar al juego de los niños, para no dejar el imaginario como presa fácil del terror y de las discursividades malignas.

Es decir, construir / reconstruir realidad psíquica, territorio fértil para que el trabajo de la verdad pueda hacer sus efectos.

 

LO ALTO Y LO BAJO.

Se muestran sin vueltas, y las magnitudes pasionales que convoca de hecho nuestra clínica nos requiere levantar el nivel medio de eticidad.

Redefiniendo la libertad como conciencia de relacionalidad, lo que abre a lo posible –trabajo de la razón y el corazón mediante- de la fraternidad.

Ese componente esencial a recuperar de la tríada proverbial, junto a la libertad y la igualdad, que tiende a ser dejado de lado por muchos en los tiempos que corren.

Lo cual refuerza el vector guía de no sólo contener en receptividad cordial y amistosa, sino de trabajar psicoanalíticamente, jerarquizando la catarsis y dando cabida a la elaboración.

De donde la aparente paradoja de retornar a las fuentes psicoanalíticas más genuinas para enfrentar las contingencias límite.

Así como la proverbial paciencia cuando la clausura narcisista muestra sus aristas agresivas, conjurando el pánico que asoma.

Caminos todos que convergen en subjetividades que incluyan a los cuerpos, rescatados de la opacidad del terror     –a los otros y a las propias fragilidades-, que nos dejan solitarios y a merced, tanto de las sucesivas oleadas virales, como del socavamiento tanático de los lazos humanos.

Lo  cual, de nuevo, requiere el onirizarlos, transformándolos en cuerpos del cariño, del cuidado, de la solidaridad, del auto y hétero erotismo, promoviéndolos y legitimándolos como cuerpos para vivir.

 

(Primavera 2021, leído en el Centro Oro)

 

[1] Sigmund Freud, en “Psicología de las masas y análisis del Yo” (1921) Amorrortu Editores, Vol. XVIII, pág. 67.

[2] El siempre recordado León Rozitchner ha trabajado extensamente la temática del Terror.

Entre Pan Demos y El Pandemonio