Transitoriedad/Incertidumbre en la Clínica Contemporánea

Salud-enfermedad en pandemia, en búsqueda del bienestar

Por María del Carmen Rodriguez Parodi
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Nadie se salva por predecir el diluvio, sino por construir las barcas. Había que construir barcas nuevas en dispositivos virtuales, innovar en los encuadres, accionar en el confinamiento. Pacientes y profesionales, nos abarcaba el mismo diluvio, todos éramos náufragos. La amenaza inundaba todos los espacios, el ejercicio de la cura esta interpelado.

“El suceso no es lo importante, sino la respuesta que damos”, así lo menciona el I Ching.

Había que construir las barcas para transitar con nuestros pacientes temores y angustias, pero en la distancia. El reto era lograr un encuentro que tuviera la artesanía de lo cercano y lo íntimo a través de una imagen virtual. Formábamos parte de la inmediatez de la experiencia, allí con ellos, en un sitio y en un tiempo compartido. Aquí y ahora.

En una participación, donde nada me es ajeno.

Utilizar la imagen de San Jorge, fue una herramienta, no había que matar dragones, sino dominarlos.

El miedo, la incertidumbre, la soledad, la muerte, el desasosiego, el encierro, el contagio, lo invisible, socavaron la cotidianeidad. El acecho era el tono de nuestros días y nos invitaba a no soltar las riendas.

Detener la marcha, era lo factible, para ser parte del devenir, la huida no era posible, el mundo todo estaba sitiado por los demonios.

El soldado empuña una lanza, cada uno tenía que descubrir la propia, no para matar la historia individual, ni anular la actualidad, ni sepultar el porvenir. El desafío era nombrar a los fantasmas para que no irrumpan nuestra posibilidad de ser y no dañar esa potencia que nos habita, la que no cesa y siempre puede.

El marco era disponerse a conquistar la libertad, no en el afuera sino en la propia interioridad, para hallar el anhelo de ser y obtener esa trama que se hila con otros.

Es cierto que había afectaciones múltiples y diversas, los síntomas condensaban lo vital, las imposibilidades, las inhibiciones y los conflictos se refugiaban en una inquietud permanente.

Justificar las limitaciones era una encrucijada sin salida.

La opción no era la pelea, había que encender -la luz- para disipar la penumbra en el encuentro virtual.

Intensificar la vivencia para descubrir un símbolo vivo, parido allí, fruto del espacio y habitar con el paciente en una sola certeza posible, el presente.

Dejar caer el yo, como sujeto de conocimiento, con sus prejuicios, ideas, diagnósticos y presupuestos, suspenderlo, para disponerme al ejercicio de la intuición y disolver la relación yo/otro para que surja -el nosotros- de cuerpo y alma.

Esta actitud terapéutica, modifica el clima de una sesión dando cita a lo afectivo y la transforma en un acontecimiento creativo.

Ambos somos co-creadores de una cura que no nos deja fuera. Estamos siendo en una unidad que no anula la diferencia.

Frente a un planeta enfrentado a una pandemia, el recurso era hallar una diafanía para este caos que se vistió de virus.

Recuperar la capacidad de la conciencia para lograr la coherencia entre lo que pienso, siento y acciono, para no confundirme en las inconsistencias, porque el aparato psíquico es su territorio posible, sobre todo si está conjugado con la corporeidad.

El diluvio, no vino, perpetuamente está en diversas intensidades, aparece en lo traumático y se muestra sin velo, pero asimismo yace en lo sórdido del odio, el rencor, los celos, el consumo, el poder, la guerra…irrumpe y aquieta nuestra potencia de ser.

Cuando soy prisionero del paradigma de la falta, o soy esclavo de la debilidad de mis propias costuras o intento saciar las fantasías del mercado, estoy bajo el hechizo de los cantos de sirena.

En ese escenario, el diluvio me arrastra, tal vez porque fallidamente me bajé del caballo a matar dragones.

La incertidumbre es la expresión del misterio de la vida, pero a su vez cohabita navegando a la par, la posibilidad de construir mi barca eternamente.

Salud-enfermedad en pandemia, en búsqueda del bienestar