Mucho se ha escrito en todo este tiempo sobre la pandemia, y mucho tendremos seguramente que seguir pensando, reflexionando y debatiendo juntos.
Me hago eco de algunas de estas ideas, que advierten del individualismo de la época que exacerbó esta pandemia, será tarea de muchos contribuir a trabajar más sobre qué es un tiempo de resguardo más reflexivo, aprender a perder lo perdido y sobre todo pensar en el dolor de los otros.
Los efectos de tanta renegación se verán con el tiempo caer en la cuenta de la angustia que producen ciertas imágenes, es al menos alegrarse de poder angustiarse frente a un mundo donde la angustia tiene mala prensa. (Perez, Ernesto, 2020)
La cuarentena no hizo más que exponer un paradigma que ya existía antes, que es el imperativo a la productividad.
Hay una alienación en la productividad y en el no parar, alimentado por la idea de que si uno para, se angustia y hay un rechazo muy grande a la angustia.
La necesidad de obturar espacios y tiempos surge por miedo a que algo se caiga y que entonces uno se deprima, se entristezca o se aburra. La acción del no parar no es igual a la no angustia, la no tristeza o la no depresión.
La cuarentena en todo caso agudiza lo que ya estaba pasando, refleja un estado de las cosas que es previo. Y estos imperativos de la productividad son ni más ni menos que el imperativo del capitalismo y del mercado que nos insta a estar todo el día produciendo. (Kohan, Alexandra, 2020)
En vistas de una realidad tan difícil y acuciante, preferí elegir o empezar a pensar desde la ficción, para después compartir estas ideas, reflexiones con ustedes. Sobre todo por el carácter de transformación o reconstrucción que tiene el arte, y no el rechazo o negación o desmentida de la realidad, al menos desde la tarea del lector.
El escritor, premio nobel de literatura, Jean Marie Leclezio, escribe en el año 2015 la novela “La cuarentena”. Gracias a un colega que me comentó de su existencia, pude conseguir leerla, en este tiempo de pandemia y cuarentena.
Me interesó tomar como punto de partida, qué les pasaba a los protagonistas, en qué momentos de sus vidas estaban, cuando los sorprende en el año 1891, en un viaje que emprenden Jacques con su mujer Sussane y su hermano 9 años menor el adolescente León, un brote de cólera a bordo del barco en el que iban desde Marsella rumbo a la isla Mauricio en el África Occidental, para reencontrarse con su tierra natal, su origen familiar y su herencia.
En plena travesía son obligados los pasajeros del barco a bajar en una pequeña isla, y serán abandonados a su suerte, hasta tanto sean rescatados, no se sabe cuándo. Un abandono que los lleva a más enfermedad, más muertes y más locura. Esta coyuntura será clave, marcará un antes y un después en sus vidas.
Rescato para la ocasión a León, el personaje adolescente, que tendrá que confrontarse con este nuevo mundo al que ha salido, y en medio de una cuarentena, en una isla. Cómo construirá una escena, su escena, su lugar en el mundo que le toca vivir. No sin angustia, se debatirá no solamente con lo familiar, el lazo que lo une a su hermano y su cuñada, sino con su mundo interior, sus pensamientos, sus sueños, las emociones y los sentidos que recorren su nuevo cuerpo. Este nuevo real no solo será el de su cuerpo sino también deberá hacer frente a ese real externo que amenaza con enfermedad y muerte. En este movimiento se conjugará la vida y la muerte, se anudará con las vueltas necesarias desde su singularidad, la sexualidad y la muerte. Sus miedos, su desconocimiento, momentos de inhibición, de síntomas y de angustia, las vueltas respecto de su deseo, y su acto, su decisión y creación.
Para finalizar con la ficción, le doy la palabra al adolescente León, la nueva lectura que hará del mundo, de los otros, de sí mismo a partir del despertar sexual o el despertar de sus sueños.
Cuando se embarca rumbo a la isla del supuesto destino de vida:
“… No sé por qué de repente, tenía miedo de que todo se volviera indefectible, demasiado real. Como si realmente existiera una frontera, que yo tenía que cruzar, sin posibilidad de retorno…”
“… Era el momento más importante de mi vida. Para vivir ese instante me había embarcado en el Ava. Jamás había experimentado tanto deseo, tanta felicidad…”
Cuando conoce a una adolescente en la isla donde hacen la cuarentena:
“…Había dejado de tener miedo, era un ser diferente, nuevo…”
“…Ahora me parecía que solo había vivido para eso,… para vivir con ella en esta grieta, en medio de las rocas de la isla…”
“…Nunca había experimentado una felicidad semejante. Ya nada tiene que ver con el mundo de los sentidos, con el mundo de los sueños…”
“…Jamás me había sentido más libre. Ya no tengo memoria, ya no tengo apellido…”
Cuando los vienen a buscar, rescatar y debe decidir si quedarse o continuar su viaje:
“…Han sucedido muchas cosas, muchas cosas se han deshecho y se han vuelto a recomponer de otro modo: nuestros sentimientos, nuestras ideas, hasta nuestro modo de mirar, de hablar, de caminar y de dormir. Unos han muerto, otros han perdido la razón…”
“…Toda la bahía arde de noche, y desde allá, desde el otro lado, deben de estar viendo esas luces que flotan en el horizonte, que les hablan de nosotros, de nuestra espera, de nuestro deseo. En alguna parte, en las playas, unos amigos desconocidos han encendido fuegos para respondernos…”
“…Lentamente nos deslizamos en nuestra balsa hacia la vida nueva…”
“…Todo cuanto ha sucedido se me antoja irreal, una leyenda, un rumor que se desvanece. Me embriaga la misma certidumbre que a la gente que se sienta en la playa, experimento la misma felicidad: todo ha de ser nuevo…”
“…Jamás he vivido otra noche que no fuera esta, una noche más larga que toda mi vida, y cuanto ha existido antes de esta noche solo ha sido un sueño…”
Después de estas pinceladas que describe en sus relatos – relatos que hacen a una historia- podemos notar cómo los sueños lo prepararon para el primer encuentro sexual. Gracias a los sueños el acto es posible.
Pero volvamos a nuestra realidad.
Me preguntaba cuando preparaba estas ideas, qué poco se ha tenido en cuenta a nuestros adolescentes, no se les ha dado la palabra, y poco se ha hablado de ellos. Por eso quise darle voz a León, y pensar desde nuestros adolescentes el tiempo que les toca vivir, que en el decir de una paciente: “Es un modo pausa, estamos en una pausa”.
Ante esta pausa que obligó la cuarentena, podemos preguntarnos cómo los encontró y en qué estaban, las respuestas serán singulares, del uno por uno. La adolescencia como síntoma de la pubertad será la respuesta de cada uno.
Podemos convenir que el tiempo de la adolescencia, más allá de la pandemia, tiene sus lógicas, de revelaciones y de impasses, de confrontarse con lo indecible del deseo y el sexo, encuentros y desencuentros. El despertar de los sueños
Tiempo de duelo, de búsqueda, de incertidumbres, de vagar, errar, incomodar, es por esto que la adolescencia también hace síntoma en los adultos, quedando entonces muchas veces invertidas las preguntas.
Esta incomodidad que causan, ¿es la que los excluye, por ejemplo, de la escena actual? ¿Es porque no se los considera productivos, porque no tienen la edad para entrar en la productividad que demanda el mercado?
No es casual que en la cuarentena, los adolescentes busquen espacios diferentes, horarios distintos, a contramano de los adultos. Las cocinas se transforman en verdaderas fondas de trasnoche, por supuesto que en los hogares donde hay algo para cocinar y lugares donde poder refugiarse o estar a resguardo.
Cómo acompañar este tiempo, entretiempo, intervalo, para que algo de su deseo se vaya despertando, manteniendo u orientando.
Y sin dejar de acompañarlos en los proyectos que tenían en un futuro cercano, a pesar del aislamiento, poder armar con ellos esa otra escena, en la que puedan sostener esos deseos. El viaje de quinto, las fiestas de quince, los encuentros amorosos, las carreras a elegir o los trabajos, los viajes con amigos, los deportes y las actividades artísticas, por ejemplo.
Serán imprescindibles esos otros, para este recorrido, el lazo con los semejantes, ese “uno entre otros”, el reconocimiento entre pares sin perder sus singularidades. Con quiénes y con qué deberán confrontarse, dónde podrán ubicarse, re-crearse en esos otros significativos para cada uno, en tiempos donde el Otro del saber, encarnado en las figuras de los padres se presenta inconsistente para significar lo que les sucede, un Otro que no tiene todas las respuestas.
Así lo expresan ellos:
“…Te ves como en un espejo cuando llorás en la cámara, y necesito a alguien al lado aunque sea en silencio…”
“…Se unen dos mundos por zoom, si estamos todos juntos me siento bien, me hacen reir, pero en la pantalla verme a mí sola no!…”
“…Ya sé a quién voy a ver primero, tengo listas hechas…”
“…Hay chicos que no la pasan bien, y el colegio no está presente, y la tutora casi nada…”
“¿Qué nos va a pasar cuando nos veamos? Creo que perdí la habilidad de tomar un colectivo…”
“…No quiero tocar a nadie. El nuevo gas pimienta es el desinfectante…”
“…¿Qué le voy a contar a las futuras generaciones cómo viví la pandemia? Hay memes de esto…”
“… Le voy a decir a mis hijos: yo quería ir al colegio, ¿y vos te quejás?…”
“… Si los rituales hacen de pasaje, ¿cómo vamos a terminar 5to?…”
La pandemia puso al descubierto el estado de las cosas. Hoy de lo que podemos hablar es cómo se va sorteando día a día, sin perder el horizonte de los proyectos que quedaron en pausa. No es tiempo de concluir sino de acompañar para ver y comprender.
Puso al descubierto por ejemplo, muchas falencias del sistema educativo, será difícil volver, no solo por la falta de espacio en las aulas que permitan mantener un tiempo de distancia, sino por exhibir un costado burocrático centrado en la tarea, resolución y evaluación. Se incentiva la productividad, dejando agotados a docentes y alumnos, y no se considera “… la situación, lo intempestivo del problema educativo, del mundo y de la vida que está aconteciendo en este momento. Como si el colegio fuese ajeno, como si perdiera de vista que se trata de un momento límite de una cierta forma del mundo y de vivir”, dice en una nota de pag.12 el pedagogo Carlos Skliar.
Tema recurrente y preocupante que recojo de pacientes, de padres, de colegas, y de otros adolescentes que conozco.
Y algunas de sus voces:
“…El colegio no contesta, la demanda es de nosotros si no entendemos…”
“..Dan clases muy pocos profesores, yo tengo solo en dos materias…”
“…Los profesores mandan más tarea que antes. Nos hacen sufrir y nos destratan. ¿Nos preparan así para la vida real?…”
“… Le apago la camarita al profesor, no me gusta que se metan en mi habitación o en mi casa…”
“…Nuestros profesores no son realistas…”
“…Creen que haciendo los trabajos vamos a entender, si no nos explican…”
Por último, la otra pregunta que motivó también estas ideas, es por qué los adolescentes, vienen sosteniendo bastante bien la cuarentena, se la bancan.
Y me refiero a los que tienen condiciones sociales y económicas dignas, y no a los adolescentes pobres que no se les permite este tiempo de transición, de experimentación o de conductas extravagantes.
Sin ningún ánimo de generalización, ni guiada por ninguna investigación cuantitativa, es un observable dentro de mi práctica clínica. Lo planteo como una observación que me permite hacer alguna conjetura.
Lacan (1967) nombró la “época del niño generalizado” (o sea irresponsable respecto de su goce), para caracterizar la subjetividad resultante del matrimonio entre el mercado y la tecnología, que presentan la caída de la autoridad, la devaluación de la palabra y de alianzas simbólicas.
Sabemos de las consecuencias en que los jóvenes se las arreglan con su época, donde el discurso capitalista promueve el individualismo y propone ciertos modos de goce sujetos al mercado, donde “Nada es imposible”, “Solo hazlo”, “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”, y tantos otros slogans, que contribuyen e impulsan a una satisfacción autoerótica de la pulsión sin freno y sin límite.
Si toda experiencia supone un tiempo de rodeo en torno al objeto del deseo, hoy por el contrario rige una perentoria exigencia de inmediata satisfacción. (Zabala, Sergio, 2010)
Estas nuevas formas de hacer lazo precipitan en los sujetos el riesgo de quedar capturados como un objeto más de consumo.
Y tantos otros ejemplos de la cara más feroz y voraz del Super Yo, en su forma imperativa de Goza! No hay límite, es la cantidad, es más, o no es nada.
La previa, las juntadas, los desbordes adentro de la escuela, los hogares, y las tragedias en el afuera del tiempo libre y la diversión.
La adolescencia constituye ese segmento etario tan sediento de experiencias como de modelos identificatorios, ciertamente primero nos correspondería a los adultos interrogarnos acerca de cuál es el no que aún no pudimos formularnos. (Zabalza, Sergio 2010)
¿Podemos pensar que el aislamiento de la cuarentena, funcionó como un poder decir No, un No firme y decidido. El ejercicio de una ley, que impone una norma a cumplir, donde se prohíbe, se priva y también se habilita?
Una prescripción sanitaria, dentro de la política de un estado, que toma el valor de un Otro simbólico que protege. Una interdicción que se inscribe no como abandono, como en el caso de la novela La cuarentena, sino como un acto de cuidado, hermano del amor.
Cuando se hace presente una Ley, marca un límite, un tope, algo se ordena, se diferencia, se contabiliza, posibilitando una significación: lo que se puede y lo que no, los acuerdos y compromisos, la capacidad de implicarse de responsabilizarse.
Y hago hincapié en este sentido, cómo los adolescentes se han confrontado con la responsabilidad del cuidado, no solo de ellos, sino también de los otros, el poder vivir que el cuidado es solidario de los otros, hace lazo social. El tope o límite al goce propicia el lazo con el prójimo.
Cuando los límites se ubicaron como instrumento para, los sujetos podrán servirse de esta referencia para administrar su goce y su satisfacción, haciendo un lugar al semejante, es decir, sin obviar su condición de persona. (Zabalza, Sergio, 2010)
Tiempo de pandemia, de incertidumbres, de pausa. ¿Tiempo de límites, de construcción de nuevos semblantes, de orientación en una nueva existencia?
Quizás queden marcas, o alguna herida abierta, o una cicatriz, o quizás solo un mal sueño.
Lo cierto, retomando el decir del personaje de León, nada será como antes, ya no somos los mismos.
Aprender exige de la existencia del otro que como soporte de la diferencia sostiene una alteridad necesaria para la función de la creencia, ya que no hay creencia sin otro al que le hablamos en presencia o ausencia.
Será un tiempo de seguir apostando a darles la palabra, escucharlos, leerlos, acompañarlos a implicarse con lo vivido, “a soportar la angustia de estar en un borde donde podemos ser tragados por la pulsión de muerte en sacrificio de los dioses oscuros” (Laurent, E. 2008).
Bibliografía:
- Ferrari, L. (2020) Morir en tiempos de coronavirus. Walter Benjamin y Sigmund Freud. Revista # Lacanemancipa. 16/6/20
- Kohan, A. “Habilitar la fragilidad es más emancipador que suponerse empoderado”. Entrevista en Revista El Grito del Sur. 7/4/20
- Laurent, E. (2008) Lo inclasificable de las toxicomanías. Respuestas del psicoanálisis. Bs. As. Grama. Serie TyA.
- Le Clézio, J.M. (2015) La cuarentena. C.A.B.A. Tusquets Editores
- Mitre, J. (2014) La adolescencia: esa edad decisiva. Olivos. Grama Ediciones.
- Perez, E. (2020). Publicado en Face Book, del muro de Gabi Insua. “Byung Chul Han tenía razón”. 5/7/20.
- Zabalza, S. (2010) El lugar del padre en la adolescencia. Buenos Aires. Letra Viva.
- SKliar, C. (2020) “Volver a la escuela va a ser complicado por cómo están los chicos y educadores”. Entrevista en página 12, 29/6/20.
El texto fue presentado en la Mesa redonda El Sujeto en cuarentena. UCES. Facultad de Psicología y Ciencias Sociales. 17/7/20, por plataforma Zoom.