Dossier

Un cuerpo de arco iris

Por Alejandra Ivana Muschitiello
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Atardecer, rojo, amarillo, naranja, dorado, ¡fascinante!
el sol se va ocultando en todo su esplendor
¿se habrá visto alguna vez tanta belleza?
Cielo celeste, plateado, azul, donde el espejo de mi mente se asoma…
pensamientos que viajan a través del tiempo
por los espacios abiertos del Universo,
mar tranquilo, azul, blanco, transparente, misterioso…
la barca se pierde en la lejanía
ella va navegando sola, quieta, sosegada…
en busca de su destino…sin rumbo…
sólo la guía su mente…mañana
mañana cuando amanezca llegará solitaria
a su hogar, ¡su casa Italia!
Italia, la barca

En El Secreto del Arco Iris
(Alicia Morilla Massieu)

 

“Una erótica de la época” ha sido el disparador del año 2019 en Centro Oro y nos ha convocado en una jornada a fin de año que nos dejó innumerables interrogantes para seguir pensando. En la misma presenté una experiencia clínica donde la contingencia operó de modo TRANSversal: a partir de la pregunta por su deseo, la demanda de análisis se transformó en una identidad a construir, un cuerpo sin correspondencia imaginario-real, y un abrochamiento simbólico impregnado de colores.

Les quiero contar de Celeste de 17 años, hija única, vive con sus padres, Silvina y Carlos. Estudia en una Escuela Técnica y cursa el último año. Al momento de la derivación, la joven tenía 15 años, consultaba por insomnio de conciliación y fragmentación.

Mantuve dos entrevistas iniciales con los papás; en el primer encuentro, estaban sentados sin espacio en medio, tomados de la mano y hablaban al mismo tiempo. Manifestaron que a Celeste “le cuesta comunicarse y decir lo que siente”, cuando lo hacía, era con insultos, gritos, parecía “no entender a la mamá”. Mencionaron diversos acontecimientos vitales de la hija: nació por cesárea a causa de un desprendimiento de placenta, no respiraba, su piel era azul debido a una ingesta involuntaria de líquido amniótico por nariz. Entre los 2 y 3 años, la niña pedía ser mirada por su madre en forma constante, momento que Silvina padecía ataques de pánico -creía que se iba a morir de cáncer como su padre-. Durante esa misma edad, debieron operar a la pequeña de nariz y garganta. A sus 7 años, por dificultades económicas, se mudan a la casa de los abuelos maternos, Celeste vivió una larga enfermedad del abuelo, así como el maltrato verbal de éste a su abuela; también pierde su habitación y juguetes. A sus 10 años, una neumonía le dejó secuelas respiratorias.

Luego de las citas con los papás, llega la primera entrevista con Celeste, se asoma una chica con voz tierna, sonrisa tibia y mirada caída, vestía ropa negra. Desde el inicio de las sesiones, Celeste refería tener ira, enojos, hablaba mal, no quería tener un vínculo cercano con la madre, decía que estaba detrás de todo, la ahogaba e invadía. Silvina, ubicada en un lugar de saber único, “es la todologa” decía la adolescente, se anticipaba a todo lo que podría suceder, con una mirada negativa y de desconfianza a la hija. Esto generaba discusiones y conductas evasivas en Celeste, se encerraba en su cuarto con la persiana baja, su único deseo en la vida era dormir. Por momentos, la joven se expresaba con culpa por no querer a sus padres, al mismo tiempo, la familia le exigía que sea “lo que ellos esperaban” y la adolescente, esperaba “ser algo diferente”.

En un encuentro, Celeste relata con gran desafectividad, un acontecimiento a sus 7 años: una noche se levantó de su cama, fue a buscar un cuchillo, llegó hasta la habitación de la mamá y no pudo concretar lastimarla. Me pregunto ¿Qué significaba este recuerdo para ella?

Frecuentemente, a la paciente le costaba expresarse, se perdía en el discurso, se olvidaba lo que hablaba… decía tener “blancos”. Esto la enojaba y frustraba mucho.

A principios del 2018, Celeste comenzó a vestir ropa del padre y manifestó que quería ser vegetariana. Sus elecciones perturbaban cada vez más a sus progenitores.

Reveló que estaba en pareja con una chica, la relación duró poco tiempo, refería “querer a la persona más allá del género”, hasta ese entonces de la sexualidad y de su identidad no hablaba, ya que su madre ocupaba la mayor parte de sus sesiones. Insisto que hable de ella, consulta a qué me refiero y señalo ¿qué sentís? ¿Qué querés? ¿Qué pensás de vos? ¿Qué ves de vos? Se desconcierta y terminamos. En la sesión siguiente, relata haber pensado en mis preguntas y sus respuestas me impulsan a un encuentro con lo real: Celeste se identificaba con el género masculino. A partir de allí, empezó a nombrarse como “él” y a hablar en primera persona bajo el artículo masculino. Además, ansiaba efectuar sobre su cuerpo un cambio hormonal y la mastectomía, es decir, deseaba quitarse las mamas y tener el torso masculino; mi semblante intentaba esconder el asombro por el que atravesaba. Refiere que en su infancia odiaba el estereotipo femenino, al cual asociaba con “cuidados externos y obsesivos”, solicitaba usar ropa del padre pero no era escuchada. En su escuela, para los amigos del primario “era una cosa rara” y ello reprimió lo que sentía.

Algo de lo manifestado comenzó a “operar”: se rapó parte del pelo y lo coloreó de azul, pensó en llamarse “Gael”, pero sólo lo sabía una amiga, quien lo llamaba así. Contaba estar molesto con las miradas de las personas en la calle, algunos le preguntaban “qué era”, su aspecto prestaba a confusión, esa desconfianza que planteaban sus padres, parecía rodear su identidad. Yo me sentía aterrada con la idea de la operación, me preguntaba por los efectos simbólicos, reales y sin retorno que implicaba la misma. No lograba salir de la duda sobre qué le sucedía a Celeste… por varias sesiones continuaba manifestando sus enojos con la madre y elella no aparecía; me esforzaba en hablarle sin artículos ni la, ni lo, ni le, lo escópico e invocante resonaba en su historia sobre ese algo de su cuerpo, pero ¿era un chico trans? ¿Se trataba de un repudio contra la mujer? ¿Un rechazo a la madre? Celeste pedía ser llamado él y conseguí dar lugar a su demanda… me iba transformando también yo.

A menos de tres meses de llamarse él, expresó saber que no era mujer, pero tampoco tenía claro si era varón, no obstante, continuó llamándose con el artículo masculino. Su cabello… cambió al color violeta. Celeste se encontraba entre la ira y el silencio y decido hacer una interconsulta con Psiquiatría. Con medicación prescrita, sentía su cuerpo “neutral”… se entrecruzaban las sensaciones de su cuerpo, con la identidad y asunción de la diferencia sexuada en pregunta. Al tiempo, Celeste plantea no tener en claro qué quiere ser: mujer seguro no, ya que en su imaginario “es oprimida y débil” y, lo más aliviante, al menos para mí, ya no quería operarse. Consideraba que la división por género era una construcción social y la enojaba sentirse obligada a decidir qué genero tener… su discurso comenzaba a tener color, mutaba entre él, la o le, ya no se trababa al hablar y escribía lo que sentía. Recuerdo un texto que tituló “me cansé”, en él manifestaba que le asqueaba la hipocresía de Silvina, mostrándose como la madre que todo lo podía y lo agresiva que era a la vez, deseaba “estar lo más lejos posible de sus manos” decía. Acompañada por el pañuelo verde, Celeste había empezado a interesaste en el movimiento feminista, dedicamos muchas sesiones a los aportes ideológicos que con fervor traía. Junto con el vegetarianismo, eran dos identificaciones que se fortalecían en la vida de el/la/le paciente.

Algo se transformó en Celeste, su rostro mostraba sonrisas, mejoró en el colegio, salía con sus amigos y a sus padres les enviaba su “ubicación en tiempo real” por Whatsapp, ¿Qué significaba ubicarse o que la ubiquen en un tiempo real?

Llega el 2019 y se avecina una nueva identidad: quería ser vegana… otro desencadenante que se trabajó con Celeste y con sus padres. Al tiempo, expresó sentirse muy bien, “Sé quien soy: Celeste. Me gustan las chicas”. Contenta con ser mujer, por el cuerpo decía, no desde el imaginario social, a la vez transmitía que le dolía su genital cuando se tocaba y le costaba sentir en sus relaciones sexuales. Culmina su tratamiento expresando que era tiempo de venir “cuando lo necesite”.

 

Celeste, es el nombre que me resonó en el re-encuentro con una experiencia trans-clínica (1) singular y propia de la subjetividad de época. Un nombre que se escabulle en el entre de las tonalidades de los significantes hombre y mujer, como una suerte de amalgama del azul sofocante y el blanco vacío de su ser.

Llegó a consulta un cuerpo que perturbaba, fragmentado e inconciliable, gritando en un eco silencioso. ¿Qué lo mantenía unido? Un cuerpo que mutaba, se pintaba, se decoloraba, se rapaba, se ennegrecía, podemos pensar que daba cuenta de la inadecuación para nombrar el goce (2).

Los bordes y agujeros de su cuerpo, no funcionaban como diques suficientes para la presencia del goce y dolían en el encuentro con el otro (2). El recorte de la imagen que el espejo le devolvía, era inestable, un resto de carne que reflejaba miradas de pánico por su madre y de rareza por pares, desprecios que provocaban refugiarse en su cuarto oscuro, lejos de todos. Contando con su espacio, la paciente no cesaba de nombrarla (a su madre), a veces debía preguntarle a quién se refería en su discurso ya que utilizaba pronombres como si yo supiera de antemano a quién se dirigían sus enojos… ¿discurso vacío o vacío en su ser?

Insisto ¡habla de VOS! Significantes que Celeste traduce en un intento de representar la diferencia sexuada en su anatomía (2): la misma residía en quitarse las mamas, por lo tanto,  encarnaría la diferencia con un torso masculino y una genitalidad femenina. Celeste quería llamarse “Ga-él”, que pronunciándolo se entrecruza con la fonética “la-él” ¿un varón con vagina? ¿Se trataba de un goce en exceso (2)?, ¿Había lugar para la falta que posibilitara la pregunta por su deseo?, ¿Era una “falsa anatomía” (3) vivenciada por un chico trans? Me preguntaba si la ciencia ocuparía el lugar del Gran Otro, otorgando una inscripción simbólica a un cuerpo TRANSformado. Interrogantes en exceso se apoderaban de mi…también!

Frente a lo innombrable del goce irrumpiendo en el cuerpo de Celeste, el riesgo de condensar un sentido, me condujo a sostener por meses el significante “vos”, sin artículo.

Un cuerpo en trozos de colores y un pedazo de pañuelo verde que nos hizo hablar, de repente nuestras bocas emanaban hermosos intercambios de la subjetividad de época, cada una aportaba a esta relación que devenía en el ser con y en el cada vez del encuentro. Ya no se perdía en el discurso. Yo estaba maravillada escuchando sus palabras, y no se lo escondía, sentía que me daba una oportunidad única de despojarme de mis construcciones sociales y dejamos que nuestros cuerpos resuenen vocablos.

Celeste creció con semblantes de mujeres sumisas, oprimidas, débiles, tristes y “quería ser algo diferente”. Devino un viraje de la pregunta del qué era por el quién era. Para ello, el feminismo posibilitó encuentros con mujeres otras y abrió la puerta al acto gramatical del “Yo soy”, pudiendo nombrarse separada de otro, valorándose.

Para concluir, los colores del cuerpo de elella adolescente fueron sucediendo a medida que transcurría el tratamiento, que bordeaba su ser, ese blanco inicial revelaba que algo debía inscribirse, el fenómeno óptico le devolvía un trozo de carne azul ahogado y eyectado del cuerpo de su madre, sin ser investido por una mirada tierna de la misma, ésta sólo podía conectarse con la muerte. El negro que vestía, obscurecía un cuerpo sin nombrar. A la vez, un binarismo que se manifestaba de modo insoportable: mujer u hombre, heterosexual u homosexual, carnívora o vegana, ira o nostalgia, gritos o silencio… entre el sol y la lluvia. Sus días eran una tormenta de indefiniciones, no podía escucharse, sólo la voz de su madre se le presentaba una y otra vez, fragilizando su ser, vacilando su género. Celeste sin poder habitarse, con un sentimiento de sí misma en déficit… ¿por qué nada le alcanzaba para sentirse viva?… La pulsión Tanática refractaba en su cuerpo y en el del Otro. Su carne contenía “mamas”, me pregunto si ante la excesiva presencia del significante “mamá”, Celeste no podía distinguirla de su cuerpo, de su forma, y se manifestaba a modo de falla en el enlace con su imagen, rechazando esa parte de su sexo biológico (3). Quizás la intervención quirúrgica no era ni más ni menos que un intento de mutilar al significantemamá” de su cuerpo y ser. ¿La ciencia lograría culminar la escena de su niñez cuando se vio con el cuchillo en la mano y no pudo cortar/amputar a “mamá”? ¿Por qué no hablaba de lo doloroso de verselas –a sus mamas- pero si hablaba de lo doloroso de verselas con su mamá? Celeste coloreaba y disfrazaba su cuerpo pero ¿esto daría cuenta de un rechazo de sus genitales? ¿Taponaría la falta o daría paso a hablar de su verdad inconciente?

Celeste abría la boca para gritar ¡te podes callar! Como el llanto de un bebé, era transformado en demanda y provocaba el cierre de la/el/le adolescente, se silenciaba y se asfixiaba en un tono azul que se desvanecía en un violeta obturando la posibilidad simbólica de nombrarse. Surge el asco por la carne sin vida, vegetarianismo y veganismo aparecen como formas de taponar la voracidad materna e intentos de diferenciación ¡No quiero que me cocines! Celeste se había informado tanto sobre alimentación saludable y recetas que ahora encarnaba elella “la todologa”, dejando en falta a Silvina: “¡No sabes nada!”; quizás era el inicio de la necesidad de tener la verdad sobre elella y que era de su propiedad, comenzar a escribir la mente en blanco.

El pañuelo verde fue su compañero hasta el final del tratamiento como un continente de su cuerpo. El feminismo marcaba maneras diferentes de ser mujer. Los intentos de diferenciación continuaban… el sol se asomaba: logró decir “yo soy”, pudo contar con el vacío existencial para que ex-sista. No alcanzó con nombrarse lesbiana, debido a que no se trataba sólo del acto inconciente que supone la elección sexual sino también de las sensaciones de su cuerpo, “del juego de los géneros y sus mascaradas” (1) como dice Miquel Bassols. Parafraseando a Marta Ávila, el erotismo duele… no puede decirse.

Colores que anudaban y desanudaban un cuerpo que llegó fragmentado e inconciliable, se fue digamos “consistente”, tomando palabras de Lacan. Aún con un camino por recorrer, con preguntas en el encuentro con otres, con la posibilidad de descubrirse, encontrarse y desencontrarse, de escuchar su VOS.

El sol asomó entre gotas de lluvia construyendo un cuerpo e identidad de arco iris.

 

Bibilografía

  • Ramirez, J.M.: “Entrevista a Miquel Bassols”, artículo de la Revista Aperiódico Psicoanalítico.
  • Husni, P.: “Cuerpos trans”, artículo de la Revista Aperiódico Psicoanalítico.
  • Marchesini, A.: “El transexual, el estatuto del cuerpo imaginario en el transexualismo”, artículo de la Revista Aperiódico Psicoanalítico.
  • Miller, J.: “Un-cuerpo”, Clase publicada en Lacaniana 10, Buenos Aires, 2010.
  • Miller, J.: “Lo imposible de negativizar”, Cap. XV, curso del 8 de abril de 2009.
Un cuerpo de arco iris